Gobernados por delincuentes
Todo siempre fue como un secreto a voces. Parecía posible pero poco probable, que todos los gobernantes en nuestro país fueran corruptos. La máxima siempre estuvo ahí: el poder corrompe. Como una oscilante espada de Damocles cerniéndose sobre la cabeza de todos los hombres y mujeres que acceden al poder en México.
Faltaban las pruebas, las contundentes demostraciones caso por caso. Las imputaciones judiciales y las detenciones policiacas necesarias para poder confirmar, que en la pasada década, 2008-2018, --meses más meses menos--, los chihuahuenses fuimos completamente gobernados por delincuentes, en la normalidad de una corrupción pandémica nacional. Como sin darnos cuenta de una siniestra forma política de gobierno generalizada pero imperceptible. Todos ellos, los otrora poderosos, incólumes, impunes, ahora investigados, capturados, procesados, sentenciados o prófugos.
Muy recientemente en nuestra memoria el patrón-gobernador del Estado, era realmente un vulgar ladrón, César Duarte, el hoy recluido en Florida; el secretario de Obras Publicas era Javier Garfio Pacheco, otro convicto-negociado, el secretario de Educación y Cultura, Ricardo Yáñez Herrera, sentenciado. Alejandro Gutiérrez era el secretario adjunto del PRI nacional, pieza clave en la operación zafiro, preso y luego condecorado con un brazalete hogareño de ubicación para problematizar su fuga.
Por lo menos mínimamente procesados en la Operación Chihuahua: Karla Jurado Bafidis, directora administrativa de la secretaria de Educación; Enrique Antonio Tarín, director de adquisiciones y servicios de Hacienda; el ¡¡¡AUDITOR ESTATAL!!! Jesús Manuel Esparza, el que debía cuidar nuestros dineros; Edgar Ramírez Martínez director de finanzas, cómplice en la Auditoría Superior del Estado; Pedro Mali Romero, secretario de los dineros del PRI estatal; Raymundo Romero, el cholo, secretario de Gobierno; Gerardo Villegas Madriles, director administrativo de Hacienda; Enrique Valles Zavala, director de planeación del municipio de Chihuahua; Marcelo González Tachiquín, secretario de Educación del Estado. Perdón pero ¿quién en el sexenio duartista se salva de la corrupción imperante, quién? ¿Habrá alguien que alce una mano limpia y valiente para convertirse en testigo protegido o colaborador?
Y a nivel federal que nos dicen hoy los trágicos datos duros. Quiénes nos han gobernado, administrando-robando nuestros impuestos. El secretario de la Defensa Nacional, el recién capturado general Salvador Cienfuegos; el director de Pemex, el presunto ladrón, ahora testigo colaborador, Emilio Lozoya Austin; la secretaria de Desarrollo Social, la ahora presidiaria maestra de la estafa maestra, Rosario Robles, el Secretario de Seguridad Pública, el hoy encarcelado en Nueva York. Genaro García Luna. Y la lista de todos sus socios-cómplices-prófugos crece, crece y crece cada día más.
En México nos han gobernado delincuentes qué duda cabe. Todos respetabilísimos. Todos magníficos seres que nos observan a los mortales desde sus pedestales impunes del ejecutivo, el legislativo y el judicial. Gentlemans y damas intocables hasta que tocan fondo por su avaricia incontenible. Todos los hoy caídos en justa desgracia, se ven con uniformes de presidiarios como lo que siempre fueron y quisieron ser: bandidos. Desaforados impunes desde un puesto y cargo de representación popular al que despreciaron su capacidad de cambiar la vida de muchos de sus inocentes votantes. Supuestos ¡servidores públicos! que se sirvieron de sus conciudadanos para alcanzar lo que en su cerebro siempre fue su fatídica ambición simple e idiota: tener poder y dinero, no más allá de su simiesco cerebro, que ni siquiera les sirvió para convertirse respetables empresarios. No.
Y ahora algunos de ellos recluidos en una celda de dos por tres metros, recuperarán, --si su dios es bueno--, a su alma humana, que tal vez algún día cuidaron o protegieron. Como fieras caminan y duermen ahora en una prisión, ojalá se hinquen, ojalá oren y se arrepientan con vergüenza genuina, no por todos a los que violaron y robaron, sino siquiera por sus humillados hijos y familiares. Porque algo deberá quedar en sus piernas, sus manos, sus brazos y cerebros, para regresar a su pensamiento natural de todo lo que perdieron cuando tal vez quisieron ser el hombre común y corriente, el que camina en un parque, en una playa, en un bosque.
El que quiere abrazar a un nieto a una hija a una madre, sin vergüenza alguna ni sentimiento de culpa, más ahora lo tenga que hacer detrás de unas rejas que lo confieren como criminal de la sociedad. Es triste pero real. Que sigue en este México nuestro. ¿Seguir siendo gobernados por delincuentes? Lo mismo de siempre o un cambio de a de veras. Ser o no ser. Digamos que esta es la eterna cuestión que nos compromete.