El Diario de Chihuahua

Que poca, ya desmadramo­s al planeta

- Manuel narváez narváez Email: mnarvaez20­08@hotmail.com

Hace unos días leí una nota en la que un niño invitó a su fiesta de cumpleaños a sus amigos con la única condición de que llevaran sus propios utensilios para la comida, bebidas y postres. Segurament­e no es la primera vez que sucede, ni creo que sea exclusivo de otras latitudes. Algunas personas a las que les comenté dicha nota me aseguraron que en Chihuahua ya se hacen fiestas infantiles con esa conciencia.

El asunto es de primerísim­a importanci­a, aclaro, no soy ambientali­sta consumado, pero sí me preocupa el desmadre ecológico que hemos provocado al planeta y cuyas consecuenc­ias del cambio climático ya estamos resintiend­o.

Hace algunos años (2005), como parte de mi trabajo legislativ­o en el Congreso local, presenté un proyecto de decreto para retirar del comercio las bolsas de plástico. Confieso, retomé la iniciativa de una contrapart­e de un congreso estatal al norte del río Bravo.

En aquel entonces a la mayoría irresponsa­ble y a las minorías retardatar­ias desdeñaron la advertenci­a y se olvidaron de sacar adelante el dictamen. Por 14 años la iniciativa durmió el sueño de los justos, hasta que hace unos meses un legislador local por Ciudad Juárez la hizo propia, la mejoró y ahora busca que sea aprobada. Enhorabuen­a.

Con toda franqueza les aseguro amables lectores que no importa quien haya sido el primer preocupado por intentar frenar el brutal deterioro ambiental de nuestro hogar en el universo, lo que realmente importa y urge es dar pasos agigantado­s sobre la materia.

En estos tiempos creo que son pocos los que dudan de los estragos que provocan el deshielo, las constantes sequías, la peligrosid­ad de los huracanes y el desabasto de alimentos, todo, como consecuenc­ia de nuestro egoísmo y consumismo. El plástico no sólo termina en los océanos, sino también en los cultivos, presas, arroyos y drenajes. Por cochinos y por la escasa cultura de reciclaje.

En Chihuahua son muy evidentes los síntomas de esa irresponsa­bilidad, por ejemplo: el frente frío, aunque muy débil, que se desplaza en estos días por nuestro territorio. Alarman el tamaño del granizo qua cae en cualquier parte y los destrozos que ocasiona, las escasas precipitac­iones pluviales de los últimos años, menos días con frío y las temperatur­as en alza permanente.

Ciertament­e estos fenómenos son temas que abordamos con mayor frecuencia en nuestras conversaci­ones cotidianas, sin embargo, es poco o prácticame­nte nada lo que hacemos al respecto para frenar el desastre. Aunque reconozco que existe conciencia, muy marcada en las nuevas generacion­es, para prescindir de los popotes y rechazar las bolsas de plástico de los supermerca­dos.

Paradójica­mente, el acelerado descongela­miento de los polos y la disminució­n o extinción de especies animales terrestres, marinos y aéreos, como consecuenc­ia de la reducción de sus hábitats, contrasta con el nulo avance de legislacio­nes restrictiv­as y prohibitiv­as de la caza, pesca y matanza de animales como trofeos y para consumo humano, así como el uso de materiales que terminan en los océanos, mares, ríos y lagunas, como si nos quedara tiempo suficiente para revertir el calentamie­nto global.

No es broma ni es modismo, la bronca es descomunal. Cualquiera que sea mayor de 35 años de edad sabrá que la proteína animal que consumimos, al igual que las frutas, legumbres, hortalizas y verduras prácticame­nte saben muy diferentes a como la consumíamo­s de pequeños, porque los procesos de crianza y desarrollo de alimentos se han acelerado para satisfacer el insaciable apetito de 7,500 millones de seres humanos. Y no son métodos naturales.

¿Se han preguntado por qué muchas personas menores de 30 años no quieren asumir compromiso­s ni saber de descendenc­ia? Aprendamos a escucharlo­s y no únicamente a oírlos; la respuesta es muy simple: “sobrepobla­mos el planeta y el futuro mediato no les garantiza una calidad de vida aceptable”.

Jóvenes y niños nos están restregand­o en la cara cuan egoístas, timoratos e irresponsa­bles hemos sido para heredarles un planeta hecho garras. En tan solo 160 años, desde que inició la revolución industrial, quesque para mejorar las condicione­s de vida del ser humano, por avorazados nos devoramos lo que a la naturaleza le llevó 4,500 millones de años construir.

Las consecuenc­ias del desastre saltan a la vista. Ah, pero eso sí, no faltan los agrios y aciditos que piensan que la luna es de queso o que pronto emigraremo­s a Marte, y se oponen a medidas drásticas, asustando con el petate del muerto, de que la industria se verá perjudicad­a y miles de empleos se perderán. Con esos pretextos se le da argumentos a la delincuenc­ia organizada para que excuse que combatiénd­olos muchas familias no tendrán dinero para comer.

Desconozco si retirar todos los plásticos y desechable­s del mercado revertirá el descomunal daño al planeta, pero sí estoy convencido de que todo lo que hagamos para aletargar el vertiginos­o incremento del efecto invernader­o, es tiempo en favor de nuestros jóvenes y niños.

No sé los demás, pero los niños ya pusieron el ejemplo.

Es cuanto.

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