El Paso y Chihuahua somos uno mismo
La ciudad fronteriza de El Paso, Texas tiene mucho significado para los chihuahuenses porque es destino natural, circunstancial u ocasional en algún momento de nuestras vidas.
Esta emblemática ciudad forma parte de nuestra historia nacional. Es también la última frontera de México con el país más poderoso económica y bélicamente hablando.
Independientemente de su tamaño, esta ciudad es tan importante como todas las que hacen frontera a lo largo de la vecindad con nuestro país. De uno y otro lado, aunque las leyes sean distintas y nos separen muros ideológicos y de lengua, la hermandad de millones de familias que la habitan son los lazos que la protegen de la vergüenza histórica y de la ignorancia de quienes pretenden romper la alianza.
En lo personal, ha sido destino de innumerables ocasiones a lo largo de 30 años, igualmente de paso para hacia otros destinos. Hay lazos familiares que me han hecho visitarla y cruzarla; no lo niego, soy consumidor de mercancía que ofrecen sus tiendas y centros comerciales, de la tienda donde sucedió la tragedia que ahora lloramos y es ciudad natal de seres amados.
Para los que vivimos en el estado de Chihuahua los hechos ocurridos el pasado sábado en el supermercado de Walmart, junto a Cielo Vista Mall resultan dramáticos, dolorosos y condenables. Por las víctimas inocentes, por los connacionales que perdieron la vida y los que fueron heridos, y por los argumentos tan absurdos del perpetrador que haló el gatillo.
Que no se saqué de contexto lo que el tiroteo de El Paso significa para Chihuahua y México, por supuesto para los estadounidenses que viven con miedo y son víctimas frecuentes de este tipo de hechos; porque la condición humana nos lleva, muchas veces a desvirtuarlos.
Lastima y duele cualquier muerte violenta. Nos afecta sobremanera las de los migrantes que se quedan en el camino en su deseo natural y legítimo de encontrar mejores condiciones de vida, en cualquier parte del planeta.
Se nos queda tatuado en el corazón como un recordatorio de cuán indolentes solemos ser, imágenes de personas y menores de edad cuyos cuerpos flotan en el mar y en sus playas, en los ríos o yacen sobre las vías del tren. No, no son diferentes las personas que mueren en cualquier parte del mundo que son asesinadas como consecuencia de la xenofobia.
Lo que nos afecta más en esta ocasión es que a El Paso lo consideramos parte de nuestra vida común, además que algunas de las víctimas pertenecen a nuestra raza, nacionalidad; porque en esta tierra y en esta frontera muchos lloran a los muertos, ya que son padres, hermanos, tíos, primos o alumnos.
No pienso profundizar, por respeto al duelo de quienes perdieron a un familiar o amigo, es sobre las motivaciones e inspiraciones que el multiasesino tuvo para cometer el acto de barbarie. No tiene caso perder el tiempo en subrayar lo que ya todos sabemos, de dónde provienen esos mensajes y por qué los fomenta.
Tampoco voy a abonar al oportunismo de gobernantes, legisladores y políticos que buscan sacar provecho del dolor ajeno y de esta tragedia en particular. Es ofensivo para la inteligencia de los chihuahuenses y de todos nosotros como mexicanos, señalar quién es el que siembra la discordia, clasifica a la nación y divide al país. Es ocioso ahondar en eso.
Lo que sí debemos hacer es alzar la voz y resonar el teclado para repudiar cualquier tipo de violencia, en cualquiera de sus modalidades, en contra de los migrantes, de las razas, del modo de pensar y del género.
Cuanto más seamos los que abracemos el respeto y la libertad, menos espacio tendrán para esconderse los cobardes y desquiciados que desentonan con nuestros principios y valores.
P.D. Sin odio ni venganzas, tan solo con el poder de la razón y de nuestro derecho de elegir, acudamos, cuando se llegue el momento, a frenar el avance de los arcángeles de la muerte y de los apologistas del desastre.