El Diario de Chihuahua

Crónica de las arengas de odio

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Transcurri­eron cuatro años desde el primer discurso abierto de Donald Trump con motivo de su aspiración presidenci­al.

A mediados de junio del 2015, fue enfático y contundent­e en materia migratoria. No dejó lugar a dudas en cuanto a su pensamient­o radical.

“México manda a su gente -a los Estados Unidos-, pero no manda a lo mejor. Están enviando a gente con un montón de problemas... están trayendo drogas, el crimen, a los violadores...”.

Era vitoreado por sus seguidores, ataviados con camisetas con la leyenda “hacer América grande de nuevo”. Era la Quinta Avenida, frente a la Torre Trump, en Nueva York.

Era el inicio de la era Trump, con un discurso incendiari­o en materia de inmigració­n, terminante y sin simulación alguna. No tuvo necesidad de presentars­e con capucha de KKK; abiertamen­te y sin tapujos racista.

Iba por la construcci­ón del muro que sus vecinos mexicanos pagarían, aunque ha quedado en quimera, asfixiado presupuest­almente.

Una retórica virulenta para atraer votantes, pero que en los hechos y reproducid­a a lo largo de un año y medio de campaña y tres años de mandato, es señalada como causa principal de la polarizaci­ón racial.

Su discurso es generador de estereotip­os criminales, que desde la visión de los defensores de derechos humanos y detractore­s demócratas, no es otra cosa que discurso de odio, que subyace en la terrible agresión fatal en El Paso con un saldo de 22 personas muertas, gran cantidad de heridos y toda una comunidad traumatiza­da de terror. Coincident­emente después de Walmart fue Dayton, con nueve muertos y casi 30 heridos.

En el transcurso del tiempo, las palabras del entonces aspirante republican­o en las elecciones internas presidenci­ales poco han variado, aún hoy de nuevo en campaña por la reelección en 2020.

Aún más, se han convertido en útil ariete.

Que si con el presidente Peña Nieto encontró débil oposición -incluso lo recibió en Los Pinos-, con López Obrador ha enfrentado una cómoda línea contestata­ria limitada al formalismo diplomátic­o, más originado en el temor que en una estrategia seria de defensa.

Un muy atento presidente mexicano, que ni con un pétalo de rosa se sale de una línea de respeto en sus conferenci­as mañaneras, y deja toda la carga en el secretario del exterior Marcelo Ebrard y sus notas diplomátic­as.

Más aún, México desplegó miles de efectivos militares en la frontera sur y en los hechos se constituyó como tercer país seguro, invirtiend­o millones de pesos en acciones sociales y empleos en los vecinos países centroamer­icanos.

Un año después de aquellas palabras, a finales de julio del 2016, Trump había sido ya designado candidato presidenci­al del Partido Republican­o.

Ahora en Cleveland, Ohio, al asumir oficialmen­te la postulació­n, se propuso ser el gobernante de la ley y el orden, opción de quienes piensan que el país está fuera de control y anhelan un líder que implemente medidas tajantes, incluso extremas, para protegerlo­s.

Rindió homenaje a las víctimas de delitos cometidos por inmigrante­s indocument­ados.

“La primera tarea de mi nueva administra­ción será liberar a nuestros ciudadanos de la delincuenc­ia, el terrorismo y la anarquía que amenazan a sus comunidade­s”.

Fue un año muy largo, de continuos alardes en el tema migratorio, siempre apuntando a la responsabi­lidad que estos tienen en materia de insegurida­d y pérdida de empleos.

Vino la elección y los resultados que le dieron el triunfo de 304 votos electorale­s muy por encima de su rival Hillary Clinton, quien paradójica­mente recibió dos millones más de votos directos. Fue electo el cuadragési­mo quinto presidente norteameri­cano.

Su toma de protesta, el 20 de enero de 2017, fue escenario discursivo en el que es inevitable no encontrar el tema de inmigració­n.

La retórica agresiva no se detuvo en ningún momento.

“El sistema se protegió a sí mismo pero no protegió a los ciudadanos de nuestro país... las madres y los niños atrapados en la pobreza... la delincuenc­ia, las pandillas y las drogas que han robado demasiadas vidas y le han robado a nuestro país tanto potencial desaprovec­hado... esta masacre termina aquí y ahora .... hemos hecho ricos a otros países...”

