El Diario de Chihuahua

DE Política y cosas Peores

- Catón Escritor y Analista político

Ciudad de México.- Terminado el banquete nupcial el recién casado le indicó a su flamante mujercita: “Esta noche dormiremos en un hotel de la ciudad, y mañana tomaremos nuestro vuelo”. Ya en el hotel le dijo el recepcioni­sta al novio: “Su habitación es la 206”. Intervino la desposada: “Qué te dé otro cuarto. La cama de esa habitación rechina mucho”. Doña Jodoncia le informó a don Martiriano: “Voy a salir”. Le pidió él: “No vuelvas tarde”. Rebufó la señora: “Volveré a la hora que me dé mi regalada gana”. “Está bien -concedió don Martiriano-. Pero ni un minuto más tarde ¿eh?”. En el Ensalivade­ro, solitario paraje al que iban por la noche las parejitas en situación húmeda, el galán llevó a su dulcinea al asiento trasero del automóvil. Ahí le preguntó con cautela: “¿Gritarás pidiendo ayuda?”. Respondió ella: “Solamente en caso de que la necesites”. El señor, receloso, le dijo a su mujer: “Nuestro décimo hijo es por completo distinto de los otros nueve. No se les parece nada. Dime la verdad: ¿quién es el padre de esa criatura?”. Contestó la esposa: “Tú”. Ya no hacen el clima como lo hacían antes. Los calores de infierno que sufrimos estos días se han extendido por toda la República tanto en el tiempo como en el espacio. Quiero decir que la temporada cálida dura más hoy que en los pasados tiempos, y llega a lugares que antes gozaban de clima bonancible. Por ejemplo, mi ciudad, Saltillo, fue conocida otrora como “La ciudad del aire acondicion­ado”. Se diría que el aparato ya se descompuso, pues ahora la temperatur­a tiene caprichos de mujer. O, peor todavía, de hombre. Entiendo que lo mismo sucede en todo el mundo, y que la Organizaci­ón Mundial de Meteorólog­os no acierta a encontrar días buenos para celebrar su congreso de cada año, pues cuando no les llueve, les graniza o les cae nieve, siendo que ellos habían pronostica­do días soleados. La verdad es que tenemos el clima que nos merecemos. Tantos daños hemos causado a nuestra Madre Tierra -irreversib­les muchos-, que hemos alterado el delicadísi­mo equilibrio en que se basa la vida en el planeta, y la naturaleza nos está cobrando los daños que le hemos hecho, entre otras cosas a través de ese cambio climático del que tanto se habla. No es que se esté acabando el mundo: es que nos estamos acabando el mundo. Debemos cuidar la tierra, el agua, el aire; hemos de preservar las selvas, los bosques, las praderas; urge que no contaminem­os ya los ríos y los mares. Esta casa común en que vivimos no nos pertenece: es de nuestros hijos y de nuestros nietos. Lo menos que podemos hacer es no atentar contra ella. Mientras tanto ¡uf, qué calor!... Ya conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconside­rado. Su novia le informó que estaba un poquitito embarazada. Le aseguró él: “No estás sola en este trance”. “¿De veras?” -exclamó la muchacha, agradecida. “De veras -confirmó Capronio-. Millones de mujeres en el mundo se encuentran en la misma situación que tú”. Lord Feebledick regresó a su finca rural después de terminada la cacería de la zorra y sorprendió a su mujer,1 lady Loosebloom­ers, en sospechosa actitud con Wellh Ung, el toroso gañán encargado de la cría de los faisanes. “Bloody be! -exclamó furioso -. ¿Qué hacen desvistién­dose así en mi propia alcoba?”. “Estás por completo equivocado, Feebledick -le contestó milady-. No nos estamos desvistien­do. Ya nos estamos vistiendo”. Dos pulgas conversaba­n. Le preguntó una a la otra: “¿Crees tú que haya vida en otros perros?”. Don Algón llamó por el interfono a su linda secretaria: “Rosibel -le dijo-. Quiero verla en el acto”. Respondió ella: “Para eso tendré que traer a mi novio”. FIN.

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