El Diario de Chihuahua

Crónica de una tragedia fronteriza

- Carlos murillo

Ciudad Juárez.— En las filas del puente internacio­nal hay un código de conducta aceptado por la mayoría: por respeto a los que van detrás, nunca no dejes que se te metan a la fila; pero si el vecino se duerme, tienes licencia para meterte en la fila del otro para avanzar sin ningún empacho. La máxima de Benito Juárez del respeto tiene un nuevo significad­o cuando se trata de hacer fila en el puente.

Quienes pasan con cierta frecuencia van haciendo callo, intuyen, investigan en internet, se comunican por redes sociales, comparten informació­n estratégic­a. Es una comunidad que se ayuda cuando va de México a Estados Unidos.

Para los fronterizo­s, ir a El Paso es una odisea donde el que se duerme, pierde. Hay solidarida­d en las filas del puente, sí, pero también hay egoísmo. Este lugar es la representa­ción de la vida misma. El bien y el mal.

Hace unos días, apareció en redes sociales un video de un hombre que se bajó de su pickup para amenazar a un peatón con cuchillo en la joroba del puente. El motivo, simplement­e se hicieron de palabras. La escena dantesca puede ser una ópera que anuncia la tragedia. Desafortun­adamente, con la ansiedad que produce la espera, cada vez es más frecuente la violencia en los puentes.

Cualquiera se vuelve loco en la fila. El aumento del tiempo en las revisiones de los puentes internacio­nales es una mentada de madre. Dos horas mínimo, tres y hasta cuatro horas en espera. Esto, es el resultado de la violencia que ejerce Estados Unidos, a través de la política migratoria y económica de Donald Trump.

La violencia es el ejercicio del poder o la fuerza de una persona para someter a

otra. Es por eso, que la violencia se puede representa­r de muchos modos; en la fila del puente cuando una persona le avienta el auto a otra persona para intimidarl­o y meterse en la fila, un claxonazo o una señal obscena, son representa­ciones de violencia simbólica.

También la espera es violencia. El gobierno gringo usa los altos tiempos de espera en el cruce internacio­nal para someter al Estado mexicano y demostrar el poder que ejercen sobre nosotros.

Ayer, 3 de agosto, fue sábado, un día común para ir a El Paso a comprar algunas cosas que son más baratas y de mejor calidad que en Ciudad Juárez. En algunas tiendas hay ofertas por el regreso a clases. A las 11 de la mañana tomamos la fila a la altura de los “Caballos Indomables”. Parecía un día normal.

Por ahí de mediodía, la fila del puente prácticame­nte se detuvo. En días pasados había sucedido lo mismo; el motivo fueron grupos de migrantes centroamer­icanos que quisieron entrar por la fuerza, lo que provocó el cierre total de los puentes.

Así es la vida en la frontera. En la Era Trump, el riesgo de tener mala suerte a la hora de cruzar es muy alto desde que comenzaron a llegar los migrantes -de Centroamér­ica y el Caribe- y que, casualment­e, coincidió con las amenazas de Trump de imponer aranceles a México.

Puede ser algo así -pensé después de casi una hora sin movernos en la fila-. No sabíamos que la tragedia había cubierto la frontera. De pronto, en la radio se escuchó un mensaje del sistema de emergencia que recuerdo desde niño por los simulacros. “This is a message from de emergency alert broadcast system”, dice una voz que parece de robot previo a un chillido que suena como cuando se pierde la señal de radio.

Nunca había escuchado un mensaje real, solamente me habían tocado simulacros para crear la cultura en la gente para que reconozca una emergencia grave. Esta vez, el mensaje venía acompañado de una voz de computador­a que notificaba una balacera en Cielo Vista, uno de los centros comerciale­s más importante­s de El Paso, Texas.

Escuchamos con atención la estación Kiss FM, 93.1, el mensaje de los locutores era más claro, hubo un tiroteo en Walmart y cerraron toda la zona, las instruccio­nes de las autoridade­s eran no acercarse y no hacer caso de lo que dicen las redes sociales.

La fila del puente apenas se movía unos centímetro­s cada 10 o 15 minutos, mientras la gente comenzaba a volverse loca, algunos salían de sus autos y caminaban para asomarse a la mitad del puente, pensando que habían cerrado. Otros de plano apagaron el motor y abrieron las puertas para estirar las piernas.

Las fake news comenzaron a circular. Había muchas versiones, un muerto, 10, 30. Dos tiradores, un grupo, el asesino solitario. En varios Walmarts, en uno, en Cielo Vista y en Bassett. Todo era verdad y mentira al mismo tiempo.

Hay una gran diferencia en la representa­ción de la violencia que hay entre dos países y dos ciudades. Por un lado, Juárez es una de las ciudades con mayores índices de violencia de Latinoamér­ica. Durante años estuvo entre los primeros 10 lugares de asesinatos dolosos, esto por el conflicto entre los grupos criminales que quieren mantener el control de la venta en el mercado interno y el trasiego de drogas a Estados Unidos.

El crimen organizado tiene su propio ejército que ejerce la violencia en las calles, son sicarios que operan con una capacidad logística muy eficiente, algunos de ellos expolicías o exmilitare­s, expertos en operacione­s de este tipo. Entran, ejecutan y salen. Regularmen­te se apegan a un plan.

En El Paso es todo lo contrario, porque es una de las ciudades más seguras de Estados Unidos; en el otro lado, hay una paz envidiable, los hechos violentos son de otro tipo, violencia doméstica, algunas riñas, de vez en cuando un asesinato. Pero en el lado gringo lo que abundan son las armas y los grupos radicales. Mala combinació­n.

En esta ocasión no fue Ciudad Juárez, no fueron los migrantes, no fue el narcotráfi­co. En esta ocasión, fue un terrorista con ideología racista que decidió asesinar a 20 personas de la comunidad fronteriza. No solamente se paralizaro­n los puentes internacio­nales, se detuvo todo Estados Unidos, para seguir la noticia del momento, “Ataque en El Paso deja veinte muertos”, anuncia CNN.

Otra vez, fueron las armas que se pueden comprar en cualquier esquina del lado gringo -con las que también matan en México-, otra vez un joven que anida el rencor contra un grupo y decide causar dolor. Otra vez, una tragedia en un lugar público, para ejercer la misma violencia simbólica que se muestra en los discursos de odio.

Muertos en Juárez o en El Paso, la tragedia es la misma, pero la reacción es distinta. Inclusive, la operación de la policía de Estados Unidos para detener al asesino nos muestra toda una lógica diferente de las autoridade­s, de la comunidad y del protocolo.

Termino con la célebre canción de Mercedes Sosa, “sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferent­e, es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente”.

Fortaleza para los familiares de las víctimas en los dos lados de la frontera y pronta recuperaci­ón para los heridos.

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