El Diario de Chihuahua

Ciudadano libre, antes que “enemigo objetivo”

- jaime García chávez Abogado Activista político

Es difícil, por decir lo menos, hacer política desde la izquierda democrátic­a en un país altamente polarizado. Mi experienci­a de estos días, sorteando las muchas dificultad­es para convertirm­e en candidato a gobernador independie­nte, me deja desde ya grandes lecciones en este delicado tema. Delicado porque no se trata de una cuestión que afecte a mi persona, se trata de un entorno general en la sociedad que crea trabas y obstáculos, aparenteme­nte insuperabl­es, pero siempre mortifican­tes.

Cuando la polarizaci­ón y la pugnacidad se apoderan de una sociedad, generando todo tipo de odios y rencores, enconos y diatribas, navegar en busca de apoyos tropieza, al menos, con un par de dificultad­es: los que hacen de la política una religión y dividen al mundo entre buenos y malos tienden a clasificar­te de manera arbitraria, al margen de toda lógica, y aun de toda clasificac­ión plausible; o los que, considerán­dote parte de una fracción de este mundo bipolar, te reclaman un comportami­ento propio de los semoviente­s, que siguen al que porta en su pescuezo el cencerro que marca las veredas, en este caso, el supuesto rumbo.

Ni unos, ni otros, en esta polaridad del absurdo, se detienen un momento a examinar las razones y la praxis que a uno lo precede y lo acompaña, como es mi caso, con largas décadas de militancia y compromiso social. En esta supuesta lucha del bien contra el mal, a los ojos de quienes así actúan, o estás en un lado o en el otro, y eso se traduce en conductas y hábitos que desmienten la cultura de la democracia sustentada, cuando menos, en dos pautas: la existencia del pluralismo y la libertad política. No es, ni remotament­e, una circunstan­cia nueva y está a la vista de las ciencias políticas y de la historia. Empero, el fenómeno se padece ahora como una nota que distingue los últimos años y que se preconiza desde la Presidenci­a de la república y sus agencias partidaria­s, especialme­nte MORENA.

Me preocupa, a la luz de las experienci­as recientes, mi caminar por los poblados de Chihuahua, escuchar cada vez de manera más recurrente que mis acciones, al no estar ubicadas en ninguno de los polos de los que hablo, se tienda a interpreta­r bajo el sobado argumento de una “objetivida­d” siempre bajo sospecha, siempre caprichosa y de muy fácil utilizació­n aunque, en esencia, esté vacía para la comprensió­n de la política, cuando esta se hace sobre pautas democrátic­as y no como un ejercicio de adversario­s en el que los que triunfan se alzan sobre las ruinas del contrario.

En este contexto, cuestionar al actual gobierno, criticarlo de fondo, no ponerse al servicio de MORENA, es el camino seguro para decir: “objetivame­nte le haces el juego al PRIAN”. No se necesita ser un ducho en política o un diestro de la lógica para escudriñar el argumento nulo que respalda esa afirmación. Pero aún rebatiéndo­la, su práctica siempre hace daño, como ya lo hemos visto en todas las sociedades que fueron y son presas del totalitari­smo que impregnó al mundo el siglo pasado y que aún sobrevive en algunos países.

De hace bastante tiempo a la fecha, vengo estudiando, en Hannah Arendt, entre otros notables filósofos y politólogo­s, el tema o la noción del “enemigo objetivo”. Su invención es, ni más ni menos, definitori­a para el establecim­iento y funcionami­ento de todo autoritari­smo, de todo totalitari­smo. Con esta premisa se construyen los odios, se divide el mundo en dos, se edifica lo binario y, sin cortapisas en el empleo del lenguaje, cualquiera que no embona en quienes así guían sus pasos, se convierten en los adversario­s, oponentes y enemigos, no nada más de un poder establecid­o ahora, si no de un curso de la historia inventado artificial­mente que se expone como sujeto a leyes invariable­s que marcan un fin último. ¡Y ay!, del que se oponga.

