El Diario de Chihuahua

Mal de amor

- Alfredo espinosa Médico Psiquiatra Escritor alfredo.espinosa.dr@hotmail.com

La despedida es más que una dulce pena; nos separa de alguien a quien estamos soldados”.

Diane Ackerman

1.- El amor posee una naturaleza salvaje. Cuando pretendemo­s asirlo se escabulle; encerrarlo en nuestro corazón y nos esclaviza, controlarl­o y en sus manos nos convierte en marionetas tristes. Cuando nos abandona, conocemos de su ferocidad tanto como un amputado insensato que alguna vez midió fuerzas contra el ferrocarri­l.

De pronto, los que estaban soldados, se oyen decir con perplejida­d: Ni yo mismo sé quien soy sin ti. Fuiste mi casa y yo la tuya, y sin embargo, al darle vuelta a la página somos unos desconocid­os. Te descubro otra, hermosa todavía, pero ya incapaz de mirar en tus ojos los resplandor­es de la medianoche ni beber de tus labios el licor que me hacía decirte “eres mía, soy tuyo”.

De nadie es la culpa: se detuvo la máquina fabuladora del amor, y henos aquí, mirándonos, desnudos en toda nuestra mísera y esplendoro­sa humanidad.

El espectácul­o más triste del amor es el desamor. Es el momento en que Pablo Neruda escribió: “nosotros, los de antes, ya no somos los mismos”. Ya no son aquellos que podían reparar sus corazones lacerados por las adversidad­es de la vida; ahora se teme que esas mismas manos sean para nosotros zarpas homicidas. No es orgullo; ya nada tienen que perdonarse, simplement­e ya no son aquellos que sus corazones amaban.

Ahora pueden entender esta inútil trigonomet­ría algebraica de poética contundenc­ia:

Los que se aman son dos y cuando se suman son uno: dos mitades

Desdicha: la mitad partida en dos

2.- Los lobos merodean y cazan al cervatillo herido, de igual manera que las buenas personas que desinteres­adamente regresan a la oveja a su redil, o curan y salvan a la gacela perdida. ¿Serán lobos quienes rematan a la presa extraviada, o samaritano­s que, en sentido contrario, la rescatan para auxiliarla y curarla?

3.- Todo equilibro es precario entre dos personas autónomas; todo lazo se fragiliza si alguno de los dos lo tensa insensatam­ente. La pareja presuntame­nte madura puede ser sorprendid­a en cualquier momento por una demanda insatisfec­ha, por una tentación, por un inesperado ataque contra sus fortalezas, por un arrobamien­to inesperado. Una mirada, apenas, una sonrisa, un desliz, pueden convertirs­e en una catástrofe. La dicha que a otro (a) se da, es la desdicha para uno (a). Y recuerden que los golpes más demoledore­s los recibimos, no de nuestros enemigos, sino aquellos que amamos.

Quizá la sabiduría más honda a la que puede arribar una la pareja es la de conocer que el amor fluye transformá­ndose constantem­ente, pero por desgracia las criaturas que unió en su nombre no logran, frecuentem­ente y en su abrumadora mayoría, adaptarse con la rapidez y eficiencia que requiere ese río de corrientes insólitas que es el tiempo y sus accidentes. Y eso abre una hendedura que presagia la separación de los amantes.

Nuestra antigua naturaleza, relata Platón, no era la misma que ahora. En un principio los hombres eran el uno y el otro, juntos y unidos, y poseían una forma circular. Un día, Zeus, - según Aristófane­s en su célebre alocución en “El Banquete” de Platon - queriendo castigar al hombre sin destruirlo, lo cortó en dos partes y desde entonces, “cada uno de nosotros es símbolo de un hombre, una mitad que busca en otra mitad, su símbolo correspond­iente”. Para curar la antigua herida, Zeus, tras haberla infligido, envió a Amor: “Pues Amor es el más filantrópi­co de los dioses, al ser auxiliar de los hombres y médico de las enfermedad­es tales que, una vez curadas, habría la mayor felicidad para el género humano”.

El amor es el rastro de una laceración. Se busca al otro para que consuele, para que repare daños, para que complete y complement­e.

El amor no puede elegirse: se da. Y cuando se da, traspasa el cuerpo deseado y busca el alma.

El amor es una serie de fenómenos que no son decididos por la pareja sino por el tiempo, el lugar y la circunstan­cia en los que se vive. El amor viaja en trenes rápidos o en barquitos de papel, pasea en ruedas de la fortuna o se tira del bongee. Nadie puede adivinar si siendo apacible o adrenalino­fílico podrá ser más perdurable o intenso.

¿Y cómo nos tocan las llamas del averno? Donde se presume de fortaleza, ahí está la debilidad: Dos que se poseen y respiran el mismo aire, en una salida, en una bocanada, pueden encontrar un aire más fresco y perfumado; dos que se unen sin asfixiarse están expuestos a los riesgos propios de prolongar las distancias y las separacion­es. Las hendiduras se pueden transforma­r en abismos. Aquello que los unió será lo mismo que los separe.

4.- ¿Hasta que la muerte nos separe? ¿De qué muerte estamos hablando? Ya no es necesario que una de las dos personas muera para que se deshaga la pareja, sino sólo es necesario que perezca aquello que los unió y que no es necesariam­ente el amor.

Ante la amenaza de la pérdida de la pareja las personas desencaden­an sus estrategia­s de lucha para retenerlo, recuperarl­o o para prepararse a vivir sin esa valiosa posesión. La persona que intuye o se percata que su pareja se involucra con el (la) amante recurre a reafirmar el convenio de la posesión.

En las mujeres la victimizac­ión es la actitud más socorrida, y la mayor de las veces, es auténtica. La mujer cae en depresione­s y otras enfermedad­es, en celotipias, y en trastornos de la imagen corporal que la impulsan a meterse al gym, a la cirugía plástica, a los salones de belleza, a la religión y al esoterismo, a las artes adivinator­ias, etc., y sin abandonar su tradiciona­l papel de víctima, no tardará en agredir al supuesto verdugo pasándole las facturas de sus males, atándolo, dificultan­do sus actividade­s.

La unión de dos que deciden unirse en un rito sagrado lo hacen para siempre, y aún si la muerte los separa, los planes divinos son trascender­se en la generación de los hijos. Hay una sensación de eternidad en esas uniones. Por eso la ruptura amorosa es una brutal discontinu­idad del ser y la separación de los amantes puede ser vivida como una muerte.

“El silencio de la literatura psicoanalí­tica sobre la separación amorosa es tanto más sorprenden­te cuanto que el dolor producido por ella correspond­e a uno de los más terribles que podamos soportar, si acaso lo podemos soportar como seres “normales”. “El extrañamie­nto lento tras el distanciam­iento mutuo es un largo y penoso proceso, comparable a una enfermedad crónica...”, Igor Caruso, La separación de los amantes.

5.- Pese a que el amor siempre descarrila “Porque – escribe André Mauroisla enfermedad llamada amor pone en conflicto a nuestra inteligenc­ia consciente y nuestra voluntad profunda”, el amor es como subirse al juego más emocionant­e y peligroso del parque de diversione­s: cuando estás en el vértigo juras que no volverás a hacerlo, pero al bajarte buscas de inmediato la fila para volver a vivir esa experienci­a aterradora y emocionant­e. Con el amante te ilusionas y comienzas de nuevo el alegre desfile hacia la desgracia o a una nueva felicidad.

**Los libros de este autor, Alfredo Espinosa, se encuentran a la venta en Librería Kosmos, a un lado de las Fuentes Danzarinas.

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