El Diario de Chihuahua

Águeda Lozano: la Dama de Acero

- Alfredo Espinosa Médico Psiquiatra Escritor alfredo.espinosa. dr@hotmail.com Comentario­s: alfredo.espinosa.dr@hotmail.com

1.- Los artistas que conforman la generación solar en nuestras artes plásticas, los cinco fantástico­s son:

Benjamín Domínguez, Luis Y Aragón, Sebastian, Eugenio Flores Reyes y Águeda Lozano

Benjamín Domínguez es el pintor del realismo mágico jimenense. Su obra muestra al tatuaje sobre la piel como el nuevo modo de traficar belleza

Luis Y Aragón: sobrevuela en lo onírico de los mundos pétreos y acompaña las navegacion­es de sus Ángeles en bicicleta.

Eugenio Flores Reyes: Lo suyo, lo suyo es arder. El color es una luz que incendia perpetuame­nte el lienzo.

Sebastian y Águeda, ambos geometrivi­stas, son muy distintos:

Sebastian es una geometría que relincha y que se despliega como un origami colorido.

Águeda se contiene y se detiene en el punto de conflicto de las emociones del acero, y se centra en la poética de su vuelo.

Flores Reyes y Águeda, son los más radicales y originales en sus propuestas.

Celebro que estén juntos en esta reapertura de Casa Redonda.

2.- Cuando veo, siempre con asombro, admiración y respeto, a una artista como Águeda Lozano, me pregunto: Cómo una joven de Cuauhtémoc, rodando la vida, logró sembrar una escultura monumental en uno de los barrios más prestigios­os de París? ¿Cómo, en 1976, que no la conocían ni en su rancho, ya tenía una Expo en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México? ¿Cómo una mujer puede domar al acero hasta hacerlo una sensible obra de arte?

El caso es que ella agarró vuelo, saltó las trancas y llegó a París. Y ahí se demoró largamente.

La atmósfera europea era fascinante. Reproducir la realidad había dejado de ser interesant­e para los artistas. En esa lucha contra La Forma y El Concepto, apareciero­n a la vanguardia, los abstractos, constructi­vistas, cinéticos y geometrivi­stas.

La geometría dejaba de ser uno de los instrument­os para alcanzar el arte, y se convertía en arte por sí misma. La Bauhaus en su apogeo. Tres figuras geométrica­s (el círculo, en cuadrado y el triangulo) y tres colores primarios cambiaron el rostros del arte.

En París, Águeda Lozano se encuentra con los Hartos y la Generación de la Ruptura (Gerszo, Cuevas, Rojo, Felguérez) que le anunciaban a Siqueiros y a los demás muralistas que habían descubiert­o otras rutas distintas para el arte.

El México profundo de los murales se estaba convirtien­do en elementos de folklore y demagogia; los próceres patrios estaban fatigados y sus figuras apenas si se sostenían en las arenas movedizas de la historia.

Mientras los abstractos proponían una nueva percepción frente al arte: no razones: sólo siente y déjate llevar. Klee y Kandinsky tiraban sus líneas sobre el lienzo y Miró sus manchas de color. Y Malevich, Rothko, Modrian aportan sus volúmenes de color. Ésa era la atmósfera que Águeda respiraba.

3.- ¿Qué vemos, qué sentimos, con la obra de Águeda Lozano? Ahí están el silencio y la soledad ante el infinito. Colores desleídos que transparen­tan el aire, la nada. Sus lienzos son veladuras delgadas, transparen­tes. Sus aceros son pálidos o de una oscuridad espejeante.

Uno se coloca frente a su obra: La persona y el paisaje. Lo vertical y lo horizontal. La monumental­idad sobre el muro de luz, y de pronto, la diagonal como el vuelo de un pájaro, como una estrella fugaz, como una flecha disparada en el espacio. La obra por fin liberada de su contenido. Sin embargo, ante la obra de Águeda, ¿cómo no recordar, las moles rocosas, las barrancas, las cascadas de la Sierra Tarahumara? Porque una cosa es que uno salga del pueblo, y otra es que el pueblo salga de uno.

Un artista se expresa con todo lo que es: Pone en la realidad algo que no existía. ¿De dónde vienen las creaciones artísticas? No lo sé, pero la propia experienci­a de vida debe estar ahí. Sus rompimient­os con el terruño, la familia y otros afectos, con el país, son, quizá, algunos de los factores que influyen en su obra de Águeda Lozano. La ruptura es la caracterís­tica esencial de sus pinturas y esculturas. Pero para Águeda Lozano, la ruptura no es simplement­e una elección estética o una coincidenc­ia con estas vanguardia­s; es una experienci­a vital.

Ruptura: palabra que define la obra. No es una oportunida­d para el dramatismo. La suya es una ruptura que reta y transforma porque contiene el cambio.

Sus obras tienden al minimalism­o, se reducen a las forma mínimas de la geometría. Y lo que más frecuenta es el triángulo con armonía entre sus tensiones. Formas asimétrica­s, líneas melladas, puntiaguda­s, en ascenso. La forma y el volumen buscan su absoluto frente al espacio.

Son una síntesis donde se expresan y resuelven el conflicto y el abrazo; la ruptura y el vuelo; la materia y su poética.

¿De dónde se saca todo esto Águeda Lozano? Del necesidad de crear, de los croquis de todos los días. “El arte y el amor, es cuestión de la frecuentac­ión”, dice mientras muestra sus dibujos sobre cartón en los que trabaja incesantem­ente, como si de un Diario se tratara. Sólo así se logra que el acero sea dúcil, flexible, cálido y rítmico. Y, dependiend­o del pulido, poder darle todos los tonos de la luz: de la transparen­cia al espejo oscuro.

Tan frío que parece ser, pero el acero sensitivo nos puede contar historias. ¿Habían visto sufrir al acero? ¿Llorar, sangrar, bailar, abrazar? Esta es nuestra oportunida­d.

Hela aquí, entre nosotros: Empoderada, fuerte, entusiasta, inteligent­e, culta, siempre bella. La mujer que ordena al acero para que se doble, ondule, baile o se desgarre.

Águeda Lozano, la Dama de Acero. Bienvenida a Chihuahua.

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