Celular e infidelidad
Muchos de los secretos de nuestras vidas están ahí, palpitando, en el –aparentemente inofensivoteléfono celular. Casi todas las relaciones, particularmente de pareja (lícitas, prohibidas, de clóset, platónicas, subterráneas, clandestinas, etc.), se amotinan en ese pequeño aparato conformando un circuito de rutas electrónicas que en cualquier momento chisporrotean.
Es tan personal que se impide la entrada a extraños. A veces se permite el acceso a otro(a) para evitar suspicacias o demostrar la transparencia y la honorabilidad; pero otros (as) lo salvaguardan en un acto de defensa de su privacidad. Sin embargo, en la mayoría de los casos se le mantiene en una custodia permanente o se le aplica candados inviolables, porque ahí, en el celular, reside gran parte de la intimidad de la persona y suelen condensarse las tentaciones en un número mágico o en un mensaje que alentará y hará feliz a quien lo recibe. Pero un simple descuido que permita al otro(a), con quien comparte un convenio de fidelidad, asomarse a la intimidad de su teléfono –lo mismo sucede con los correos electrónicos o el chat – podrá demolerlo y fracturar la confianza para siempre.
Uno (a) se mete al celular de otro (a), por descuido, por curiosidad, por celos y vigilancia, y así –en estos tiempos de la comunicación express- es como suelen descubrir las parejas sus acciones desleales: “le encontré un mensaje que decía te amo mi niña, o gracias por darme estos momentos, o me gustaría que estuvieras conmigo, o…” –y los mensajes se extienden al infinito, o “le hablaban mucho de este número”, o “se escondía para llamar o para responder cuando le hablaban de ese número”, o “no le quitaba los ojos a su celular”, etc. Y entonces se desencadena el drama.
Todo tiene mudanza. Una persona cambia permanentemente y en estas metamorfosis exigen un reacomodo en la relación. Y si esto no logra leerse en el corazón del otro, estará abriéndose una de las puertas al infierno.
El descubrimiento de la infidelidad no sólo pone en evidencia esa otra relación sino las deficiencias que ha ido arrastrando y acumulando la pareja original. ¿Qué busca quien traiciona? ¿Despejarse, divertirse, acompañarse, trasgredir códigos, agredir y agredirse? Parece que las razones son más profundas y casi siempre oscurecidas a la conciencia de la persona desleal. Y tienen que ver con el deseo de no anularse en el otro, de salvar la individualidad, buscar desvincularse
de una determinada pertenencia, e intentar crear un nuevo espacio de identidad.
La infidelidad suele ser un viaje fuera del “nosotros”, sin las obligaciones sociales, más allá de los propios preceptos religiosos, para recuperar la libertad que nos permita respirar aire fresco, crecer, enriquecerse, buscar el conocimiento de sí mismo. Aunque se tenga que pagar un alto precio.
Rafael Arenales, poeta chileno, escribe este poema a la vez honesto y desencantado:
Preguntas dónde viven los amantes. Estrecho tu mano y la fidelidad de las argollas nos lastiman. ¿Dónde acomodan las flores que les brotan?
Un bello anillo de oro, liso y ancho, y otro coronado por dos brillantes. Símbolos, convenciones; tu marido muestra tu foto sobre su escritorio.
No todo lo que inicia con suspiros arriba al paraíso. Hay naufragios, efímeras nubes, caballos muertos, mas nadie sobrevive sin amantes.
Ahí están, ebrios, cómplices, frenéticos, en parques solitarios, cafés, bares, moteles, erigiendo la utopía del amor, sus goces y desventuras.
Como ellos, sin desertar de la empresa conyugal, ni herir con nuestros asuntos de afectos y deseos, bajaremos si es preciso, por flores al infierno.
En ese viaje fuera del nosotros, que prescinde del nosotros, es al nosotros a quien traiciona, raramente traiciona al tú o al yo.
La infidelidad nos permite decirle adiós a un estado de seguridad, a una imagen que, quizá, sólo era social y no afectiva; a las proveedurías para desarrollar el proyecto familiar a costa de marginar las cosas del corazón. Ahora ese corazón se ha roto y te hieres con los filos de tu fracaso.
Insisto: la infidelidad traiciona, fundamentalmente al nosotros, a lo que Uno y Otro, tú y yo somos juntos, y juntos hemos hecho. Eso que se ha ido construyendo, incluso sin conciencia de hacerlo, por los dos, con las rutinas y cotidianidades, discusiones y reconciliaciones, y que puede ser vivido como una tumba o como un infierno, como a ese matrimonio que se cree inamovible aunque se hunda en las arenas movedizas; como un vacío tedioso, o una multitud solitaria. Eso es lo que se traiciona.