El Diario de Chihuahua

DE Política y cosas Peores

- Catón Escritor y Analista político

Ciudad de México.- “Esta noche no -dijo la excepción-. Tengo la regla”. Babalucas era empleado de una tienda de mascotas. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, llegó a comprar un perro. Babalucas le mostró uno y encomió las cualidades del caniche: “Es muy mansito, muy obediente y dócil”. Preguntó la copetuda mujer: “¿Y de pedigrí?”. Respondió Babalucas: “De eso no se preocupe. El animalito no bebe ni una copa”. La robusta señora le dijo a su marido: “¿Oíste? Ahora que salimos a correr nos aplaudían a nuestro paso”. “No eran aplausos -la corrigió el señor-. Eran tus pompas”. Don Añilio y don Geroncio, caballeros de madura edad, les avisaron a sus cónyuges: “No cuenten con nosotros esta noche. Iremos al teatro de burlesque. Unas hermosas hawaianas van a bailar la danza de la fertilidad”. Comentó una de las señoras: “Para ustedes ya es más bien la danza de la futilidad”. El Congreso está formado por personas que honran su cargo y se honran con él. Las sesiones son de buen tono y decorosas, ya no se oyen en ellas voquibles tabernario­s ni disparates de analfabeto­s y zafios. Se practica el respeto mutuo; se ha logrado podar a la democracia de sus malas formas. La consigna presidenci­al es indirecta y discreta, sin imposicion­es ni humillacio­nes. En la administra­ción pública los tontos se hallan en aplastante minoría. Hay que decir la verdad: jamás de los jamases nuestro país se vio más sólidament­e encarrilad­o por la buena senda. Hoy por hoy es un honor declarar en voz alta que es uno mexicano. Por desgracia las anteriores palabras, que intenciona­damente omití entrecomil­lar, no son de nuestra época. Las escribió Federico Gamboa en su diario a fines de 1906, y correspond­en al gobierno de don Porfirio Díaz. Un tipo le contó a otro: “Mi esposa se fue con mi mejor amigo”. “¿Cómo dices eso? -se quejó el otro-. Siempre me he considerad­o tu mejor amigo”. “Ahora ocupas el segundo lugar -replicó el tipo. No sé con quién se fue mi mujer, pero ese hombre, sea quien sea, es ahora mi mejor amigo”. Un extranjero llegó a la tienda de abarrotes y le pidió al dependient­e: “Eo u ito e leche”. El muchacho no entendió y llamó al dueño. Ante él repitió el hombre: “Eo u ito e leche”. Tampoco el tendero entendió. Cerca vivía el profesor Esperantio, maestro en lenguas, sabio políglota y hombre de inteligenc­ia luminosa. El abarrotero lo hizo venir y le pidió que tradujera lo que decía el cliente. Repitió éste: “Eo u ito e leche”. Tradujo el sapientísi­mo señor: “Dice que quiere un litro, pero no sé de qué”. Don Martiriano, el sufrido esposo de doña Jodoncia, les contó a sus amigos: “Mi hora favorita es la hora de la siesta”. “Perdona -intervino uno-. Siempre nos has dicho que nunca duermes siesta”. Repuso don Martiriano: “Yo no, pero mi esposa sí”. Un hombre vestido todo de negro y con los brazos en alto se presentó ante el doctor Duerf, célebre analista, y le dijo: “Creo que soy un paraguas. Sólo eso le diré acerca de mi problema”. “Señor mío -respondió el siquiatra-. Si quiere usted que lo ayude tendrá que abrirse”. Aquel sujeto llegó al otro mundo y San Pedro lo mandó al infierno. “¿Por qué? -se enojó el hombre-. Estoy viendo el informe de mi vida y dice: ‘Obró bien’”. “No es el informe de tu vida -lo corrigió el apóstol-. Es el reporte de tu último día en el hospital”. En la noche de bodas la ingenua recién casada se desconsoló al ver el estado en que había quedado la entrepiern­a de su maridito después del primer acto de amor. Se alegró, sin embargo, cuando 15 minutos después el novio se puso nuevamente en aptitud de amar. “¡Fantástico! -exclamó la desposada, jubilosa-. ¡Es reciclable!”. FIN.

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