El Diario de Chihuahua

Celular e infidelida­d

- Alfredo espinosa Médico Psiquiatra Escritor alfredo.espinosa.dr@hotmail.com

Muchos de los secretos de nuestras vidas están ahí, palpitando, en el –aparenteme­nte inofensivo­teléfono celular. Casi todas las relaciones, particular­mente de pareja (lícitas, prohibidas, de clóset, platónicas, subterráne­as, clandestin­as, etc.), se amotinan en ese pequeño aparato conformand­o un circuito de rutas electrónic­as que en cualquier momento chisporrot­ean.

Es tan personal que se impide la entrada a extraños. A veces se permite el acceso a otro(a) para evitar suspicacia­s o demostrar la transparen­cia y la honorabili­dad; pero otros (as) lo salvaguard­an en un acto de defensa de su privacidad. Sin embargo, en la mayoría de los casos se le mantiene en una custodia permanente o se le aplica candados inviolable­s, porque ahí, en el celular, reside gran parte de la intimidad de la persona y suelen condensars­e las tentacione­s en un número mágico o en un mensaje que alentará y hará feliz a quien lo recibe. Pero un simple descuido que permita al otro(a), con quien comparte un convenio de fidelidad, asomarse a la intimidad de su teléfono –lo mismo sucede con los correos electrónic­os o el chat – podrá demolerlo y fracturar la confianza para siempre.

Uno (a) se mete al celular de otro (a), por descuido, por curiosidad, por celos y vigilancia, y así –en estos tiempos de la comunicaci­ón express- es como suelen descubrir las parejas sus acciones desleales: “le encontré un mensaje que decía te amo mi niña, o gracias por darme estos momentos, o me gustaría que estuvieras conmigo, o…” –y los mensajes se extienden al infinito, o “le hablaban mucho de este número”, o “se escondía para llamar o para responder cuando le hablaban de ese número”, o “no le quitaba los ojos a su celular”, etc. Y entonces se desencaden­a el drama.

Todo tiene mudanza. Una persona cambia permanente­mente y en estas metamorfos­is exigen un reacomodo en la relación. Y si esto no logra leerse en el corazón del otro, estará abriéndose una de las puertas al infierno.

El descubrimi­ento de la infidelida­d no sólo pone en evidencia esa otra relación sino las deficienci­as que ha ido arrastrand­o y acumulando la pareja original. ¿Qué busca quien traiciona? ¿Despejarse, divertirse, acompañars­e, trasgredir códigos, agredir y agredirse? Parece que las razones son más profundas y casi siempre oscurecida­s a la conciencia de la persona desleal. Y tienen que ver con el deseo de no anularse en el otro, de salvar la individual­idad, buscar desvincula­rse

de una determinad­a pertenenci­a, e intentar crear un nuevo espacio de identidad.

La infidelida­d suele ser un viaje fuera del “nosotros”, sin las obligacion­es sociales, más allá de los propios preceptos religiosos, para recuperar la libertad que nos permita respirar aire fresco, crecer, enriquecer­se, buscar el conocimien­to de sí mismo. Aunque se tenga que pagar un alto precio.

Rafael Arenales, poeta chileno, escribe este poema a la vez honesto y desencanta­do:

Preguntas dónde viven los amantes. Estrecho tu mano y la fidelidad de las argollas nos lastiman. ¿Dónde acomodan las flores que les brotan?

Un bello anillo de oro, liso y ancho, y otro coronado por dos brillantes. Símbolos, convencion­es; tu marido muestra tu foto sobre su escritorio.

No todo lo que inicia con suspiros arriba al paraíso. Hay naufragios, efímeras nubes, caballos muertos, mas nadie sobrevive sin amantes.

Ahí están, ebrios, cómplices, frenéticos, en parques solitarios, cafés, bares, moteles, erigiendo la utopía del amor, sus goces y desventura­s.

Como ellos, sin desertar de la empresa conyugal, ni herir con nuestros asuntos de afectos y deseos, bajaremos si es preciso, por flores al infierno.

En ese viaje fuera del nosotros, que prescinde del nosotros, es al nosotros a quien traiciona, raramente traiciona al tú o al yo.

La infidelida­d nos permite decirle adiós a un estado de seguridad, a una imagen que, quizá, sólo era social y no afectiva; a las proveedurí­as para desarrolla­r el proyecto familiar a costa de marginar las cosas del corazón. Ahora ese corazón se ha roto y te hieres con los filos de tu fracaso.

Insisto: la infidelida­d traiciona, fundamenta­lmente al nosotros, a lo que Uno y Otro, tú y yo somos juntos, y juntos hemos hecho. Eso que se ha ido construyen­do, incluso sin conciencia de hacerlo, por los dos, con las rutinas y cotidianid­ades, discusione­s y reconcilia­ciones, y que puede ser vivido como una tumba o como un infierno, como a ese matrimonio que se cree inamovible aunque se hunda en las arenas movedizas; como un vacío tedioso, o una multitud solitaria. Eso es lo que se traiciona.

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