El Diario de Chihuahua

De política y cosas peores

- Catón Escritor y Analista político

Ciudad de México– “Voy a ser papá” -le confió el joven ejecutivo a un amigo. “Felicidade­s -le dijo éste-. Ser padre es una inmensa dicha”. “Es cierto -admitió el otro-. Espero que mi señora no se entere”. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, le presumió su figura a su amiga doña Gules. “Peso menos -se jactó- que el día que me casé”. “Claro -comentó la amiga en tono ácido-. Es que ahora no estás embarazada”. Babalucas salió con Lilibel, bella muchacha. Al día siguiente un amigo le preguntó, curioso: “¿Cómo te fue anoche con Lilibel?”. “Mal -respondió, mohíno, el tontiloco-. Es muy somnolient­a. La dejé bien temprano en su casa”. “¿Cómo que muy somnolient­a?” -se desconcert­ó el amigo-. “Sí -confirmó Babalucas-. Empecé a besarla, y me preguntó que a qué horas nos íbamos a la cama”. Entre los pecados de mi primera juventud, menos deleitosos que los de la segunda, está el haber participad­o en concursos de oratoria. Yo también -mea culpa- me dirigí con engolada voz a la juventud de mi patria, batí el aire con los brazos como aspas de molino en los ademanes del discurso y solicité la benevolenc­ia de los señores del Honorable Jurado Calificado­r para que tomaran en cuenta que yo no era un Demóstenes ni un Emilio Castelar. Recuerdo la ocasión en que uno de los oradores citó a Hegel, y al hacerlo pronunció mal el nombre: dijo “éjel. Desde la galería se oyó un grito chocarrero: “¡Éjele!”. Ese voquible, que desde luego la Academia no registra, sirve para expresar incredulid­ad o burla. El Presidente López Obrador repite diariament­e, como estribillo o cantaleta, sus prédicas contra la corrupción. Sin embargo mantiene entre sus colaborado­res a Bartlett, y disimuló la corruptela de uno de sus hijos, que vendió con elevado sobrepreci­o aparatos para los enfermos de coronaviru­s. Vemos eso, escuchamos los ya monótonos y repetitivo­s sermones de AMLO sobre la honestidad de su gobierno y ganas nos dan de repetir aquel grito escéptico y chungón: “¡Éjele!”. Himena Camafría, madura señorita soltera, fue a una granja donde vendían gallinas y le pidió al granjero: “Quiero diez gallos y una gallina”. Replicó el hombre: “Querrá usted decir diez gallinas y un gallo”. “No -insistió la señorira Himenia-. Diez gallos y una gallina. No quiero que la pobrecita carezca de lo que siempre he carecido yo”. Lord Feebledick bebía en el Gentlemen’s Club sus acostumbra­dos whiskies diarios. Animado por los espíritus de la tradiciona­l bebida le contó a su compañero ocasional, lord Highrump: “Yo le hice el amor a mi mujer antes de casarme con ella. ¿Y tú?”. “No sé, old chap -respondió lord Highrump-. ¿Cómo se llama tu mujer?”. Llorosa, tribulada, Dulcilí le informó a su novio Pitorrango que estaba esperando. “¿Cómo es posible? -se consternó el galán (primero es la calentada y luego la consternad­a)-. ¿Qué no tomaste alguna precaución”. “Ninguna -confesó Dulcilí-. Ya había pasado antes por lo mismo, y pensé que había quedado inmunizada”. Dos parejas fueron a pasar un fin de semana en la playa. Estaban cenando en el restorán del hotel cuando súbitament­e hubo un apagón. En la oscuridad se dirigieron a sus respectiva­s habitacion­es. En una de ellas la señora se acostó inmediatam­ente mientras el señor, hombre de mucha devoción, muy religioso, se arrodilló al pie del lecho para decir sus largas y profusas oraciones de la noche. Las estaba terminando -el rezo le tomó un buen ratocuando volvió la luz. Entonces se dio cuenta, azorado, de que la mujer que estaba en la cama no era su esposa: era la de su amigo. Al punto corrió hacia la puerta. “Demasiado tarde, compadre -le dijo la señora-. Mi marido no acostumbra rezar”. FIN.

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