SON UNA COMUNIDAD AISLADA
En 1922, guiados por sus ministros, un grupo de familias llegó en el tren hasta el desierto de Chihuahua, en donde formaron una nueva colonia a la que llamaron Sabinal.
“Yo llegué aquí con mis papás, tenía 12 años cuando vinimos para acá, yo ahorita tengo 42, ya son 30 años. Vinimos en tren, en ese tiempo el tren pasaba aquí, a un lado de la colonia. Todo, todo, todo era puro monte, empezamos aquí desde abajo: construimos las casas, abrimos terrenos, hicimos pozos y empezamos a trabajar”, recuerda Johan Friesen Brown, uno de los fundadores de la colonia.
Friesen Brown funge actualmente como uno de los dos jefes de la comunidad conformada por 12 campos, a lo largo de 10 mil hectáreas, en donde crearon sus casas en medio de los pastizales y convirtieron el desierto en sembradíos de algodón, chile, cebolla y frijol, por lo cual pronto multiplicaron en aproximadamente un 10 mil por ciento el valor de los terrenos que compraron hace tres décadas en 70 dólares por hectárea.
Hasta hace tres años sólo utilizaban celdas solares y motores de diésel para trabajar, se transportaban únicamente en carretas y nadie tenía Internet.
Pero cuando la Comisión Federal de Electricidad (CFE) comenzó a instalar los primeros postes, la tranquilidad terminó para sus habitantes más tradicionales, quienes comenzaron una vez más a buscar nuevas tierras para poder mantener su aislamiento.
Al menos 900 de los 2 mil menonitas que habitaban entonces la colonia migraron hacia Campeche, en donde formaron una nueva colonia a la que llamaron Valle Nuevo.
Unos mil 100 restantes decidieron quedarse, algunos por falta de dinero para comprar nuevas tierras y otros porque descubrieron que la energía eléctrica les facilita el trabajo, principalmente en el uso de los motores de agua para el riego.
Con la llegada de la luz también llegaron a su comunidad los neumáticos y el uso de vehículos automotores, además del Internet y los teléfonos. Sin embargo, a Sabinal la modernidad ha llegado lento, por lo que sólo algunas casas cuentan con servicio de Internet y tienen poca señal en sus celulares.
La resistencia a la televisión todavía continúa arraigada, debido a que algunos la consideran incluso “un pecado”, mientras que para otros es una distracción para quien se dedica al trabajo.
“Aquí los hombres trabajan en el chile, el algodón, están quitando hierbas, están piscando”, dice Jacobo Brown Brown, de 50 años de edad, encargado de la quesería y una de las tiendas de la colonia.
Los hombres menonitas distinguen a su comunidad por sus overoles de mezclilla, camisas a cuadros y gorras para cubrirse del sol, cuya intensidad aumenta en medio del desierto, en donde el termómetro alcanza los 44 grados centígrados (112 Fahrenheit) en el verano.
Las mujeres, quienes se dedican a trabajar en su casa y a cuidar a sus hijos, crean también su propia ropa, la cual consiste en vestidos largos y coloridos para las niñas, pero que van volviéndose cada vez más sobrios conforme aumenta la edad.
Las mujeres llevan medias o calcetas con huaraches, el cabello siempre recogido y también se protegen del sol con amplios sombreros que atan a su cuello con listones.
Aunque en el invierno el termómetro ha bajado históricamente hasta los -22 grados Celsius (-7.6 Fahrenheit) y frecuentemente se viven tormentas de arena, en la primavera las casas se rodean de flores y los campos se pintan de verde.
Los niños juegan en sus patios con tractores de juguete, mientras que los adolescentes se introducen en el trabajo de sus padres.
En sus casas todos hablan el alemán bajo, mientras que en la escuela o la iglesia se comunican en alemán alto, por lo que las mujeres, que siempre están en su casa, casi no hablan español, a diferencia de los hombres que tienen que aprenderlo para poder vender sus productos a los mexicanos.
Los menonitas cuentan con su propia educación, la cual consiste principalmente en el estudio de la Biblia, matemáticas básicas, leer y escribir. Las mujeres acuden hasta los 12 años y los hombres hasta 13, después es tiempo de comenzar a trabajar.
Cuando ya no van a la escuela “las niñas se están trabajando con la mamá, mi misma esposa hace la ropa, sombreros y todo hace ella. Todo lo que hace mi esposa le está enseñando a las niñas, para que sepan hacer la ropa y todo… y los chavos tienen que ayudarme a mí afuera. Yo tengo vacas lecheras y ellos empiezan ordeñando las vacas, a darles pastura y todo el rollo”, explica Brown Brown, quien es padre de ocho hijos entre los 7 y 19 años.
