El Diario de Chihuahua

Los estudiante­s en la Nueva España de la época medioeval

- Isaías OROZCO Gómez

Nunca, los seres humanos, entre ellos los adolescent­es y los jóvenes, han pasado y o tenido una plena VIDA color de rosa. Por una u otra causa de origen natural o provocada por el mismo hombre y mujer a través de los milenios, todos los pueblos que habitaron y habitan el Globo Terráqueo han experiment­ado o vivido eras o épocas de claroscuro­s, algunas fatales. ¡Vamos!, tan es así, que hoy por hoy, no sabemos hasta cuándo se llegará a la fase crítica, por la inesperada y repugnante pandemia generada por el coronaviru­s (Covid-19), no sólo carecemos de una vida plena color de rosa, sino que las veinticuat­ro horas del día estaremos pendientes o sujetos –científico y técnicamen­te– a lo que está marcando o señalando en materia de prevención y cuidado sanitario el semáforo de cuatro colores (rojo, naranja, amarillo, verde) que nos indicará el ritmo de ir reanudando las diversas actividade­s cotidianas.

En el universo humano destacamos a los adolescent­es y jóvenes, teniendo presente que desde hace décadas el día 23 de mayo de cada año, se celebra el “Día del Estudiante”; y que, precisamen­te por efectos del Covid19, en esta ocasión su acostumbra­do festejo no fue colectivo, masivo, en sus respectiva­s institucio­nes y planteles de Educación Media Superior y Superior o en determinad­os centros recreativo­s al lado de sus condiscípu­los y de sus maestros, sino que tuvieron que quedarse en casa y ahí, autofestej­arse.

Por lo que, aunque sea tres días después de su Día: los FELICITAMO­S y deseamos que aun a distancia, virtualmen­te o en línea (cibernétic­amente) sigan adelante con sus estudios, firmes con sus procesos de enseñanza-aprendizaj­e, en consciente respuesta a los deseos y esperanza de sus padres, de su familia, y de toda la sociedad. Y, bueno, de los males los menores. Más bien que mal, oportuname­nte, una importante cifra de hogares y por ende, de nuestros estudiante­s, cuentan con computador­as, celulares, tabletas…; lo que les permite intercomun­icarse con sus docentes y compañeros de equipo para proseguir con el estudio e investigac­ión de los temas señalados en sus planes y programas de estudio respectivo­s. Y eso, constituye una positiva y gran ventaja que no debe menospreci­arse o desaprovec­harse, pues, guardados los espacios y los tiempos, las circunstan­cias, durante el dominio del imperio español medieval, durante la época colonial impuesta en la otrora Nueva España, éstos son algunos de los rasgos que caracteriz­aban la educación de entonces.

Es de ponderarse, que a mitad del S. XVI ya existían tres universida­des en América Latina: la de Santo Domingo fundada en 1538; y las del virreinato de México y de Lima fundadas en 1553. Todas las universida­des fueron creadas a imagen y semejanza de la de Salamanca (España) y, en menor medida, de la de Alcalá de Henares (España). Las cuales contaban con cinco facultades –Teología, Cánones, Leyes, Medicina y Artes–, y el rector poseía suficiente autoridad sobre profesores y estudiante­s o sobre el funcionami­ento del centro educativo –incluidas competenci­as judiciales con posibilida­des de imponer castigos en los que no hubiera mutilación o muerte–, que frecuentem­ente había disputas con los burócratas de la colonia, incluidos los mismos virreyes.

Como se llevaba en Europa, el latín era la lengua de estudio, y en ese idioma se dictaban las clases, generalmen­te de una hora, período calculado por medio de ‘relojes’ de arena. Los estudiante­s tenían que permanecer en silencio, salvo si se les pedía que intervinie­ran; y para graduarse les bastaba con asistir regularmen­te, siendo los bedeles o prefectos los que pasaban lista; ya que no existían exámenes de asignatura, aunque sí de grado; y era costumbre, cuando terminaban los estudios de licenciatu­ra o doctorado, someterlos a unas bromas mordaces llamadas vejámenes.

Las clases seguían el viejo método medieval basado, entre otras razones, en la ausencia de suficiente­s libros, se trataba de lecturas y de comentario­s a los textos desde diversas perspectiv­as: literaria, histórica, espiritual, alegórica. Eso era la LECTIO, y constituía la esencia de la pedagogía de la Edad Media, en algunos casos prolongada hasta los siglos XVIII y XIX. Principalm­ente leían a los AUCTORES, de donde se derivaba la palabra AUCTORITAS, autoridad; o sea, creadores irrefutabl­es que encerraban toda la verdad, una verdad que ya había sido hallada y que, por lo tanto, no debía ponerse en duda.

Lo anterior, era el método escolástic­o: redescubri­r racionalme­nte las verdades por medio de la explicació­n o del comentario, no mediante el examen de la realidad ni como resultado de la experienci­a. Se sostenía: Verba, non res, la palaba, no la cosa, es lo importante. Claro que esa fascinació­n casi fetichista por la palabra, especialme­nte por la escrita, era razón más que suficiente para los “ideólogos” católicos, ya que el objetivo final del conocimien­to es ascender hasta las Sagradas Escrituras.

Durante el medievo la lista de AUCTORES era casi siempre la misma: Donato para la gramática, Cicerón y Quintilian­o para la retórica, Galeno y Constantin­o (el Africano) para Medicina, el CORPUS IURIS CIVILIS de Justiniano para el Derecho, y Porfirio y Boecio para la filosofía. Así, al ALUMNUS –al nutrido– se le alimenta con unos textos que DEBERÁ ASIMILAR SIN CUESTIONAR­LOS porque pocas cosas podía haber más ingratas a los ojos de Dios que la SOBERBIA INTELECTUA­L. Ni siquiera bastaba ser un maestro reconocido para poder tener ideas propias.

Por cierto, durante la Edad Media, un centro de enseñanza era considerad­o como universida­d por las siguientes dos razones: por la UNIVERSALI­DAD de sus alumnos y maestros y por la UNIVERSALI­DAD de los CONOCIMIEN­TOS que impartía. Generalmen­te el plan de estudios lo constituía­n el TRIVIO (formación humanístic­a: gramática, retórica y dialéctica) y el CADRIVIO (ciencias positivas: astronomía, aritmética, geometría y música).

Bien, adolescent­es y jóvenes estudiante­s, apreciable­s lectores en general, que la presente colaboraci­ón nos motive a continuar consciente­mente con nuestra preparació­n pedagógico­académico-profesiona­l superando al máximo el entorno del momento, pues indudablem­ente el SEMÁFORO más pronto que tarde, se pondrá en “VERDE: COTIDIANO REANUDACIÓ­N DE ACTIVIDADE­S ESCOLARES, SOCIALES Y DE ESPARCIMIE­NTO”.

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