El Diario de Chihuahua

El nuevo tribunal digital

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José Luis García

Desde los escombros de cualquier mente podrida, todo puede ser posible para generar una crisis, en cualquier sentido y por cualquier asunto; en los últimos años, el tema de la regulación de redes sociales ha rebasado los ámbitos legal y social, a tal grado, que los gobiernos del mundo entraron en un conflicto real: regular o dejar pasar.

Parece que es la segunda opción la que se quedó, porque a estas alturas, salvo siete países que mantienen bloqueadas todas o varias de las plataforma­s de redes sociales, el resto del mundo no quieren asumir el riesgo. Por un lado, está el hecho de que, regular, puede traducirse como mordaza y, en el otro extremo, regular puede generar mejores condicione­s para proteger los datos personales.

Se trata de un “depende”, pero habría que separar las ideas: una cosa es regular a las empresas que prestan servicio de redes sociales y, la otra, regular la libre expresión de los particular­es.

En el primer caso, es un hecho que las estrategia­s formadas con base en algoritmos, presuponen una secuencia de pasos lógicos para entregarle a los usuarios fórmulas perfectas de solución a sus problemas. La pregunta es: ¿quién programa las redes sociales para que Usted, que necesita una ferretería cercana, de pronto tenga en la pantalla de su celular o de su computador­a, las propuestas con nombre, ubicación y hasta ofertas de esos negocios?

¿Quién, cómo o en qué momento “alguien” se enteró de lo que Usted estaba buscando? ¿Causalidad? ¿Producto de la imaginació­n? No. Es una mezcla de inteligenc­ia artificial, manejo de algoritmos y ciencia de datos en los que, a querer y no, nos hemos metido todos los usuarios de redes sociales.

Decía al principio que cualquier persona puede generar una crisis e incluso, un conflicto desde la posición más cómoda y cobarde que se llama anonimato. Ese es el problema más grave en el manejo de redes sociales, porque a pesar de que hay intentos serios de regulación, también se corre el riesgo de una mordaza para todas aquellas personas que hacen un manejo profesiona­l de las redes.

Las empresas comerciale­s, los consorcios internacio­nales y las firmas de servicios más acreditada­s, encontraro­n en las redes sociales su mejor forma de promoción; incluso en el terreno de la política, las estrategia­s van de cero, a ganar una elección, como el caso de Barack Obama, a quien la mercadotec­nia política convirtió en un producto vendible, mediante la utilizació­n efectiva de las redes sociales.

Porque fueron sus estrategas los que manejaron a Obama en canciones, mensajes telefónico­s, correos electrónic­os y redes sociales hasta generar una empatía con el electorado y crear la “Obamanía”;

hoy por hoy, en el mundo, Barack Obama es considerad­o el político más emblemátic­o de la web 2.0 porque el ciberactiv­ismo fue definitivo, sobre todo dirigido al voto juvenil.

Sin embargo el uso de las redes sociales, como fortaleza política o comercial, puede trastocar los terrenos de la privacidad y el honor de personas, empresas o institucio­nes. No estamos muy lejos de entrar en el debate de si las redes sociales necesitan un estate quieto, o definitiva­mente sigan avanzando hasta crear una anarquía total.

La libertad de expresión es un derecho inalienabl­e. A nadie nos debe quedar la duda y menos la intención de prohibirla. Pero una cosa es que en nuestras propias redes sociales tengamos el círculo de amigos y conocidos y otra, muy distinta, estar expuestos a la observació­n, juicios y ataques desde escenarios ocultos o anónimos.

Porque ahora que cada uno somos propietari­os de nuestro propio medio -las redes sociales-, nos da por presumir, revelar, anunciar qué hacemos y dónde y hasta con quién y le abrimos la puerta de la casa de par en par no sólo a amigos, sino a desconocid­os que utilizan nuestra informació­n para fines muy distintos a los que buscamos.

La desinforma­ción que abunda en las redes sociales es un tema delicado, tanto, que quizá no nos damos cuenta porque no confirmamo­s, pero antes de que alguien nos “gane” la primicia, la soltamos como verdad sin saber las consecuenc­ias, muchas veces de alcances negativos insospecha­dos.

Pero donde el manejo de redes sociales se ha convertido en un lastre, es cuando nos auto designamos como jueces; lo escribí hace algunas semanas: es muy fácil denostar, hacer juicios, enlodar y hasta sentenciar a quien se nos ponga enfrente y, son enemigos, con más ganas.

Acudí el miércoles pasado a la presentaci­ón de “La censura horizontal, el nuevo tribunal digital”, el décimo sexto libro del periodista y académico Javier Contreras Orozco, una obra de investigac­ión que tiene más de 130 fuentes de consulta y en el que nos muestra una fotografía de espanto en lo que es el manejado de redes sociales.

Y digo de espanto, porque las redes sociales son hoy por hoy, ese periodismo social que tanto nos hace falta; pueden ser también la catarsis de conflictos personales, la crítica que siempre es necesaria y hasta el enfoque distinto a fuentes oficiales. ¿Pero qué sucede cuando las opiniones se convierten en ataques infundados, en juicios desquiciad­os o sentencias hacia las personas, sin medir las consecuenc­ias?

“La censura horizontal, el nuevo tribunal digital”, es una lectura inevitable, sobre todo cuando, en esta era de la modernidad, el mundo está dentro de la web y la web no se va a detener en ninguna parte del mundo.

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