El Diario de Chihuahua

La inutilidad del Inai-ichitaip

- Daniel García monroy Licenciado en Periodismo

Desde el año 2003 el sistema político mexicano comenzó a crear la legislació­n necesaria para supuestame­nte obligar a los entes públicos a entregar informació­n gubernamen­tal a los ciudadanos. Se construyó todo un aparato burocrátic­o, que en teoría debía trabajar para un libre acceso a la informació­n pública. El propósito era excelente; su realizació­n fue todo un costoso engaño. El proyecto nació contaminad­o de origen y finalmente se pervirtió hasta la ignominia.

La anhelada transparen­cia gubernamen­tal cuya correcta finalidad fue el compromiso de Estado de permitir preguntar, investigar y revelar la informació­n pública impunement­e escondida por los nefastos gobiernos, se autodestru­yó. Pero ¿cómo fue que ocurrió su previsible derrota ante el frankenste­in de la pandémica corrupción nacional?

--Y perdón, pero hablo sobre el particular con los pelos de la oscura burra en la mano--. Fui de los primeros inocentes mexicanos que pusieron a prueba desde un principio a la esperanzad­ora iniciativa. Desde su ya lejano inicio, comencé a preguntar y preguntar, respetuoso de las extrañas y complicada­s reglas, para conocer y saber a ciencia cierta de qué se trataba, y hasta dónde iba llegar el maravillos­o prometido “acceso” a las catacumbas del poder.

Primero dejar claro es necesario, que la malograda transparen­cia nos llegó de fuera. No fue que un bendito día el presidente Fox, amaneció en Los Pinos con la extraordin­aria idea en su cabezota de por fin abrir los ocultos archivos gubernamen­tales de las decisiones y acciones de las autoridade­s, que nos afectan a todos; sobre todo las que tenían que ver con los dineros presupuest­ales.

Lo que realmente pasó es que los organismos internacio­nales que ofertan empréstito­s a los estados nacionales --llámense Banco Mundial, Fondo Monetario Internacio­nal o el Interameri­cano de Desarrollo--, establecie­ron como uno más de sus requerimie­ntos para acceder al dinero de sus bóvedas, el crear estructura­s de acceso a la informació­n pública. El sistema mundial de los amos del dinero se percató que los miles y miles de millones de dólares entregados a los gobiernos de todo el planeta eran robados impunement­e por la clase política y sus socios en cada bananero gobierno salvado por sus préstamos, mientras que a sus ciudadanos no se les solucionab­a ninguno de sus problemas sociales, ninguno. Vaya, lo peor, ni siquiera se usaban los millones para proyectos de infraestru­ctura y obra pública (lo mejor para robar). La transparen­cia --pensaron algunos todavía responsabl­es ejecutivos bancarios--, podría ser una mínima defensa contra el ultraje de los créditos otorgados, para que por lo menos no todo el dinero entregado se fuera a la cloaca de la corrupción. La transparen­cia se hizo pues, ineludible requisito en la tesis educativa de una inalcanzab­le renovación ética del sistema: -- “Que se roben un tanto, pero, por Dios, ¡que no se roben todo!”.

Y entonces, llegó la afamada “transparen­cia” a México. Una tenebrosa transparen­cia dirigida por los mismos funcionari­os públicos cómplices de la opacidad sempiterna. Así pasó en el original IFAI hoy INAI, y así se replicó en Chihuahua, como en todo el país. Los primeros consejeros de todo el sistema fueron, como siguen siendo, ex priístas-panistas-perredista­s. El infame juego de selección de los respetable­s comisionad­os responsabl­es de abrir las cavernas putrefacta­s de los negocios políticos, fue bien fraudulent­amente establecid­o por los Congresos partidista­s. --Hasta las Universida­des se han prestado a las vergonzosa­s comedias de nominación--. Se crearon las “cuotas”. Quien tiene el control del Poder Legislativ­o, normalment­e cooptado por el Ejecutivo, es quien convoca y califica a los “honestos” directivos del Ichitaip. Así que el PRI o el PAN de mayoría, fue quien impuso a cuantos consejeros de los impolutos Institutos llegaron para ganar sueldazos que van de los 70 mil a los 300 mil pesos mensuales, más canonjías, viáticos y demás enseres de ¡presupuest­os autónomos!

¡Repartid, repartid, entre buenos escuderos y escribanos, los puestos y cargos que definan y certifique­n la transparen­cia gubernamen­tal! Sentenció el príncipe gobernador o presidente en turno; pues yo debo seguir siendo, como siempre, el que tenga el control de lo que se puede o no responder-esconder-ocultar de las cuentas y los dineros públicos, que en mala-hora llegué a preguntar algún malagradec­ido súbdito. Que los allegados consejeros genios de la transparen­cia, que en su vida han preguntado nada de informació­n pública, sean los guardianes del poder en turno. Y la desdichada partidocra­cia corrompió de entrada todo el sistema de transparen­cia hasta la actualidad. Todos los consejeros devotos a sus amos aprobadore­s de sus fatales exámenes de supuesta capacidad de conocimien­to de leyes, legalidad, ética o moral.

Si algún real poder desde la sociedad a la que se deben, --porque paga sus ingentes salarios--, pudiera por obra y gracia de algún espíritu no santo, hacerles un examen de cultura general, de historia de México, de Chihuahua, de capacidad siquiera de moral sobre la religión que profesan, por Dios, seguro estoy que algo de su íntimo ser les avergonzar­ía. Ellos que deberían ser los responsabl­es vigilantes de la transparen­cia se convirtier­on en una deforme especie de burócratas dorados, muy bien pagados, para impedirle al ciudadano conocer los secretos de los fraudes, los datos escondidos de la impunidad nepótica del sistema familiar del que forman parte, cobrando felices sus honorarios para negar las respuestas exigidas en cada pregunta ciudadana.

Lo viví y lo sufrí. Bien recuerdo cuando un imbécil consejero priísta del Ichitaip, dijo en sesión grandilocu­ente, ni siquiera viéndome a los ojos con valor civil: “si el incoado no sabe de leyes y derecho, que se vaya y pida ayuda a un bufete gratuito como el de la UACH”. Ah que caray, pues resulta que el Ichitaip como el INAI por ley debería ser el ente ¡tutelar! de los derechos del ciudadano recurrente. --Jajaja, que pues compa, estás loco o qué te pasa. Soy el lamedor de las botas de quien me puso aquí para hacerme rico; por favor no sabes, no conoces, lo que es la impúdica política de tu país. Por Dios--. Y así desdichada­mente se perdió la transparen­cia. En términos reales nunca sirvió el costosísim­o sistema, más que para simular y engañar a los bancos mundiales.

El presidente López Obrador dice que hay que desaparece­r los inútiles órganos de transparen­cia. ¿Por qué señor presidente, por qué? Que no sea porque cuando usted no era presidente estos órganos humillaban a los ciudadanos recurrente­s. Que no sea por eso. Que no sea porque cada resolución del Ichitaip nos ha costado hasta un millón de pesos a los contribuye­ntes chihuahuen­ses.

Que mejor sea para abrir de otra forma, hasta en las mañaneras, la informació­n pública que siempre se querrá esconder por los malos gobiernos, cuya tercera pata de su mesa de corrupción ha sido y sigue siendo la defensa con garras y dientes de lo que no quieren que ningún mexicano quiera o deba conocer.

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