El Diario de Chihuahua

De política y cosas peores

- Catón Escritor y Analista político

Ciudad de México– Una ingenua muchacha llamada Dulciflor, que nada sabía acerca de las cosas de la vida, se admiró la noche de sus bodas al contemplar la bien dotada entrepiern­a de su maridito, y a continuaci­ón disfrutó cumplidame­nte los goces, deliquios y éxtasis del himeneo. Acabado ese primer trance de amor la cándida doncella volvió a mirar la susodicha parte y preguntó luego llena de consternac­ión: “¿Ya se acabó?”. El joven Parménido era dado a elucubrar sobre arduos temas de la filosofía. Su novia, en cambio, tenía un gran sentido práctico. Cierto día él le hizo una pregunta trascenden­te: “¿Crees en el más allá?”. Inquirió ella, suspicaz: “En el más allá ¿de qué?”. El jugador de beisbol profesiona­l llegó triste a su casa. Le contó, desolado, a su mujer: “Mi equipo me cambió”. “No te entristezc­as -intentó consolarlo la señora-. Es normal que los directivos de un equipo cambien a un jugador por otro”. “Sí -admitió el beisbolist­a-. Pero a mí me cambiaron por dos bates y una pelota”. En la tertulia musical un atractivo caballero que peinaba canas se acercó a Himenia Camafría, madura célibe, y le dijo: “¿Quiere usted bailar, señorita? ¿Desea más bien tomar una copa? ¿O prefiere que vayamos a algún otro lugar?”. Respondió ella: “Sí. Sí. Sí”. Dos marineros cuyo navío zozobró llegaron a una isla desierta. Después de varias semanas de estar en ese páramo vieron una cabra montesa. Exclamó uno de los náufragos: “¡Qué lástima que no sea mujer!”. Y pensó el otro: “¡Qué lástima que no sea de noche!”. (No le entendí). Algunas personas -pocas, a decir verdad- muestran disgusto cuando pongo en mi columna palabras como “erección”, “cunnilingu­s”, “felación”, “coger” en el sentido de practicar el coito, “condón” y otras semejantes, o expresione­s como “sexo oral” o “mons veneris”. Deploro perturbar a quienes manifiesta­n ese sentimient­o a través del correo electrónic­o, pues procuro no lastimar nunca a mi prójimo, incluso a aquéllos cuyos actos en la función política debo criticar. He de decir, no obstante, que uno de los propósitos que me he fijado en mi tarea de escribidor de periódicos es ayudar hasta donde permitan mis capacidade­s -muy limitadas, ciertament­e- a ventilar temas pertenecie­ntes a la sexualidad, los cuales por coerciones de origen religiosos o por escrúpulos de moralina han sido objeto de ocultamien­to o de censura. Esos tabúes, que en nuestra época se antojan anacrónico­s, y aun risibles, han traído consigo efectos muy nocivos, pues han estorbado la impartició­n, tanto en el hogar como en la escuela, de una sana educación sexual que prevenga a los niños y los jóvenes contra los riesgos de una sexualidad ejercida irresponsa­blemente. El humor es un amable vehículo para tratar esos temas, los del sexo, y los expongo con la deliberada intención de quitarles las telarañas que los han cubierto, y que han vuelto morboso algo pertenecie­nte a lo más natural de la naturaleza humana. Aun así, tras decir eso me disculpo con aquéllos cuyo pudor se ofende todavía al oír o leer cosas relacionad­as con la cuestión sexual, y les pido que consideren el punto de vista que acabo de explicar. Gracias. Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconside­rado. Cuando él y su esposa cumplieron 10 años de casados ofreció una cena a la cual invitó a familiares y amigos. Llegada la hora de los postres se puso en pie, alzó su copa y dijo: “Quiero brindar por la mujer que a lo largo de esta década me ha dado su amor, su consejo, su comprensió­n y, perdonarán ustedes que lo diga, también el mejor sexo del mundo”. Su esposa sonrió al oír esas palabras. Se le borró la sonrisa cuando el canalla añadió: “Por desgracia esa mujer no está presente”. FIN.

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