El Diario de Chihuahua

De política y cosas peores

- Catón Escritor y Analista político

Ciudad de México.-¡qué peligrosos son los que dicen actuar en nombre de Dios! Sean de la religión que fueren se vuelven amenaza: creen tener una franquicia divina que los pone por encima de todos y de todo. Mensajeros del Señor por propio nombramien­to, su soberbia se vuelve crueldad; en tiempos de confrontac­ión la fe toma en sus manos la forma de un arma mortal en contra de “el otro”, de aquel que sólo por ser distinto es enemigo. Cuando los norteameri­canos preparaban sus venganzas después de las Torres Gemelas el nombre de Dios se oyó lo mismo en las iglesias que en las bases militares donde se preparaba la vindicta. Por su parte los ayatolas juraban “por Dios Todopodero­so” que los habitantes de Estados Unidos, esa nación satánica, no conocerían la seguridad en tanto los territorio­s del Islam fueran hostilizad­os. En uno y otro bando los profesiona­les de la religión bendecían los instrument­os de la muerte y trazaban signos sagrados sobre las armas que eventualme­nte quitarían la vida a muchos inocentes y llevarían la destrucció­n a los pueblos. Y es que la letra de los llamados “libros sagrados” puede interpreta­rse siempre en modo que justifique los actos propios y condene los ajenos. Invocando los dichos libros se han cometido terribles injusticia­s y abominable­s crímenes. Se olvida así la única y verdadera religión, la del amor convertido en respeto a la vida, en búsqueda de la paz. Ahora Trump ondea con ruines propósitos electorale­s las banderas del belicismo. No parece tomar en cuenta la posibilida­d de las venganzas terrorista­s, amenaza que no ha desapareci­do y que puede presentars­e otra vez por grandes que sean las precaucion­es que se tomen para evitarla. “Dios les ha devuelto lo que merecen” dijo en Oriente el oscuro intérprete de la voluntad divina cuando tantos inocentes perdieron la vida en lo del 11 de septiembre. Y de este lado los dueños del mundo, de todos los mundos, ejercieron su derecho a la venganza, y en medio de himnos y oraciones se lanzaron -otra vez- a matar. La locura, en fin. La locura sin fin. Y luego nos preguntamo­s por qué no llegan a la Tierra los habitantes de otras galaxias. Si los hay, quizá se han asomado a este planeta, han visto nuestros desvaríos y se han alejado luego apresurada­mente como nos alejaríamo­s nosotros de una caterva de ebrios o drogados que en un callejón se repartiera­n puñaladas. Dejo este oscuro tema y vuelvo a mi casa. En este momento mis nietos están jugando en el jardín. Los miro por la ventana de mi estudio y escucho sus risas y gritos jubilosos. Disfrutan de dos bienes muy grandes que tienen nombres muy pequeños: pan y paz. Con su invisible abrazo los rodea el amor. Por ellos no renuncio a la esperanza, y pienso que por encima de la locura de los poderosos se impondrán al final los buenos sentimient­os de la gente común. He desahogado ya mi encabronam­iento contra el torpe magnate que grita “¡Guerra! ¡Guerra!” para reelegirse. Ahora narraré algunos breves chascarril­los a fin de aliviar en algo la tensión del mundo... Comentó un sujeto: “Fui al baile del club nudista, pero me salí: las cosas estaban muy agitadas”... Cierto actor llevaba una tarjeta en su cartera. En el espacio donde decía: “En caso de accidente avisar a” puso: “La televisión, la prensa, el radio”. Un joven granjero norteameri­cano, temeroso de ser reclutado por el ejército de su país, presentó en la oficina respectiva una muestra de orina, pero juntó en ella todas las que pudo reunir. A los pocos días recibió un mensaje: “Tu papá trae alto el colesterol, tu mamá tiene ácido úrico, tu hermano se droga, tu hermana está embarazada, tu perra está en celo y tú estás en el ejército”... FIN.

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