Fue bueno ser corrupto
CEn los últimos años todos los gobiernos se han jactado de tener una constante lucha contra la corrupción, sin embargo, los “esfuerzos” que se han realizado han sido estériles.
Recuerdo que hace años me enteré de un caso donde Sergio, quien tenía a su madre sumamente enferma acudió una noche a las instalaciones del Seguro Social, pues ella presentaba una complicación respiratoria. Después de esperar por más de tres horas y al ver que su madre se complicaba gradualmente, se acercó al personal encargado de los ingresos e hizo la pregunta correcta: “¿Cómo le podemos hacer para que a mi madre la atiendan ya?”, como era de esperarse la pregunta tuvo respuesta. Sergio entregó “una aportación voluntaria en dinero” a la persona responsable, con tal de que su madre recibiera la atención adecuada.
También está el caso de Julieta, madre soltera sin familia en esta ciudad quien trabajaba durante las mañanas y parte de la tarde. Su hijo, quien cursaba su último año de primaria debía ingresar a una nueva escuela que estaba cerca del sector donde vivían. Julieta acudió al plantel educativo para explicar su situación y ver la manera en la que su hijo pudiese ingresar a dicho plantel. Después de mucho estira y afloja, Julieta “donó” a la institución educativa, pintura, brochas y rodillos, que serían utilizadas para mejorar el aspecto de la escuela, y fue así como el milagro se dió, y su hijo tuvo acceso a la escuela primaria.
El caso de José Luis les resultará más conocido. “Pepeluis”, como le gustaba que le llamaran, sufrió “carjacking”. Entre el susto y el coraje, acudió a la Fiscalía General del Estado para interponer su denuncia. El Ministerio Público lo recibió, tomó su declaración y lo acompañó a la salida. Después de varias semanas, “Pepeluis”, al ver que no había avance en su caso, recurrió a uno de sus familiares, quien “estaba bien parado” en Gobierno del Estado. Este familiar hizo algunas llamadas, pidió algunos favores y en cuestión de 36 horas, el auto robado de “Pepeluis” había sido recuperado, eso sí, sin presuntos responsables.
Sin duda alguna, cada uno de estos ejemplos expuestos en el artículo muestran un toque de corrupción. En cada uno de ellos, las personas que cometieron estos actos lo hicieron por una misma razón: “EL ESTADO LES FALLÓ”. ¿Cómo juzgar a Sergio, quien por ley su madre tenía el derecho de recibir atención médica inmediata? Tuvo que dar ese empujoncito para que el personal del IMSS cumpliera con su deber; ¿Cómo señalar a Julieta, quien también por ley tenía el derecho a recibir educación para su hijo? Tuvo que gastar un dinero extra al de la inscripción para obtener un espacio para su hijo; ¿Cómo estigmatizar a “Pepeluis”, quien por ley debía recibir justicia pronta y expedita? Quien al final tuvo que recurrir a las influencias para que el Estado cumpliera con su deber. En cada caso, en cada uno de ellos, seguramente “fue bueno ser corrupto”.
Cuando las leyes, el Estado y el sistema fallan, encaminan a las personas a cometer este tipo de actos. Sería ingenuo pensar que alguno de nosotros nunca haya dado una aportación, dado una donación extra, o pedido un favor para agilizar un trámite. Si nos cuestionamos por qué la respuesta que siempre se obtiene es la misma: “así son las cosas” o “así funciona el sistema”. La corrupción no solo se combate en las altas esferas, sino también en las carencias del pueblo, en garantizar el cumplimiento de la ley. La corrupción no se acaba por decreto, se termina garantizando a cada persona el acceso a la vida digna.