El Diario de Chihuahua

VESTIRSE DE FIESTA

- Mons. Jesús Sanz Montes, ofm

La parábola de este domingo podríamos verla como una narración infantil de “buenos y malos”, como si Jesús provocase a aquellos saduceos y les amenazase con quitarles lo que se les dio y tan torpemente administra­ron, razón por la cual vendrían ahora otros que tratarían de gestionar lo que ellos fueron incapaces. Pero no es así de fatalista ni de maniquea la historia; porque también entre los judíos hubo quien entendió, y quien vivió fielmente la espera del Mesías, y que al llegar éste lo reconoció. E igualmente, también entre los cristianos ha habido gente que no ha entendido nada y ha puesto a la Iglesia en la misma situación de torpe decadencia, similar a la de los judíos que hicieron de Israel una casa de maldición. Es justo reconocer todos los claroscuro­s de la historia.

Lo que manifiesta la voluntad del rey de la parábola no es que invita a nuevos comensales contra los ingratos que rechazaron su primea invitación, es decir, no se trata de sentar a cualquiera y de cualquier manera en el banquete como para incomodar a los anteriores. Porque lo que se pretende no es provocar a los primeros invitados, sino agradar y festejar al hijo en su boda. Por eso, porque el hijo es el criterio y la medida para sentar o no a nuevos invitados, hay que examinar nuestros trajes, es decir, nuestra vida. Porque podemos ir mal vestidos independie­ntemente de que seamos de derecha o de izquierda, conservado­res o progresist­as, chapados a la antigua o sin chapa que valga. No es el “modelo” el que aquí es determinan­te, sino si con ese modo de “vestir”, es decir, con ese modo de vivir, estamos a la altura de la fiesta del Hijo de Dios, de sus Bodas con la humanidad.

Y quien nos da la clave en esto es san Pablo: “Revístanse, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericord­ia, de bondad, humildad, mansedumbr­e, paciencia, soportándo­se unos a otros y perdonándo­se mutuamente si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor los ha perdonado, perdonen también ustedes. Y por encima de todo esto, revístanse del amor que es vínculo de la perfección... y sean agradecido­s” (Col 3,12-15). Este es el traje de fiesta propio del cristiano. Los que andan ocupados en otras cuestiones secundaria­s y en otros telares, jamás entenderán esta vestimenta evangélica sin la cual no se puede uno sentar en la Boda del Hijo de Dios. (homiletica.org)

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