MÉDICOS CUBANOS sobre pasantes en la miseria
Son muchas horas de estudio de quienes aspiran a ingresar a las facultades de medicina. Días sin dormir, malcomidos y con estrés de meses para que al final se queden fuera por los rígidos –y tal vez justificados- criterios de selección. Tendrán la salud y en ocasiones la vida de los pacientes en sus manos.
En este mismo momento, previo al examen de ingreso para el próximo semestre, hay estudiantes que se encuentran en ese trance de angustia y dedicación, preparándose para enfrentar una ardua prueba de horas frente a los pétreos, estrictos, temibles sinodales.
Pero si esa alta exigencia fuera ya de por sí insuperable para cientos o miles de aspirantes a nivel nacional, lo es más aún enfrentar el internado, posteriormente el servicio social, y si hay vocación –y capacidad-, la especialidad, que es la exquisita cereza en el pastel.
Son poquísimos, contados con los dedos de la mano, quienes obtienen un posgrado después de nueve años o poco más, de tener la nariz metida en los estudios teóricos y el ejercicio de la práctica, en condiciones económicas desfavorables y en muchos casos, más que eso, víctimas de inseguridad –mucho más si son mujeres-, acoso e incluso agresiones de los mismos pacientes.
Institucionalmente hay carencia de planeación integral asertiva de los servicios médicos, los recursos de apoyo son limitados con becas de risa.
Hay una alta exigencia social hacia los médicos por parte de la población, y ahora competencia internacional por servicios que cubanos vendrán a prestar por contrato millonario, convenencieramente opaco.
La justificación para esa decisión política es la supuesta falta de médicos generales y especialistas que quieran irse a prestar servicios en zonas de alto riesgo y marginación, para echar mano de los 500 médicos cubanos, que serán –se supone- enviados a comunidades donde no hay infraestructura médica o es precaria, la población es escasa, y son lugares a donde ni el Ejército ni la Marina entran, porque el crimen organizado es la verdadera autoridad.
El problema es mucho más complejo que importar unos cientos de médicos, que son menos que una aspirina para la situación que enfrenta el sistema de salud mexicano, y chihuahuense en particular, con una amplia zona territorial con población dispersa, marginada y sin infraestructura, no sólo médica, sino de comunicación y seguridad.
En el 2014 el exgobernador César Duarte ordenó que todos los estudiantes universitarios fueran aceptados, entre ellos los de medicina.
La UACH, con Luis Fierro a la cabeza, inclinó la cerviz más allá del suelo, pese a las dificultades para atenderlos, no sólo en la facultad sino después a la hora de encontrarles plazas para internado y servicio social.
En esa generación fueron incluidos 800 estudiantes en un semestre selectivo, o semestre cero, y al final después de la depuración académica natural, tras el transcurso de los cinco años de carrera, egresaron sólo 190, que son más de los que normalmente llegan al final, y que el mercado laboral está acostumbrado a soportar.
Como era de esperarse, hubo dificultades para asignar plaza dónde cumplir el año de internado (como médico interno de pregrado). No existieron los suficientes espacios aún y cuando fueron asignados a clínicas y hospitales de municipios rurales y serranos.
Al concluir el año del internado, vino el servicio social, y el mismo problema o peor, al ser asignados otra vez a comunidades muy lejanas y con muchos problemas de inseguridad, de los cuales nadie se hace responsable.
Fue tal la demanda que se tuvieron que abrir plazas de servicio social hasta en el DIF, apartando al egresado de la práctica médica, con exigencia de estar disponibles las 24 horas del día por si eran requeridos hasta en clases de zumba.
Los pasantes que se fueron a los pueblos, se convirtieron en la “fuerza laboral” de las instituciones médicas oficiales federales, a pesar de que cuentan con personal de base, como es el caso de los médicos rurales, preparados fast track y con sueldos de 40 mil mensuales.
El acoso laboral es una constante. Los pasantes, el último eslabón de la cadena, tienen la presión no sólo de la dirección, jefes de turno, médicos de base, personal de enfermería sino hasta de los médicos residentes, que estudian una especialidad.
En algunos hospitales los pasantes cubren guardias de 36 horas continuas y sólo les dan una “beca” ínfima que no les sirve para nada si se toma en cuenta que ellos deben pagar renta, alimentación, transporte, etc.
Las instituciones educativas del nivel superior se lavan las manos bajo el argumento de que los jóvenes dependen de una institución determinada, IMSS, Secretaría de Salud o ISSSTE, pero no es así. Siguen siendo parte de la universidad porque simplemente no se han graduado y no pertenecen a la institución de salud porque no son empleados.
Frente a los riesgos, los cambios de adscripción son imposibles, hay instituciones que castigan con el veto de por vida por esa ocurrencia.
Hay un estudio elaborado con motivo de los 150 años de la Academia Nacional de Medicina, que es un grito abierto y denuncia contra la ausencia de planeación.
Se denomina “La formación de médicos especialistas en México”, editado en 2015. Es un texto colectivo donde intervienen especialistas pertenecientes a las diversas instituciones de salud. El prólogo es del rector de la UNAM, Enrique Graue.
“No obstante la importancia que tiene el personal médico para el funcionamiento de los sistemas de salud, por lo general su planificación ha quedado subordinada a otros temas en las reformas del sector salud, así como en el plano de las decisiones políticas”.
A siete años de distancia, cobra especial relevancia el apunte.
La problemática real de crisis en el sistema de salud quiere ser resuelto de un manazo en la mesa, con estridencia de una decisión como es contratar a los cubanos.
Se antoja una decisión con alcance cortoplacista, muy lejos de ser integral, porque en el fenómeno se involucran problemas de tipo financiero, administrativo y de contexto, como la inseguridad, que es ajena al sistema de salud, y todas esas dificultades sufridas por el estudiante de medicina.
No todo es problema de la UNAM, o del resto de las instituciones de salud, ni de los pasantes, ni de los médicos.
Está comprobada la falta de profesionales de la salud, generales y de especialidad, de acuerdo a estándares internacionales. Hay 2.2 por cada mil habitantes, cuando la OCDE recomienda 3.2.
Sin embargo, en el detalle de la necesidad real, resulta que mucha de la infraestructura existente es subutilizada, igual que el personal de salud. Los sueldos son precarios y los apoyos casi nulos en la etapa de pregrado y posgrado, y como especialistas son bajísimos.
El estudio a que hacemos referencia indica que por ejemplo en Chihuahua, se practican 1.8 cirugías en cada uno de los 39 quirófanos existentes –en la fecha del estudio-, y la mayor parte de esos procedimientos son partos, lo cual es evidencia de que se requiere un estudio profundo.
Unos cubanos en Tlapa de Comonfort, Guerrero o en alguna comunidad de Morelos, Chihuahua, como Ciénega Prieta, se puede vender mediáticamente muy bien, pero poco aportan a la solución a mediano y largo plazo, en relación con el severo problema de salud que existe en el país.
No les resuelve la vida a los futuros médicos o a quienes ya se encuentran en la fase conclusiva de su carrera; tampoco les resuelve la vida a las comunidades porque no tienen infraestructura, ni caminos, ni medicinas, y al final los médicos cubanos sólo recibirán unos pesos, porque la mayor parte irá a las arcas del gobierno isleño.