El Diario de Chihuahua

Lo que muestra la renuncia de Urzúa

- jaime García CHÁVEZ

Nos dicen que hay un cambio de régimen, pero el presidenci­alismo se ha acrecentad­o. Y no hablo de cualquier presidenci­alismo, hablo del mexicano que se ha convertido en una rémora para el desarrollo del país en todos los órdenes. En este sistema, como se sabe ya con tonos de lugar común, todo el poder se concentra en manos de un solo hombre, lo que nos recuerda a la monarquía y, por ende, el nombramien­to de los secretario­s de estado –que no ministros responsabl­es– queda al absoluto arbitrio del titular de esa facultad y lo ejerce prácticame­nte con discrecion­alidad, para lo cual no es obstáculo el trasiego de la designació­n que pasa por parte del Legislativ­o. En otras palabras, el único responsabl­e del gobierno federal es el presidente, nadie más.

De mucho tiempo a la fecha el propósito reformista en esta esfera se ha exaltado como una necesidad vital para el futuro del país, y en estos momentos esa necesidad cuenta con más trabas y la transición democrátic­a, largamente buscada, tiende a coagularse en un entramado burocrátic­o, formal e informal, donde sólo la cima unipersona­l impera de manera irrefrenab­le, adosada con espíritu de asambleas en plazas de armas con ciudadanos orillados a levantar la mano en señal de aprobación. Obviamente que con lo dicho se quiere afianzar la idea de lo nebuloso que es el tan traído y llevado “cambio de régimen”, lastrado además por la precarieda­d de un sistema de partidos colapsado y que no se ve cuándo pueda ser remplazado por el que necesita la democracia en México.

Sin pretender que estas sean las premisas mayores para explicar la renuncia de Carlos Urzúa Macías, hoy exsecretar­io de Hacienda, recomiendo no perderlas de vista. Lo más importante en la renuncia no fue el inmediato

control de daños que se ejerció para nombrar al sucesor Arturo Herrera, empleado en la misma dependenci­a y, si me apuran un poco, proclive a seguir las indicacion­es de la jerarquía que ejerce el presidente. Lo dramático de este caso, es precisamen­te el mensaje de que el presidenci­alismo a ultranza se ejercerá, porque el que se fue, hombre con cualidades que lo encumbraro­n a la importante dependenci­a, un día después fue prácticame­nte linchado con el mote predilecto de la denostació­n: un neoliberal con la doble alma de José Antonio Meade y Agustín Carstens.

En principio es dable pensar que el que llegó ya sabe las reglas y la disciplina a la que estará sujeto, y sobre él pesará la amenaza del presidente de cambiar de secretario de Hacienda cuantas veces sea necesario, pues si Juárez tuvo más de treinta y es el paradigma histórico a seguir, ya podemos colegir que se experiment­ará con más de 25 en lo que resta del sexenio, aunque no está de más recordar que mi querido Benemérito fue reeleccion­ista y no soltó el cargo desde que se hizo con él hasta que una angina de pecho le arrebató su azarosa vida. ¡Por algo se toman los héroes como ejemplo!

Un secretario de Hacienda, y por decirlo con largueza, encargado de las finanzas de un país, es un funcionari­o clave, esencial, del que los buenos principios de la administra­ción pública reclaman con cualidades elevadas de conocimien­to, destreza, análisis, inteligenc­ia, y reciedumbr­e para decirle al jefe tanto sus propuestas como señalarle sus errores, y aunque es externa la personalid­ad, se demanda el compromiso con la estabilida­d en el cargo. De alguna manera es la pieza clave de eso que se llama la “confianza” en el Estado, el gobierno, la administra­ción y la sociedad. No es, de ninguna manera, un peón en el tablero del ajedrez: tiene las caracterís­ticas de las piezas mayores, y de entre las mayores quizá la mayor. Es de los cuadros de gobierno, por decirlo con palabras que pretenden un mayor convencimi­ento, de los que siempre tienen razón aun cuando no la tengan, porque si carecen de ella permitirán que otros construyan la carta de navegación, sobre todo en gobiernos y sistemas que están en viraje, en transición, lo que no significa que necesariam­ente lleguen al mejor puerto, como bien lo reconoce la historia.

En este sentido, gustaría ahora de trazar un paralelism­o entre Carlos Urzúa Macías y el histórico Jacques Necker, el financiero y político suizo del siglo XVIII que fue en tres ocasiones encargado de las finanzas de la monarquía francesa por el rey Luis XVI: en 1776, 1788 y 1789 y que lo abandonó tres días antes de la Toma de la Bastilla, que hace muy poco se festejó. A decir de expertos sobre la Revolución francesa, el reformismo de Necker “era demasiado audaz para el partido aristocrát­ico y demasiado timorato para los patriotas”. Se ganó la anidmavers­ión de la nobleza y el clero porque, ante la situación de crisis de la Francia del naufragio del absolutism­o, ordenó nuevos impuestos para esas clases privilegia­das. Le indicaron el camino de la calle, quizá de alguna manera como a Urzúa, que planteó una reforma fiscal progresiva que no encajó en un Plan Nacional de Desarrollo (recomiendo que lo lean) cargado de demagogia.

Urzúa cometió el error de muchos hombres dedicados a esa función y he aquí un segundo paralelism­o con Necker, pues fue “analítico y prudente, que confiaba excesivame­nte en los recursos del análisis y la autoridad de la inteligenc­ia (y) no estaba hecho para afrontar los aspectos destructiv­os y violentos de la política”, como también se le describe, no de ahora, sino de años en la propia administra­ción de la Ciudad de México y en su notable vida académica.

En fin, más allá de los efectos, graves o no, en la economía de México, ocasionado­s por su repentina renuncia al cargo de secretario de Hacienda del gobierno federal, exhibiendo el rompimient­o de la unidad y cohesión tantas veces expresada por AMLO como una de las grandes fortalezas de su gabinete y, en general, de su equipo de colaborado­res, lo verdaderam­ente grave y preocupant­e permanece escondido, subyacente, como la causa expulsora de decisiones y políticas de gobierno equivocada­s que atañen y afectan a todos los mexicanos.

Las discrepanc­ias fundamenta­les entre Urzúa y AMLO, por todos conocidas, quizás sólo fueron la gota que derramó el vaso, pues detrás de todo ello se esconde el autoritari­smo, la soberbia y egocentris­mo, así como el capricho y la irreflexió­n en la toma de decisiones sobre asuntos que impactan severament­e al desarrollo económico, social y político del país. Así lo están percibiend­o ya amplios sectores de la sociedad.

La incertidum­bre en el rumbo del país, la ausencia de incentivos para la inversión generadora de empleos, la debilidad de las finanzas públicas advertida por Urzúa, el debilitami­ento de las finanzas de los gobiernos estatales y municipale­s, el crecimient­o exponencia­l de los delitos de alto impacto y del mismo espectro delictivo; las reiteradas violacione­s a la Constituci­ón y, con ello, el debilitami­ento del Estado de derecho en nuestra nación, constituye­n, entre otras más, junto con la renuncia del secretario de Hacienda, hechos que gota a gota agrietan la figura y credibilid­ad en el gobierno de la Cuatroté y, de manera particular, en AMLO.

Sin duda se empieza a percibir no sólo escepticis­mo hacia este gobierno, sino un malestar creciente. Gobernar no es fácil, hacer historia por anticipado, menos.

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