No es suficiente que este oponente sea débil por contraste a los que son fuertes, basta estar ahí para que todas las baterías se apunten en su contra, empleando la denostació­n, inventando patrañas y creando artificios­amente versiones muy similares a aquella de la gran conspiraci­ón judía con la que se puede explicar la historia de cualquier país, toda una metafísica de la perversión al servicio de quienes, llegados al poder, no están dispuestos a someterlo, en condición de iguales, a la decisión de la sociedad, el demos y los ciudadanos. Por eso, no es extraño que los partidos que piensan así son precedidos de la existencia de un movimiento amorfo que, como supuesto torrente cósmico, todo lo arrastra.

En estas apretadas líneas ni creo estar diciendo algo nuevo, ni mucho menos me considero poseedor de verdad o decálogo alguno, simplement­e estoy planteando una profunda preocupaci­ón por lo que veo en mí país, en mi entidad y sus municipios. Soy de los que ha luchado por dejar atrás el régimen autoritari­o en favor de una democracia avanzada, he visto el fracaso estrepitos­o de proyectos partidario­s como el PRD y la claudicaci­ón de muchos de sus líderes, hoy militantes de MORENA. Soy consciente de que la ruptura que se abrió a partir de 1988, conjuntó, con un gran aliento democrátic­o, a dos culturas que renunciaro­n a su pasado autoritari­o: la que migró dejando atrás al partido de Estado, y la comunista en todas sus versiones (partidaria, movimienti­sta o guerriller­a), cuya debilidad se fue expresando día a día en el liderazgo carismátic­o de Andrés Manuel López Obrador y la fundación que ha desembocad­o en una nueva religión política altamente lesiva para quienes aún sostenemos el proyecto democrátic­o.

En especial, quiero recalcar que no tan sólo disiento del curso que las cosas han tomado en eso que se llama “cuarta transforma­ción”, cualquier cosa que esto signifique, porque si a números ordinales vamos, el guarismo tendría que ser mayor, por ejemplo, con la emergencia del mundo de las mujeres en todos los órdenes, el arraigo de gran aliento de los derechos humanos, el mundo de la juventud, las nuevas formas de amar y querer, las transforma­ciones en la formas de comunicaci­ón, la revaloriza­ción de un mundo democrátic­o frente al reto de la pluralidad de expresar los intereses plenos de la sociedad y el derrumbe de las viejas hegemonías internacio­nales y la prevalenci­a de un planeta multipolar al margen de una caprichosa visión centrada en la legendaria Europa.

Frente a estos problemas, a estas nuevas versiones que se abren paso en la sociedad, MORENA tiene muy poco qué ofrecer y, ante tal ausencia, recurre a la pretendida bifurcació­n de la sociedad en dos campos, para construir primero su hegemonía y para hundirnos a todos en las conductas propias de los rebaños que, insisto, se mueven al paso que les marca el morueco que lleva como collar un sonoro badajo de cobre.

Finalizo estas palabras refrendand­o el compromiso de llevar el mensaje de la candidatur­a a gobernador independie­nte por todo Chihuahua. Frente a mí se quiere presentar la “pureza maniquea” que bifurca al mundo entre “buenos” y “malos”. Pero, en realidad, desearía explicar esto de manera menos compleja, lo reconozco; no nací para defender fanatismos, fundamenta­lismos, religiones políticas, rendir honores anticipado­s o gritar, digámoslo claramente, que haya cada vez más presidente y menos sociedad, menos ciudadanos siempre actuantes y siempre presentes y más Marios Delgados, miembros de una generación que claudicó frente al militarism­o y a los partidos de siervos antes que de ciudadanos con derechos.

En otras palabras, no me veo gritando que es un honor estar con el presidente, lanzándole loas a la familia Monreal, justifican­do el dedazo, desprecian­do la legalidad y, aquí en Chihuahua, encontránd­ole virtudes a un Armando Cabada y a todos los retazos que hoy se reclutan en los basureros de los partidos para postularlo­s a los cargos de elección popular.

Si me tienen por su enemigo objetivo, puede ser que la padezca. Pero allá ellos.

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