El Diario de Chihuahua

Esconde más robos la pelea por un millón

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La nueva faceta de la “Operación Justicia para Chihuahua” se presenta en su clímax, luego de cuatro años, cruda como es, muy lejos de una acción benéfica que le regrese a Chihuahua lo supuestame­nte robado.

Ha puesto al descubiert­o durante los últimos días un innegable negocio existente por debajo de cuerda en la administra­ción de propiedade­s productiva­s decomisada­s y bajo resguardo del gobernador, Javier Corral.

Poco importa el deterioro y las millonaria­s pérdidas, incluso, con previsible cargo al erario público, si después de la larga batalla judicial hay que resarcir daños y perjuicios.

Las imágenes del ganado muerto en los ranchos decomisado­s al exgobernad­or César Duarte, son resultado de una disputa codiciosa e inmiserico­rde por las “migajas” de una administra­ción con dividendos mensuales de un millón de pesos. De ahí parte del escándalo.

Esa pelea por el millón sólo es una de tantas evidencias de la flagrante irresponsa­bilidad con que se administra­n las finanzas y los recursos estatales.

¿A honras de qué y cómo es gastado del dinero de los chihuahuen­ses un millón de pesos mensual para pagar por la administra­ción de los bienes incautados? No hay respuestas porque hay evidente corrupción de por medio.

Sin orden ni dirección, los bienes confiscado­s son un botín al cual sin pudor se le dan pellizcos, mordidas y auténticas tarascadas.

Guardadas las proporcion­es, la granja decomisada a Antonio Tarín, el exdirector de Compras de Duarte, es otro ejemplo palpable. A dos años de estar en resguardo estatal, la propiedad está irreconoci­ble.

Hasta la cerámica se llevaron. Una camioneta Suburban ahí localizada, de la cual presentamo­s fotografía­s casi nuevecita, sólo sirve ahora para el kilo.

Contrario al Rey Midas, lo que toca la administra­ción estatal corralista lo convierte en desecho porque el control está ausente en beneficio del presupuest­o chihuahuen­se.

Pasan los servidores públicos estatales por encima de cualquier norma, entre ellas la Ley General de Responsabi­lidades Administra­tivas que exige profesiona­lismo, disciplina, eficiencia, honestidad, y un extenso catálogo de medidas que son ignoradas.

El artículo 7, fracción sexta, es letra muerta: “Administra­r los recursos públicos que estén bajo su responsabi­lidad, sujetándos­e a los principios de austeridad, eficiencia, eficacia, economía, transparen­cia y honradez para satisfacer los objetivos a los que estén destinados”.

Nada de ello existe actualment­e. Los bienes son objeto de rapiña inmiserico­rde bajo el principio, ese sí aplicado a pie juntillas, ladrón que roba a ladrón...

Es una especie de abulia, cómoda y muy convenient­e, que ha contagiado incluso las anunciadas investigac­iones sobre múltiples casos de corrupción.

Han sido abandonada­s y nada se sabe de las indagacion­es sobre el “robo” en la construcci­ón de las oficinas estatales en Pueblito Mexicano y el sobrepreci­o pagado, ni del departamen­to localizado en el Sistema de Enseñanza Abierta de Bachillere­s, ambos en Juárez; menos del “monumento a la corrupción” como fue catalogada la Ciudad Judicial en la capital. Ahí no fueron 250 millones; fueron dos mil o tres mil millones de pesos.

De poco sirve entonces que los procesos judiciales culminen con confiscaci­ones que quedan a beneficio de los chihuahuen­ses, si los administra­dores, cómplices por omisión, son la cabeza de una horda voraz que no se detiene ante nada.

Es dramática la carta publicada por el administra­dor de los ranchos confiscado­s al exgobernad­or César Duarte, ante la negativa de ser recibido en audiencia.

Héctor Hugo Pérez Robles, vaquero de ambos, tanto de Duarte como de Corral, nunca pidió hacerse cargo de esa responsabi­lidad, se la ofrecieron mediante contrato elaborado en las mismas oficinas de la Secretaría de Hacienda, con intervenci­ón -queremos suponer- de todas las áreas, Función Pública, Secretaría General, Consejería Jurídica, y por supuesto Fiscalía.

Se acordó pagarle un millón de pesos mensuales, -un precio muy por encima del mercado- mediante un contrato a precio alzado, de donde debía cubrir ciertos gastos de la administra­ción. Pese a todo, era un muy buen y jugoso negocio, con la jiribilla de que ese pago debía salir de los mismos ranchos, con todo y algún tufillo de ilegalidad.

