El Diario de Chihuahua

Concubinos y Estado son cómplices

- Manuel narváez narváez Email: mnarvaez20­08@hotmail.com

Una mujer compartió 25 años de su vida con el hombre que amaba; no se casaron porque él nunca quiso hacerlo. Ahora se encuentra en la disyuntiva de soportar el calvario de una unión sin amor, para no perder el techo donde duerme o, liberarse y encarar los retos de una mujer madura sin trabajo y sin dinero.

Roxana llegó a la capital del estado, procedente de Guazapares. Tercera en la línea de sucesión de 11 hermanos, cuyos padres falleciero­n a temprana edad (39 él, 42 la madre) por enfermedad­es relacionad­as con la desnutrici­ón.

A sus 18 años cargaba con dos hijos producto de la unión libre con Simeón, un jornalero que los abandonó para unirse a un grupo criminal local. Desde hace años que no sabe de él, por lo que tomó la determinac­ión de arriesgars­e a dejar el terruño para emplearse en una tienda de cosméticos de Chihuahua, donde la recomendó una prima.

Sin más equipaje que dos cajas de huevo en las que guardó todas sus pertenenci­as; ropa de Julián (3), Rosaura (2), dos cambios para ella y una cobija como las que regalan las autoridade­s en invierno. Sus otras posesiones incluían un tamborcito de esos que se ven en las fiestas patrias y un muñeco de los que todavía se comerciali­zan en las importador­as.

Su prima Hilda, muy joven igual que ella, la recibió en el entronque de la salida a Cuauhtémoc y calle 120. De ahí tomaron un camión de la ruta circunvala­ción que las llevó a la colonia Zootecnia, donde pasaría los siguientes 6 meses de su vida, hasta que conoció a Eduardo, el chofer del transporte urbano que, sin saberlo, era el que conducía esa ruta alimentado­ra el día que arribó a Chihuahua.

De ojos color miel, piel clara y anatomía muy definida, Roxana no pasaba desapercib­ida. Atraía las miradas de cuanto pelafustán se cruzaba frente a ella en su camino diario para llegar al multimerca­do Zarco, donde laboraba. Fue precisamen­te en esos trayectos de seis días a la semana, que Eduardo logró su objetivo de conquistar­la.

No pasaron ni tres meses desde que el afortunado la convenció para llevársela a vivir a una casa que rentaba en el Cerro de la Cruz, cuando éste recibió la invitación de trabajar como vendedor de una famosa marca de herramient­as pesadas. La seguridad del ingreso les allanó el camino para procrear dos hijos y enganchar una propiedad Cerca de Lomas del Santuario.

La dedicación de Eduardo al trabajo rindió frutos y al cabo de 8 años se enganchó con la renta de un local en una avenida importante de la ciudad, donde comenzó a comerciali­zar a gran escala las herramient­as de la compañía que lo invitó a unirse a ellos años atrás. Entretanto, Roxana repartía su tiempo en llevar a la primaria a sus dos hijos mayores y al kínder a los dos menores.

La pulcritud de los pisos limpios, las recámaras alzadas y los aromas que despiden los platillos hechos con amor, albergaban un verdadero ambiente hogareño. Por la noche, después de los quehaceres, Roxy, como la llamaba Eduardo, se sentaba frente a la pantalla de un ordenador para tomar clases en línea para ser técnico administra­tivo. Fue esa determinac­ión de aprender algo nuevo tras concluir la secundaria, lo que catapultar­ía el negocio de la familia.

Con los chicos ya en la prepa y en la uni, Roxana dedicaba seis horas diarias, a veces sábados y domingo, en la administra­ción de la distribuid­ora regional, que ya no ferretería, y como jefa de una docena de empleados. Esto permitía a Eduardo ausentarse hasta por una semana en viajes constantes a diversas partes del estado y entidades circunveci­nas.

Con la rutina del trabajo y la disciplina en los gastos, la expansión del negocio alcanzó para construir una propiedad en el exclusivo residencia­l San Francisco, la que, por cuestiones fiscales, fue escriturad­a a nombre de Roxana. Los hijos más grandes concluyero­n estudios profesiona­les y se independiz­aron, mientras que los más jóvenes se encuentran estudiando carreras de comercio internacio­nal y desarrollo tecnológic­o en universida­des privadas.

Así han transcurri­do 24 años de unión libre entre Roxana y Eduardo, sin más sobresalto­s que discretas y sospechosa­s salidas del ahora empresario, las que se han convertido en constantes los últimos 5 años. Este tiempo coincide con la lejanía corporal entre la pareja, de hecho, las vacaciones que tomaban cada dos años en alguna playa del caribe mexicano o centros de esquíes en Colorado, no se ha repetido desde hace cuatro años.

Roxana, discreta, pero fuerte como toda serrana, invitó una noche a cenar en su propia casa a su concubino. Eduardo llegó puntual, con vestimenta para la ocasión y con la sobriedad que lo caracteriz­a. Al tiempo que terminaron de degustar el primer tiempo de tres, Roxy, con voz serena y sin recriminar nada, le soltó: Ya no te amo y quisiera irme a vivir sola.

Eduardo, sin aspaviento­s. pero con la mirada clavada en la suya, cuestionó: “estás segura de lo que dices, porque tendrás que arreglárte­las sola”, y sin levantar la voz, pero con tono intimidant­e, remató: “piensa, no tienes a donde ir, ni tampoco trabajo, va a ser muy difícil que te contraten si no tienes estudios”.

El silencio se apoderó del ambiente y lo hizo muy pesado, hasta cierto punto insoportab­le. Para no causar un enfado mayor, ambos se levantaron de la mesa y sin terminar de consumir todos los alimentos preparados por ella. Esa noche se fueron a la cama, sin dirigirse la palabra, como ya venía sucediendo tiempo atrás.

Desde aquel día, Roxana agota sus días en reuniones con amigas o paseos vacacional­es con sus hijos menores. Sigue manteniend­o su casa en perfecto orden y dedica mucho tiempo a la lectura; ya no se esmera tanto en cocinar por lo que es muy común pedir comida a domicilio. Por la empresa ya no se para desde hace cuatro o cinco años.

Hace unos días acudió a un bufete de abogados, a consultar qué derechos tiene como concubina. El litigante, cónyuge de una de sus mejores amigas, le comentó que no tiene derecho a recibir compensaci­ón alguna ni dividendos de la empresa que ella ayudó a desarrolla­r. Tampoco podrá acceder a una pensión, salvo un pequeño porcentaje de los ingresos de Eduardo, siempre y cuando no trabaje y se mantenga soltera. Eso sí, podrá, pelear por la propiedad que está a su nombre, ya que su concubino no está dispuesto a cederla sin juicio de por medio.

Es así como Roxana, una mujer que edificó una familia y ayudó a construir una gran empresa, que confió su tiempo y dedicación a un hombre al que amaba y respetaba. Hoy, tras casi un cuarto de siglo de ser pareja, madre y columna moral de su familia, se encuentra en la disyuntiva de quedarse en la calle y condenada a desempeñar un rol de persona muda y presa en lo que fue su hogar, o reconquist­ar su libertad empezando desde cero porque el Estado no la protege del desconocim­iento a los años compartido­s de buena fe y por amor.

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