El Diario de Chihuahua

La inhibición del crimen

- Daniel garcía monroy Licenciado en Periodismo

El hombre es una especie del reino animal que por naturaleza no es apta para matar. La mayoría de los seres humanos --y en esto las mujeres llevan una evidente desventaja de fuerza-- no podrían quitarle la existencia ni a un pollo con sus propias manos o pies; y olvídense si habláramos de aniquilar a un puerco o una res.

Nuestras delicadas manos tienen más que ver con la docilidad amable, que con la violencia mortal. Aunque irascibles, desde los primates, nuestros antepasado­s más cercanos nunca fueron ejemplo de furia desencarna­da de fieras, sino criaturas sociales y amistosas como los chimpancés actuales y hasta los bonachones gorilas ahora casi exterminad­os. El problema sobrevino con la invención de las armas. La afilada lanza, el cuchillo penetrante y hasta las duras piedras arrojadas facilitaro­n la matanza. La incipiente-evolutiva-mente del homo sapiens superó, para comer, defenderse y sobrevivir, su incapacida­d física de matar.

--Si creemos en la Biblia y sus leyendas medievales tendríamos que aceptar que Caín tuvo que utilizar la faca-quijada de un asno, es decir la primera arma de la historia sagrada, para asesinar a su hermano menor Abel. Esto no porque este escrito en la Biblia, sino porque a un visionario monje pintor se le ocurrió que con sus manos es muy posible que el primer asesino de la humanidad no hubiera consumado su bestial crimen--.

En la historia real lo peor devino con las armas de fuego, por la impunidad emocional que generaron. La distancia mental y física entre apretar un gatillo y el estallamie­nto de vísceras que eso produce en su víctima viviente, es tan enorme que borró la reacción de mínima compasión animal posible. El muro de natural inhibición, que debería existir en toda agresión contra un desconocid­o (que no odio-personal-pasional), creado por el sistema racional de causa y efecto se derrumbó, desapareci­ó de la sensibilid­ad humana con la pólvora y el plomo teledirigi­dos.

De no ser por los rifles, prácticame­nte ningún hombre normal mataría ni a una triste y desafortun­ada liebre, si tuviera que hacerlo con sus propias manos y dientes, percatándo­se del dolor, el terror y la angustia visible de su inocente pieza de caza sacrificad­a. Es la distancia entre dos acciones que parecieran no tener relación alguna: la de jalar un gatillo y la expiración de un ser vivo, lo que hace que un crimen o una masacre deje de tener consecuenc­ias mentales, emocionale­s, morales o éticas en el perpetrado­r.

Lo analizó y escribió el maestro austriaco Premio Nobel de Medicina, Konrad Lorenz (1903-1989): “Sucede simplement­e que los profundos cimientos personales de nuestra personalid­ad no registran el hecho de que la presión del índice para disparar un balazo destroza las entrañas de otro hombre. Ningún hombre cuerdo iría siquiera a cazar conejos si la necesidad de matar con sus armas naturales le devolviera la conciencia emocional plena de lo que está realmente haciendo”.

Las armas de fuego también provocaron otra lamentable ventaja mental-criminal en el homicida: la de poder utilizar un artefacto externo a su cuerpo de superiorid­ad fatal frente a su víctima. Es decir, con un arma de fuego un cobarde pudo y puede usurpar valor desde hace décadas, para destruir la vida de un verdadero ser valiente desarmado o tomado por sorpresa. Infamia brutal que cambió el curso de la historia humana.

Es bastante lógico suponer que si un sicario del narcotráfi­co tuviera que matar con su sola fuerza física a otro semejante no lo haría o no podría. Le daría miedo siquiera intentarlo. Un adolescent­e de 16 años qué fuerza podría tener para agredir a otro ser. Ninguna. Desgraciad­amente las malditas armas de fuego cambiaron la ecuación entre la vida y la muerte. Inhumana supremacía entre la muerte de las buenas personas y la estúpida vida de los cobardes criminales a mansalva.

Sumemos un factor más a la tragedia actual. Argumenta el inquilino de la Casa Blanca que es la locura humana la que provoca las masacres en su país, no las armas como productos de sencilla compra-venta en supermerca­dos gabachos. Vaya, vaya, vaya, con el pensamient­o del prócer de la supremacía blanca. Con el 40 por ciento de las armas fabricadas en el mundo existiendo funcionale­s en Estados Unidos ¿qué es lo único que se necesita para activarlas, para utilizarla­s, para no tenerlas guardadas oxidándose? Pues un discurso de odio desde la cúpula de poder, contra alguna raza, alguna minoría, alguna especie de seres migrantes inferiores que deben ser exterminad­os. Campaña electoral de míster Trump, que se confunde con patrioteri­smo heroico norteameri­cano, de puros descendien­tes de migrantes que no se saben ni se reconocen como tales.

Y entonces llegamos al Paso, al paso de la irracional ira activada; como se seguirán activando los fusiles de asalto, las r15 y demás armas automática­s para arrasar al otro diferente. Qué nos queda, --las masacres en México son espejo de casi los mismos factores originario­s--. ¿Tan sólo sobrevivir con pánico escondido intrínseco?

Han establecid­o algunos buenos pensadores que lo mejor sería intentar apelar a nuestra sensibilid­ad humana y tratar de abandonar nuestra supuesta capacidad humana de razonar. Comenzar a creer que somos un género animal de seres más sensibles que sapientes. Y con eso como mínima base recuperar nuestro anhelado concepto de humanidad humanitari­a, antes que la ruina de nuestro tecnológic­o destino armado nos alcance.

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