Muchas de las familias, como la de él, tienen vacas que ordeñan dos veces al día, por lo que formaron una sociedad para reunir toda la leche y producir queso menonita.
Según el responsable de la quesería San Antonio, en promedio producen una tonelada diaria de queso, el producto que más distingue a los menonitas y el cual es comercializado dos veces a la semana en distintas ciudades de Chihuahua, Sonora y Baja California.
Lejos de las pobladas urbes, los menonitas dividen sus colonias en campos, en los que construyen sus casas, pensadas en la posición del sol y con techos triangulares para prevenirse de la lluvia. A un costado de ellas crean sus gallineros, establos y sembradíos.
“A los 20 años empiezan a casarse; ya cuando están casados pues ya trabajan para ellos”, narra el jefe de la colonia, sentado en el comedor de su casa, el cual, como en todas las viviendas tradicionales, está ubicado cerca de la puerta y pegado a la pared, para que después de trabajar llegue directo a comer y no ensucie la casa.
Dice que aunque la mayoría de las familias tienen entre cuatro y ocho hijos, hay quienes tienen hasta 14. Y mientras él describe a su comunidad, su esposa hace requesón, después de haber horneado el tradicional pan menonita con la mantequilla que ella misma realizó, junto a sus hijas mayores, de 17 y 19 años.
Cuando llegó la energía eléctrica la mayoría de los que se quedaron fueron jóvenes, pero el uso de la tecnología todavía es tímido.
Y aunque casi todas las familias ya cuentan con una camioneta, unos recorren aún sus calles de tierra en sus carretas. De acuerdo con el clima, utilizan una blanca, cubierta para los días de lluvia, viento o mucho sol. O una negra, descubierta, para los días de clima agradable.
“Pues sí me gusta aquí. Si tenemos trabajo aquí hay que darle puro pa’delante”, asegura el jefe de la colonia, orgulloso de saberse parte de una comunidad dedicada al trabajo.
Friesen Brown está a favor de la energía eléctrica. “Cuando obtuvieron la bomba de motores de diésel pues batallaron hasta esta fecha, y pos ya empezaron con la electrificación. Ya se metió la luz y todo ya se va a componer. Y avanzar pa’rriba”, dice, y suspira frente a sus dos hijos más pequeños, quienes juegan en el piso de su sala con un tráiler de juguete y una muñeca.
Los domingos nadie trabaja, por lo que las tiendas, la quesería, la farmacia, el negocio donde les venden los sombreros e incluso la estación de gasolina están cerrados.
Ese día los adultos y sus hijos mayores utilizan su mejor ropa, de color negro, y una hora después de que sale el sol acuden a la iglesia. Después de dos a tres horas de culto regresan a sus casas para descansar con sus hijos más pequeños y por la tarde visitan o reciben en casa a sus familiares.
Los jóvenes que aún no se han casado forman grupos de mujeres y de hombres, para después, en algunos casos, reunirse, escuchar música y comer semillas de girasol por las calles.
“Los que se fueron fue porque no querían las trocas, y no querían las llantas, querían mejor las llantas de las ruedas de fierro, que utilizaban para los tractores hasta hace tres años”, recuerda Friesen Brown, quien ha preferido vivir hasta ahora sin Internet en su casa y en su negocio.
A mediados de 2020, con la llegada del Internet descubrieron que había una pandemia en el mundo. Y una decena que tuvo síntomas de resfriado fueron aislados, ante el temor de un posible contagio debido al contacto con quienes llegan a comprarles sus productos.
A través del Internet se enteraron también de la invasión de Rusia en Ucrania, pero su aislamiento no les permitió mantenerse actualizados.
En Cuauhtémoc, en cambio, hasta los menonitas más tradicionales tienen celulares y computadoras conectadas a Internet.
“Los menonitas son ejemplares en el trabajo, en su organización. Aquí se producen las mayores cantidades de avena que tiene México, aquí se produce la mayor cantidad y la mejor calidad de manzana; tienen la producción de queso. Y el corredor comercial, de 40 kilómetros, seguramente sea el más importante en América Latina en economía, pues ahí se encuentran talleres de electrónica, mecánica, industria agrícola, metal-mecánica, almacenes… es un emporio”, destacó el cronista de Cuauhtémoc.
Muchos de ellos hablan inglés y van a las escuelas bajo el sistema educativo mexicano, mientras que a casi 400 kilómetros de ellos, los que se quedaron en Sabinal disfrutan de la tranquilidad de su aislamiento, entre fructíferos campos, seguros de que la tibia modernidad que adoptaron les facilitará su trabajo.