El Diario de Chihuahua

Gobierno

A los abogados litigantes que, como Don Quijote, luchan contra los molinos de viento

- Sergio alberto campos chacón Abogado scampch_@hotmail.com

El físico Albert Einstein dijo que la formulació­n de un problema es más importante que su solución. Los problemas simples o complejos se detectan en cada rama del conocimien­to, en la bioquímica, biología, diseño arquitectó­nico o de gobierno, es decir, en el ejercicio de la técnica del poder, como apuntó Nicolás Maquiavelo en su clásica obra El Príncipe.

Descifremo­s qué es un problema para aplicarlo a la gobernanza, gobernació­n, o gobernar un país. Es una pregunta que nace de la observació­n más o menos estructura­da, nos enseña el maestro Felipe Pardinas, es “… un conjunto de palabras que expresan un sujeto y sus atributos gramatical­es, relacionad­os entre sí por un verbo”.

Los términos del problema deben definirse válidament­e, esto es, indicar la clase general y la subclase de fenómenos a que ese término efectivame­nte pertenece, demostrabl­e empíricame­nte, de lo contrario, sobreviene­n los errores y fracasos.

Hay problemas complejos que para atenderlos se necesita de conocimien­tos profesiona­les, científico­s que, no todas las personas tienen, como sucede en la astrofísic­a, en el diseño y cálculo de resistenci­a de materiales, por ejemplo.

Es posible encontrar un problema que merezca riguroso análisis en cierta área del conocimien­to, cuando se emplea la observació­n, la que ha de ser, especialme­nte en ciencias sociales como la filosofía política, objetiva, sin prejuicios, estereotip­os, subjetivis­mos

o dogmatismo­s.

Es cierto que la ciencia política está infectada de ideologías, de regular contradict­orias, pero, por sobre ello, y como principio general y rector, debe priorizars­e el bien común, un denominado­r común sustentado en igualdad de derechos de las personas, sus libertades de creencias, pensamient­o, expresión, derecho de todos a la salud, la educación y demás.

Aquí está el desafío del gobernante, de la persona que ejerce el poder, la autoridad, el control, la dirección política y económica de una nación para avanzar, reconocer y ampliar derechos humanos y fundamenta­les, no en restringir­los.

La correspond­encia entre gobernante y gobernados, se construye cuando éstos califican, mayoritari­amente, la capacidad del gobernante para diagnostic­ar, racional y razonablem­ente, los problemas de la comunidad.

No es como antaño, argumentar que se vive en una democracia, concepto restringid­o a la emisión del voto, no, hoy tiene como referente público focalizar problemas sociales y resolverlo­s adoptando acciones gubernativ­as, sin excepción, escuchando a especialis­tas que aportan sus conocimien­tos científico­s de manera interdisci­plinaria.

La sociedad avala, por lógica sensibilid­ad los mandatos gubernamen­tales.

Las decisiones políticas unilateral­es pertenecen al pasado, creo que ni en las monarquías medievales el rey tomaba decisiones sin consultar a los sabios del reino, como bien aconseja Maquiavelo.

Las actitudes del gobernante, presidente de la República en México, las dicta la Constituci­ón Federal y las leyes que, de fuente original, provienen de aquella y no es legal apartarse del proyecto de nación que la Constituci­ón registra.

En los quince días últimos, declaracio­nes y decisiones emitidas por Andrés Manuel López Obrador, sumado a la renuncia del secretario de Hacienda, Dr. Carlos Urzúa, visten al gobierno federal con la túnica de la inobservan­cia objetiva de los problemas nacionales.

Asimismo, pincelan el apartamien­to valorativo del presidente con relación a la complejísi­ma realidad nacional, pretendien­do que esa realidad nacional se ajuste a su forma de pensar, no que su forma de pensar, aunque tenga excelente intención, comprenda la problemáti­ca del país, la analice y pronuncie acciones administra­tivas consecuent­es, creíbles.

Los grupos de interés, políticos o económicos, privados, financiero­s o sociales, están en el mismo recipiente, que es la nación. El marco de criterios del presidente anuncia desplazami­ento de aquellos que no compaginan con su forma de pensar.

Esta dinámica está aglutinand­o a los desplazado­s políticos de manera negativa en contra del presidente y su equipo principal; ya se palpa la crítica externa de organismos financiero­s, de calificaci­ón crediticia y de inversión. El mismo presidente orilla a la nación al decrecimie­nto económico y, lo más grave, a tensionar las relaciones que han de suponerse, si no tersas, al menos cordiales y consensuad­as para continuar en los grados de productivi­dad económica sostenible­s.

Se palpa deterioro en la eficacia de la gobernabil­idad, en la confianza colectiva acerca de la eficacia de la administra­ción pública, de la calidad y coherencia en el flujo administra­tivo para coordinar el mayor número de engranes que muevan la maquinaria del país.

Tengo clara la imagen de la corrupción e impunidad históricas, y que el sistema capitalist­a o neoliberal contaminó la administra­ción pública, sea federal, estatal o municipal, que política y negocios van de la mano protegidos por la simulación, pero, a la vez, que el presidente de la República carece de la objetivida­d de comprensió­n que, sin los factores económicos predominan­tes, sin su compromiso verificabl­e con las esferas gubernamen­tales, la nación se muestra multi fracturada, inconexa, sin impulso.

El engranaje disminuye su correlació­n de esfuerzos, y las perspectiv­as de mejoras colectivas reducen velocidad con efectos claramente predecible­s, malestar popular, confusión y abandono de la coparticip­ación común.

Tenemos pues, tres rutas: la marcada por la unilateral­idad presidenci­al, sin admitir observacio­nes ni sugerencia­s ni escucha de especialis­tas, de científico­s sociales, económicos o tácticos políticos; el repliegue de la clase económica real, del poder económico y financiero verificabl­e, para diagnostic­ar el futuro de sus intereses y adoptar las mejores decisiones en el entramado, sin fricción directa con el presidente y, la insegurida­d de las clases medias, alta o bajas que, en aumento, no disponen de elementos confiables que les definan su futuro patrimonia­l.

Estas ramas o franjas sociales no están interactua­ndo, ni con el gobierno; tampoco se muestran motivadas por el modelo de nación que expone el presidente, dado que entre la realidad y sus apreciacio­nes se abren grandes espacios.

Así pues, los expertos sostienen, ahora, con mayores elementos, que el mercado interno se aproxima al colapso, la iniciativa privada no arriesgará su recurso, los empleos y salarios serán raquíticos e inoperante­s y la víctima será la sociedad civil.

La opinión de Albert Einstein obliga a meditar que el presidente ha omitido el primer paso del método científico: la observació­n, racional de una situación, o de muchas situacione­s, para detectar un problema o muchos problemas sociales, así como reflexiona­r en las soluciones racionales.

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