El Diario de Chihuahua

DE Política y cosas Peores

- Catón Escritor y Analista político

Ciudad de México.-”¿soy yo el primer hombre con el que duermes?”. Esa pregunta le hizo el novio a su flamante mujercita al comenzar la noche de las bodas. Respondió ella: “Si te quedas dormido, sí”. Una señora llamada doña Otelia estaba poseída por el monstruo de los ojos verdes, que así llamaban los antiguos a los celos. Esto de los celos es algo muy extraño. Resulta inentendib­le, por ejemplo, que un hombre que por años no ha mirado a su mujer se ponga furioso si otro hombre la mira. Lo celos femeninos suelen ser más enconados que los del varón. Basta recordar a Medea, cuyos terribles crímenes por celos son tema de algunas de las más trágicas tragedias griegas. Cuídate de una mujer celosa: es capaz de todo, hasta de amarte. Pero me estoy alejando de mi historia. Vuelvo a ella. Doña Otelia revisaba todos los días las solapas del saco de su esposo. Un día descubrió un cabello claro. “¡Me estás engañando con una rubia!” -clamó con iracundia. Al siguiente día encontró un cabello oscuro. “¡Me estás engañando con una morena!” -profirió furiosa. Un día después no halló ningún cabello. “¡Ah! -montó en cólera ignívoma-. ¡Me estás engañando con una mujer calva!”. El médico del pueblo salió de cacería con su carabina al hombro. Lo vio un lugareño y le preguntó, curioso: “¿A dónde va, doctor?”. Respondió el facultativ­o: “Voy a cazar conejos”. “Ah, vaya -dijo el otro-. Pensé que llevaba el rifle por si le fallaban los recursos de la ciencia”. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupisce­ncia de la carne, le comentó a un amigo: “Tengo una nueva novia. Me gusta porque es hermosa, culta, amable, inteligent­e, simpática y adúltera”. “¡Mesero! -llamó el indignado cliente-. ¡Este pescado blanco de Pátzcuaro me sabe a mar!”. “No me extraña, señor -repuso el camarero-. Los peces de ese lago suelen ser muy cariñosos”. El joven marido fue a la farmacia a comprar un condón. El farmacéuti­co le dijo: “Se nos acabaron los de color blanco. Tenemos solamente preservati­vos negros y otros color de rosa con pintitas verdes”. “Deme uno negro” -pidió el muchacho. Pasaron 10 años de esto que he narrado. Una mañana el hombre que compró aquel condón estaba en la sala de su casa. Se le acercó su hijo mayor y le preguntó: “Papá: ¿por qué todos mis hermanitos son blancos, y yo soy negro?”. “¡Anda, cabrón! -le contestó su padre con enojo-. ¡Y date de santos de no haber nacido color de rosa con pintitas verdes!”. Desde luego yo no metería al fuego la mano de ninguno de mis amigos por Rosario Robles. Sin embargo tengo para mí que las acciones en su contra son más un linchamien­to político que un acto de justicia. Desde el punto de vista estrictame­nte jurídico el proceso que se le sigue está prendido con alfileres. Cualquier abogado huizachero o rábula podría echarlo abajo fácilmente si las cosas se condujeran con apego a la ley y no en acatamient­o de consignas. Decir esto no implica en modo alguno defender a la señora ni oponerse a la lucha contra la corrupción emprendida por el presidente. Significa, sí, expresar la idea de que la iniquidad que se comete contra algún miembro de la sociedad podrá ser cometida alguna vez contra ti, contra mí o contra cualquiera. Así las cosas se debe invocar permanente­mente el apego a la ley incluso en relación con los culpables, de modo que todos seamos juzgados conforme a derecho y no según la caprichosa voluntad del poderoso en turno. Con lo anteriorme­nte dicho creo haber cumplido por hoy la misión que a mí mismo me he impuesto, de orientar a la República. Ahora, para usar la expresión de los merolicos callejeros, paso a retirarme. FIN.

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