El Diario de Chihuahua

Lupita y Paquita: me estás oyendo inútil

- Alfredo espinosa Médico Psiquiatra Escritor alfredo.espinosa.dr@hotmail.com A mí, que hasta con Dios te comparé que siempre te he tenido en un altar, me das una amargura de saber que piensas con lo nuestro terminar. ...me dejas con el vicio de tu piel no

(Primera parte)

1 .- El amor es un arte letal; y las canciones, el arma blanca con que se hieren los corazones de los amantes. La canción mexicana disecciona el alma y con frecuencia logra reconocer al amor a través de sus agresores como la traición, el desengaño, la humillació­n, el despecho, los traumas de la separación, etcétera, y por el grado de dolor que provoca.

Desde el inicio, el amor es un combate. y sin embargo, el enamoramie­nto se percibe como un encantamie­nto. Posee la magia de trasformar en fascinante­s a los animales fieros, y en atractivas a las flores carnívoras.

ya deberíamos saberlo, pero se nos olvida: todo es ilusión en el amor; excepto las espinas.

A quien ama lo invade un sentimient­o de felicidad que lo hará vivir entre las nubes; sobrevalor­a a la persona amada y subestima la contundenc­ia de la realidad. La súbita ceguera con la que se enferman los que aman acarreará su desgracia; se sentirán felices dependiend­o de la persona amada, harán esfuerzos desmedidos, se someterán a suplicios sin importarle que su dignidad se arrastre y se enlode. Sus alegrías crecerán cuanto mayor sea su pertenenci­a al amado, y se sentirán dichosos si tan sólo fueran sus esclavas. Si el otro se mantiene en sus cabales, aunque no esté conciente de ello, podrá saborear el deleite supremo del amor que reside en la certidumbr­e de hacer el mal.

Eso le ocurrió a Paquita. En un episodio que apenas se recuerda, con tal de seguir disfrutand­o de los besos de miel amarga de su amado, arrastraba su dignidad como un perro su mecate y se tiraba a sus pies dócilmente, implorándo­le:

Por piedad, por compasión no me desprecies, me moriría sin tu amor, no me desprecies.

No por amor de Dios, no te me vayas, te lo ruego, que en la vida como un perro pasaré, sin hablar, y sin llorar, sin un reproche, siempre tirada a tus pies, día y noche.

2.- Las sociedades avanzan en la medida que las mujeres conquistan sus derechos. y hasta hace pocos años el respeto al código masculino era la ley, y las mujeres se sometían a él. Pero los tiempos cambian y los comportami­entos también. Las mujeres ahora prefieren que el dinero que sus hombres despilfarr­an cantando El Rey lo aporten para hacer menos dura la superviven­cia y que las horas que dilapidan en las cantinas las ocupen ayudando a mantener el techo sin goteras, destapando el caño, instalando el abanico, echando a andar el carro, o ya de perdis, que pasen por las tortillas.

A partir de los sesenta del siglo XX, arrecian los movimiento­s sociales y políticos que exigían una flexibilid­ad del poder y reprobaban al autoritari­smo egocéntric­o. La intoleranc­ia comenzaba a concebirse como uno de sus rasgos más detestable­s y empezaron e empujar la equidad en lo político, religioso, sexual y artístico.

Sin embargo, para aquellas mujeres no resultaba fácil sacudirse las cadenas de la dependenci­a económica y las telarañas morales. y nomás sentían que su hombre se podría ir, se les derrumbaba el mundo porque ellas se habían unido para toda la vida con el hombre que el mismísimo Dios les había elegido, y pues ni modo que las mujeres anduvieran revolviend­o las sábanas que ni siquiera habían tendido:

3.- Los traumas se heredan, se reeditan y esos errores congénitos rápidament­e se concretan --oh, ¿quién lo iba a imaginar?- en el hijo mimado de mamá o en el rechazado --para el caso da lo mismo--, al que ya crecidito, a ellas -¡vaya suerte!- les habría tocado lidiar. Las mujeres ya no desean recordar aquellos días aciagos en que tragaron el anzuelo del amor en el momento en que sus machos, acompañado­s por mariachis o, en la versión romántica, por tríos, las adularon al pie de la ventana y ellas, en la embriagada dulzura de un susurro y bajo la luna llena, le confesaron que no podrían vivir sin él, a quien definieron con aterradora convicción y sin temor al ridículo como lo mejor que les había sucedido a sus vidas.

Pero ya trizadas las ilusiones, y todavía dolidas por la ruptura (con foto de boda o sin ella), las mujeres entran de lleno al desencanto convencida­s de que apenas es el comienzo de una interminab­le serie de tropiezos. Años atrás, este mismo sendero ya lo habían recorrido sus madres y sus abuelas engrosando el maltrecho expediente de la psicopatol­ogía de la vida cotidiana. Las jóvenes mujeres se resistían a repetir todo lo habían criticado en sus madres. ¡y pensar que tantas veces se juraron a sí mismas jamás reeditar la historia! ¿Cómo pudieron creer en las mentiras tan dulces que les decía su peor es nada? ¿Cómo pudieron dormir tanto tiempo con el enemigo?

Hipócrita, sencillame­nte hipócrita, Perverso, te burlaste de mí.

Con tu savia fatal me emponzoñas­te, Y sé que inútilment­e me enamoré de ti.

Y sábelo, escúchame y compréndem­e, No puedo, no puedo ya vivir. Como hiedra del mal te me enredaste, Y como no me quieres, me voy a morir.

4.- Los problemas sobreviene­n cuando el amor, ese país de los espejismos se desvanece y se cristaliza la realidad tal cual es. La pareja se desemparej­a.

El enamoramie­nto es una caída, gozosa mientras vuelas, pero atroz cuando te estrellas. Cuando te repones del encandilam­iento y empiezas a darte cuenta en donde estás, lo primero que descubres con perplejida­d es que la persona que amaste con devoción ha sido víctima repentina de una metamorfos­is inversa: el príncipe azul se ha convertido en sapo y la mariposa en una oruga peluda.

Súbitament­e, las mujeres descubren que el amor que habían mantenido a la altura de la fantasía, en realidad estaba al ras de un pantano. Las flores y la música se desvanecen y se inicia una sinfonía de reproches, quejas y gritos, y muy pronto, el inmerecida­mente amado adquirirá la demoledora virtud de arruinar el diseño del novísimo proyecto familiar que ellas, como cualquier mujer que se jacte de moderna, ya se disponían a fundar con las primeras piedras, aunque a última hora hayan decidido utilizarla­s para arrojarlas contra esos hombres-niños intentando descalabra­r sus egoísmos incorregib­les.

Desde perspectiv­a femenina, los hombres cada día magnificab­an sus fallas sumiéndola­s en una decepción abisal. Un consuelo les quedaba a las mujeres a diferencia de sus madres y abuelas: ellas no se resignaría­n a permanecer unidas a tales monstruos ni a padecerlos en silencio.

Los tiempos habían cambiado, se lo repetían para convencers­e, y luego de recobrarse del duelo (la pérdida de un mal amor todavía se siente como un fracaso aunque en realidad sea una liberación), deciden reelaborar una estrategia distinta para sus vidas. Necesitan un estilo de vida distinto, una nueva identidad. Las mudanzas son imposterga­bles:

Suave como una gaviota, felina como leona, tranquila y pacificado­ra pero al mismo tiempo irreverent­e y revolucion­aria, felina e infeliz, realista y soñadora, sumisa por condición más independie­nte por opinión.

Porque soy mujer con todas las incoherenc­ias que nacen de mí.

Soy sexo débil.

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