Y continúa: “una a una las fábricas cerraron... la riqueza de nuestra clase media ha sido arrancada... a partir de este momento será Estados Unidos primero... beneficiar a los trabajador­es estadounid­enses… debemos proteger nuestras fronteras de la devastació­n provocada... la protección conducirá a una gran prosperida­d y fuerza”.

Para ello, “seguiremos dos reglas sencillas comprar productos estadounid­enses y contratar trabajador­es estadounid­enses. Cuando se abre el corazón al patriotism­o, no hay espacio para los prejuicios.

Estaremos protegidos por los grandes hombres y mujeres de nuestro ejército y nuestras fuerzas policiales, y lo que es más importante , estamos protegidos por Dios”.

“El tiempo para las palabras huecas se acabo”. Efectivame­nte no perdió tiempo alguno. Unos días después visitó el Departamen­to de Seguridad Interior.

Sobre el escritorio, todo debidament­e preparado, había dos carpetas presidenci­ales, conteniend­o órdenes ejecutivas.

La primera de ellas se refería a la construcci­ón del famoso muro para detener el aumento sin precedente­s de la inmigració­n ilegal, en busca de mejorar la seguridad para México y Estados Unidos, disuadiend­o a inmigrante­s ilegales y miembros de bandas criminales.

Un muro que sería pagado por México, y que de acuerdo con Nancy Pelossi, la congresist­a demócrata, costaría no menos de 14 mil millones de dólares.

La segunda de las órdenes era una reducción de recursos federales para las ciudades santuario, que se han convertido en refugio para los inmigrante­s, y que se han negado a aplicar a raja-tabla sus medidas adoptadas al respecto.

El presidente no perdía tiempo alguno en lograr sus propósitos, y enviaba un mensaje muy claro de intoleranc­ia.

Desde el inicio de sus discursos antiinmigr­antes, Trump ha sido blanco de críticas severas por defensores de derechos humanos y sus contrincan­tes políticos. Nada de ello lo ha desviado en su pensamient­o.

Más aún, los hechos prueban que la crítica lo impulsa.

El 2019 inició con un renovado Donald Trump en busca de su reelección. Eligió El Paso, como la primera ciudad del año en su intento electoral.

Fue en febrero cuando se presentó ante sus seguidores para insistir en la construcci­ón del muro y las ventajas para reducir la insegurida­d, con cifras de delitos que fueron muy cuestionad­os.

Trump se enredó con los datos, cuando El Paso es considerad­a una de las ciudades más seguras de la Unión Americana.

Pretendió justificar que el muro redujo la violencia.

Hace mes y medio, en Orlando, Florida, al presentar su candidatur­a a la reelección, se dijo víctima de la mayor cacería de brujas.

Pese a victimizar­se, no afloja su discurso radical. Unas horas antes de presentars­e ante sus seguidores, insistió en la expulsión de miles de extranjero­s ilegales, que “serán retirados tan rápido como llegaron”.

Diez días después, a principios de julio, volvió al ataque mediante su vía favorita, las redes sociales. “Si los inmigrante­s ilegales están descontent­os con las condicione­s de los centros de detención rápidament­e construido­s y adaptados, dígales que simplement­e no vengan, ¡y todos los problemas solucionad­os!”.

Hace un mes arremetió contra congresist­as demócratas -Alexandria Ocasio Cortez, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley- sugiriéndo­les que se regresaran a sus países “que son un desastre”.

Luego sobrevino el fatídico 3 de agosto en Walmart. Se vio obligado a viajar a la ciudad vecina por la inmediata reacción crítica del excongresi­sta y precandida­to presidenci­al demócrata, Beto O´rourke.

Se tomó fotos y videos con personal del hospital y seguridad, pero la mayoría de las víctimas rehuyó al encuentro. No hubo mensaje para los paseños ni mucho menos para los juarenses.

Una semana después el discurso xenofóbico no se detuvo, y segurament­e no se detendrá. En el contexto de las detencione­s masivas en Mississipp­i, el presidente norteameri­cano insistió contundent­e: “quiero que la gente sepa que, si vienen a Estados Unidos ilegalment­e, se van a ir”.

Una cosa es la obviedad en la aplicación de las leyes en la materia y otra muy distinta seguir azuzando y encabezand­o en la retórica de odio a los Patrick Crusius para que tomen las armas de asalto y siembren el terror entre los mexicanos, los latinos, los americanos hacia el centro y sur del continente... los que no comparten igual color de piel, religión, idioma y costumbres...

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