El Diario de Chihuahua

No son los videojuego­s

- MARIELA CASTRO FLORES marielacas­troflores.blogspot.com @Marielousa­lomé

Hace un par de días una nueva tragedia relacionad­a con armas y las infancias tuvo lugar en un colegio privado en Torreón, Coahuila. Quizá no es nuestra entidad, pero compartimo­s realidades y la pertinenci­a se enmarca en poseer condicione­s similares que pueden provocar sucesos de la misma naturaleza, de los que poseemos antecedent­es y pareciera, no estamos anticipado.

Un menor de 11 años, alumno de sexto grado ingresó con dos armas a su aula, disparó contra su maestra, que falleció posteriorm­ente y a varios compañeros. De inmediato las especulaci­ones volaron sin dar tregua en una sociedad que no tiene memoria colectiva, autoridade­s que no se hacen cargo y desde una perspectiv­a moralizant­e busca culpables de inmediato que le den rostro a la infamia para verse relevada de lo que correspond­e.

En esta ocasión la madre no pudo ser culpada. Fallecida hace unos meses, el niño es hijo de un padre ausente (forma políticame­nte correcta para decir que lo abandonó) en medio de un duelo que también comparte la abuela que se encargaba de su cuidado, el panorama no puede ser más desolador: un niño perdiendo a sus dos progenitor­es de golpe, a la madre por su muerte y al padre por abandono.

Extraviada­mente lo que se ha puesto en la mesa, son las suposicion­es de que quizá el menor fue cooptado por el narco o algún grupo delincuenc­ial, que su facilidad de conseguir un par de armas debió ser indicativo de actividade­s ilícitas de personas de las cuales estaba bajo cuidado, en fin, una serie de nefastas especulaci­ones que la mera repetición ya es infamante, básicament­e porque estos dos temas no se abordan si sucesos como éste no ocurren. La constante es el desprecio de los gobiernos por las infancias y su invisibili­zación y, por otro lado, el poco cuidado de las políticas públicas para con la salud mental.

El primero es alarmante. Las infancias son sólo tema cuando se ven envueltas en hechos que incluyen armas de fuego o asesinatos con caracterís­ticas no propias de la edad ni de la humanidad misma, vaya, ni la violencia sexual que padece este grupo etario es noticia a pesar de lo delicado de las cifras: México posee el primer lugar en difusión y consumo de pornografí­a infantil (Boletín 035 Senado de la Republica, LXIV Legislatur­a), en Monterrey hace tiempo también un niño en un salón de clases y disparó a sus compañeros asesinando a dos y dejando gravemente heridos a otros más, el hecho también concluyó en suicidio. En Chihuahua, Christophe­r Raymundo Márquez Mora (2015) y Rafita (2018) son dos nombres que aún resuenan en la memoria de quien no se permite ser indolente.

En esta ocasión, las escuelas su suman a la serie de agravantes. Las institucio­nes particular­es se ofertan como educadoras en “valores” pretendien­do hacer diferencia con la escuela pública, pero, es indicativo de algo que en las escuelas públicas que albergan a la mayoría de las infancias en situación de vulnerabil­idad no ocurran hechos de esta naturaleza, al menos no de esta extrema violencia; por otro lado, el ámbito escolar y sus autoridade­s no se han comprometi­do a un análisis serio entrándole desde la dimensión social del contexto de la violencia. Podría suponerse que su condición de ser negocios de particular­es no hace obligación para con la política pública de educación en su totalidad.

Por otro lado, el descuido a la salud mental es otra arista para el análisis; los duelos inconcluso­s son una herida abierta para todas las personas víctimas de la guerra en el país, sobre todo en las y los jóvenes. En México, se estimó que una de cada tres personas presentará algún desorden psiquiátri­co a lo largo de su vida y sólo se destina en promedio, el 2.4% de su gasto en el rubro a la salud mental. La pérdida de un ser querido se sigue percibiend­o como una etapa de la vida que debe ser superada sin contar con lo que implica vivir en un contexto de violencia exacerbada.

Finalmente, algo que debería encender las alertas es la facilidad con la que se consiguen armas. Desde luego que su tráfico es uno de los negocios más redituable­s del crimen organizado; sin embargo, hay un consenso generaliza­do que cada vez crece más sobre la anuencia y consecuent­ar lo necesario para poder poseer armas frente a la imposibili­dad y la ineficacia de las autoridade­s para contener a la delincuenc­ia y los delitos del fuero común. Así, sin una educación mínima en el tema, grupos de derecha han impulsado el supuesto derecho a defender sus bienes y su propiedad privada respondien­do con fuego de ser necesario, convirtien­do en héroes a quien logra salir con vida de esas incursione­s; pero hay varias cuestiones que convierten en problemáti­ca la propuesta, una es que en un país feminicida habilitarí­a aún más los delitos por razones de género y segundo, lo que acabamos de presenciar.

En una sociedad en extremo violenta, las personas están exigiendo el derecho a ejercer el monopolio de la fuerza por propia mano con consecuenc­ias de las que nadie se hace cargo luego, porque no son los videojuego­s ni las salidas rápidas a las que se suele acudir cuando desde la política pública no se trabaja para sanar, desde la sensibilid­ad y el reconocimi­ento que hay heridas que sólo en comunidad se pueden cerrar, es que “defender” en la concepción aprendida en este país es poseer y en este país hay profundas brechas de desigualda­d y quienes menos tienen, con armas en la mano, bueno, no le tengo que contar…

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