Prohibición de peleas de gallos
Recientemente, el gobernador Javier Corral anunció su interés de impulsar una propuesta legislativa en el Congreso del Estado, encaminada a prohibir las peleas de gallos en Chihuahua. Dicha iniciativa, en relación a la Ley de Bienestar Animal, afectaría también las corridas de toros en la entidad.
Evidentemente, como sucede siempre en temas de tanta controversia como el anterior, diversas reacciones se desataron, que van desde aquellas que respaldan la postura oficial, hasta aquellas que critican la iniciativa.
Un variado número de organizaciones de promoción de peleas de gallo, criticaron la posición oficial. Es evidente que, al tener interés en el tema, se opondrían a la propuesta de Corral, como los criadores de ganado de lidia a la prohibición de corridas de toros. Incluso, se anunciaron algunas movilizaciones en defensa de las peleas de gallos, sin que hasta el momento de escribir esta opinión se hubiera llevado a cabo alguna.
Los argumentos de los defensores de los animales (mismos que, asumo, apoyan la postura del gobernador Corral) son conocidos por todo mundo: por medio de dichos eventos, se causa un daño y un dolor al animal que no tiene razón. Por su parte, los que critican la iniciativa sostienen, al igual que en el caso de las corridas de toros, que defienden tradiciones, que se generan empleos a partir de dichos espectáculos, y que de no ser por dichos espectáculos, esas especies se hubieran extinto hace mucho, pues no habría interés en reproducirlas.
Debo decir que, en lo personal, ambas posiciones tienen argumentos muy válidos. Por un lado, la posición progresista de prohibir dichos eventos, es lógica. El sufrimiento que se le causa a un toro, a un gallo, o a cualquier animal para satisfacer a un público (como en el Coliseo romano) pudiera estimarse razón insuficiente. Si bien estamos ante una tradición de décadas -e incluso de siglos- ¿es este motivo suficiente para tanto dolor? Recordemos que la tortura era una tradición durante la Inquisición, y por lo mismo, se supone erradicada en la actualidad.
Por otro lado, la defensa de las tradiciones culturales encuentra un argumento muy lógico, y el único que estimo que se puede sostener después de un escrutinio profundo a la medida. El toro de lidia o el gallo de pelea no existirían de no ser por esos eventos que la legislación pretende prohibir. Ninguna ganadería invertiría en mantener un animal que, para consumo humano, no es viable. Asumo que algo similar pasaría con los gallos. La prohibición de dichos eventos traería consigo la extinción, particularmente de dichas especies. Una medida que, irónicamente se encamina a proteger animales, terminaría por desaparecerlos.
El presidente del PRI en Chihuahua, Omar Bazán, presentó una “contrapropuesta” al seno del mismo órgano legislativo, para declarar las peleas de gallos como patrimonio cultural. Asumo que la medida tiene carácter político, más que entrañar un verdadero espíritu de defensa de la cultura y las tradiciones.
Hemos visto medidas parecidas en otras entidades -e incluso a nivel federal- que pretendiendo proteger a los animales, terminaron desprotegiéndolos. Un ejemplo de ello es la prohibición de utilizar animales en los circos. Los empresarios del ramo, terminaron vendiendo a los animales, desconociéndose hasta el momento el paradero de los mismos, e ignorando si los mismos reciben un trato similar al que tenían en los circos.
En caso de que los argumentos que pugnan por la prohibición de dichos eventos inclinen la balanza a su favor, debemos aceptarlo. No hay razón para seguir anclados en el argumento de la tradición. La sociedad y sus tradiciones están en constante evolución. El día de hoy no hacemos lo mismo que hacíamos hace dos siglos.
Muchas veces, dentro del debate, se esgrimen posiciones que tachan a los defensores de los animales como “hipócritas”, por consumir carne, y estar en contra del maltrato animal; se argumenta que el trato que se le dispensa a los animales en el rastro, le causa el mismo sufrimiento que el que recibe en el ruedo. Estimo oportuno citar lo que en su momento sostuvo Tomás Moro, en su insigne obra “Utopía”. Moro distinguía entre el matarife y el cazador, pues decía que, si bien ambos mataban al animal, la motivación de la medida era lo que distinguía a uno del otro. Uno lo mata por la necesidad de consumirlo, y el otro, simplemente por diversión.