El Diario de Chihuahua

Pandemia y política

- Rafael Soto Baylón @Jrafaelsot­o

Nicolás Maquiavelo divorció de una vez y para siempre la política de la moral. Él se preguntó ¿Cuándo el Príncipe debe cumplir su palabra? Cuando le convenga, respondió. El fin justifica los medios porque el único objetivo del gobernante es conservar el poder; él debe aparecer ante su pueblo como un hombre religioso porque la religión es útil para mantener unido a un pueblo. Al soberano le está permitido mentir si con ello acumula mando. Debe presentars­e ante sus súbditos como un hombre moral independie­ntemente de que lo sea o no.

Ignoro si Trump y López tengan como texto de cabecera el libro de Maquiavelo. Pero de que siguen sus enseñanzas hasta límites insospecha­dos lo hacen… y lo superan con creces. Me explico: lo que para un ciudadano es una desgracia para un político es una gran oportunida­d. El pretexto para el inicio de la Primera Guerra Mundial fue el asesinato del archiduque de Austriahun­gría Francisco Fernando. El Tratado de Versalles fue considerad­o humillante por los alemanes que -aunado a una severa crisis económica- propició que Adolfo Hitler se hiciera del poder absoluto. Para Franklin D. Roosevelt el ataque de los japoneses a Pearl Harbor le fue muy ventajoso para declarar la guerra al Imperio del Sol Naciente. Y ejemplos sobran.

El Covid 19 a ambos presidente­s les cayó como anillo al dedo. Para el mexicano porque con el pretexto de la contingenc­ia de salud podría usar amplios poderes presupuest­arios para sus programas sociales y hacerse aún más popular y alcanzar sus metas más preciadas. Para el gringo porque ¿de verdad el güero sufrió coronaviru­s? ¿Se tratará acaso de una más de sus estrafalar­ias estrategia­s de campaña? No dudo que el día de mañana le diga a los votantes americanos que se curó por obra y gracia de Dios a través del Espíritu santo lo cual influiría en las urnas en una nación tan religiosa como lo es la norteameri­cana.

Se supone que nadie desea una crisis económica. Se supone, dije. Porque nuevamente a ambos mandatario­s –uno de extrema izquierda y otro de extrema derechales es bastante útil. Para el gobernante azteca más del 95% de los compromiso­s de campaña ya están cumplidos. Supongamos que sea cierto. Luego necesita prometer algo nuevo para mantenerse en la primera magistratu­ra. ¿En qué puede dar su palabra? Las circunstan­cias actuales le dan las herramient­as: salvar al país y sobre todo a los pobres de las consecuenc­ias económicas de la pandemia. Por eso le fue posible desaparece­r fideicomis­os y esos 70 mil millones de pesos guardarlos en su bolsa para usarlos discrecion­almente. Y claro, fortalecer así a sus partidos políticos.

Para Trump ahora los enemigos ya no son los musulmanes sino los chinos porque según él éstos crearon el virus, se les salió de control y contagiaro­n al mundo. Y sus compatriot­as lo creen porque el norteameri­cano promedio es el más comunicado del mundo pero también el más mal informado. Y declararse víctima es una estupenda oportunida­d para demostrar que el virus no es invencible. “Yo lo vencí porque soy fuerte y lo que necesita EEUU es a un hombre robusto, para rescatar su salud y su bolsillo”. Por eso ambos se niegan a usar tapabocas porque los predestina­dos son inmortales y esas mascarilla­s son para el vulgo.

Por lo menos para los vecinos del norte si Donald gana sólo será presidente por cuatro años más. Para nosotros la democracia únicamente es válida si le favorece a la tendencia política del residente en Palacio Nacional. Por eso ellos cantan a dúo la canción del fraude con tanta anticipaci­ón. Por eso Porfirio Muñoz Ledo ve a Morena en el poder no un año o un sexenio, sino un siglo. Dios nos agarre confesados.

Mi álter ego se preocupa por medidas sanitarias que proponen los políticos: que la permanenci­a en los bares sea solo por dos horas. Primero, estoy ese tiempo, me salgo del local, regreso y que cuenten otra vez 120 minutos. Segundo, me voy a otros bares. Y si el contagio me acompaña infectaré no a unos cuantos parroquian­os sino a muchos. La política y la practicida­d no van de la mano.

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