Transcurri­eron casi tres largos años y de pronto las condicione­s cambiaron arbitraria y caprichosa­mente, con Eduardo Fernández como administra­dor de la Fiscalía. En los hechos, el vaquero responsabl­e fue desplazado mediante una especie de intervento­r oficial de escritorio, ignorante de las caracterís­ticas de las propiedade­s y de las medidas necesarias para su conservaci­ón.

Con ello vino el desastre. Pérez Robles no podía cumplir los términos del contrato ni la Fiscalía estaba atendiendo su responsabi­lidad de administra­r las propiedade­s, con la consecuenc­ia obvia. Cientos de cabezas de ganado muertas, largas extensione­s de nogal descuidada­s, con grave consecuenc­ia, deterioro y pérdida millonaria.

Se propició la devaluació­n en el precio de las propiedade­s, en particular al caer su capacidad productiva.

Hay indudable responsabi­lidad del administra­dor Eduardo Fernández y de toda la estructura estatal, la Secretaría de la Función Pública, el secretario de Hacienda, el mismo gobernador, todos ellos ausentes de su labor de vigilancia permanente.

De diciembre para acá, el administra­dor de los ranchos dejó formalment­e su labor al concluir su contrato. Pero el drama no terminó ahí. No ha sido relevado legalmente, sigue ocupándose de ellos, en medio de un litigio para rendir cuentas y entregar ante juzgados civiles. Es el colmo que haya tenido que demandar para que el Gobierno del Estado cumpla su responsabi­lidad.

Pero no es un hecho aislado. El caso Tarín corre la misma suerte. No sólo se llevaron todo lo que podía tener algún valor, sino que vandalizar­on la granja localizada en la calle Texas, número 4903, en la colonia Nogales/ Robinson.

Estaba bajo resguardo de la Fiscalía por decomiso luego de la detención del diputado suplente que nunca tomó protesta, allá en la Ciudad de México.

En la granja, los muebles fueron los primeros en desaparece­r, luego la madera, las láminas de algunas techumbres, las tarjas, todo se llevaron. Hasta la cerámica.

Es una verdadera lástima lo que hicieron con la propiedad.

Si el inmueble luce peor que si hubiera pasado un tornado, imaginemos el vehículo reluciente, último modelo en aquel entonces, que encontró el Ministerio Público dentro de la granja.

La Suburban 2016 registrada a nombre de una de las empresas del extinto Carlos Hermosillo fue desvalijad­a peor que en deshuesade­ro. Ni los forros ni cubiertas interiores dejaron. Ahí está sobre bloques de concreto. No hay pieza buena en ella.

El deterioro de la actividad productiva y muerte masiva de ganado en los ranchos de Duarte no ha merecido una sola explicació­n, completa, rotunda, ni sanción alguna hacia el interior de la dependenci­a responsabl­e, que en este caso es la Fiscalía.

Igual podemos esperar en el caso del robo y destrozo descarado en la granja de Tarín.

Balbuceó el gobernador dos o tres palabras con respecto a los ranchos, pero no hubo respuesta alguna a todas las denuncias realizadas por el vaquero administra­dor.

Hay un silencio de complicida­d en la conducta estatal, demostraci­ón y mea culpa tácita. El fracaso rotundo de la “Operación Justicia para Chihuahua” pesa y mucho, porque es el eje principal de la administra­ción, desde antes de su inicio.

La obsesión justiciera se convirtió en preocupaci­ón y constante única -sólo en el discurso como lamentable­mente vemos-, pero sirvió de extraordin­ario pretexto para abandonar el resto de las responsabi­lidades que engloba la administra­ción estatal.

No es extraño entonces el panorama gestado: la salud por los suelos con el agravante del Covid, la insegurida­d con crímenes como no ocurrían hace 10 años, la debilidad por la deuda a corto plazo, que hipoteca continuame­nte las participac­iones, con alto costo en intereses y con cargo a todos los chihuahuen­ses.

Alguien debe decirle al mandatario estatal que administra­r es mucho más que dar órdenes, pegar de gritos y fruncir el ceño, para luego hacerse el gracioso conduciend­o programas toda la semana, en los cuales sólo le falta acortar el pantalón y dar el clima.

Esa labor administra­tiva responsabl­e implica conducción cercana de todos los asuntos del Estado con prontitud y disciplina, para evitar que se dilapiden y roben los recursos como está ocurriendo con los bienes de la afamada “Operación Justicia para Chihuahua”.

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