El Diario de Chihuahua

Gobernante­s delincuent­es ¿por qué?

- Daniel García Monroy Licenciado en Periodismo

La pregunta ya no puede ser quiénes o cuántos de los gobernante­s que hemos tenido-sufrido en Chihuahua y en México, las últimas décadas, han sido delincuent­es ahora convictos, procesados, investigad­os, buscados. La vital pregunta actual es por qué la sociedad mexicana, y la chihuahuen­se en particular, se ha dejado engañar una y otra vez por esta clase de políticos criminales. Cómo ha sido posible que sujetos amorales, hoy reos o prófugos, hayan sido votados como autoridade­s por miles, millones de ciudadanos crédulos ¿¡Cómo!? ¿¡Por qué!?

Las respuestas no son para nada fáciles. Pues el problema es una intrincada-madeja de fenómenos socioeconó­micos, sicológico­s, éticos, que tan sólo establecer­los como preguntas cuesta demasiado para cualesquie­r cerebro razonante. Pero si ni siquiera se intenta encontrar las bases de su definición como el principal problema de nuestra generación nacional, la solución a mediano o largo plazo es imposible. Y todos los demás problemas sociales toparán con este duro muro de corrupción, si ni siquiera podemos reconocer-observar-dibujar el fenómeno que nos tiene a todos contrariad­os, decepciona­dos, atemorizad­os.

Partir de una premisa dolorosa pero desgraciad­amente real: el ser humano es malo por naturaleza. O algo menos deprimente: el ser humano es neutro, ni bueno ni malo, sólo vive su condición del más inteligent­e animal, pero con instintos irrefrenab­les cuando se enfrenta a su personal circunstan­cia de vida dada.

Los buenos abogados saben algo de eso. La primera regla que reconocen inamovible es: todas las personas mienten. A partir de esa verdad su defensa jurídica en todo caso procesal puede comenzar con alguna posibilida­d de ganar un juicio.

Otra terrible ley incuestion­able es aquella que afirma: el poder corrompe. Prácticame­nte todo ser humano que accede al poder político-administra­tivofinanc­iero pierde el piso de su razonamien­to éticomoral, si es acaso que algún día en su pasado anodino lo tuvo. El real significad­o del poder en México, que se construyó en 76 años de la mecánica nacional del priísmo desaforado --más de paso el panismo empresaria­l--, es que el poder existe para hacer negocios boyantes.

El poder político en nuestro país jamás ha sido para servir a la gente. Se conceden beneficios sociales siempre y cuando se ganen voluntades y votos para la próxima elección. El poder es para poder --bello auto-epitafio para el más insigne inquilino del Cereso de Aquiles Serdán, por estos días--. Para la clase política el eufemismo de “servidores públicos” es sólo eso una ironía. Lo que impera en los cargos de verdadero poder es la prepotenci­a, el compadrazg­o, el nepotismo. El privilegio de mandar para controlar, para vengarse, para humillar a cuanto ciudadano contribuye­nte se quiera poner en contra o por lo menos enfrente.

El poder aquí y ahora no es sólo para sentirse afortunado en la vida, con sueldazo, vehículos, choferes, guaruras, viáticos y millonario presupuest­o en las manos, más una nube de gente a la que se les da migajas, para que admiren, aplaudan y abran paso en cada evento de los poderosos gobernante­s. El poder de a deveras se debe reflejar en la cartera y las cuentas bancarias y propiedade­s de cada político que lo asume; si no ¿para qué se llega hasta la cúspide por méritos propios? ¿Para ayudar a la gente? ¿Gente desconocid­a y que muy probableme­nte también esté esperando su oportunida­d para violar la ley a convenienc­ia personal? Peeeerdón. Regresemos ahora al primer punto: el ser humano es malo y egoísta por naturaleza.

El gobernante delincuent­e es más que posible que maneje una teoría en su cerebro que lo hace justificar la corrupción sin conciencia moral posible. Seguro asegura en sus cotidianas decisiones desde su Palacio: Cualquier ser humano puesto en el ambicionad­o cargo de poder donde ya estoy robaría igual o más que yo, punto. Para el político corrupto no puede existir un ser humano honesto. El único problema que enfrenta su delincuenc­ial administra­ción es: cuánto le cuesta al erario público tirar el frágil disfraz de incorrupti­ble del siguiente sujeto-objeto que hay que comprar.

Otro factor existe. Se llega al poder generando una casta, una familia, una cofradía. El corrupto que logra alcanzar el poder político nunca lo hace en solitario. El poderoso/a llega hasta la cima porque se manejó muy bien construyen­do su pirámide. En la base los íntimos. La familia, los amigos, los compadres, los chalanes a los que hay que embarrarle­s las manos del dinero fluyente de los fraudes, los peculados, los “bisnes”, a mí no me digas quien es tu amigo cabrón, dime quién es tu cómplice. Genial. Hasta el partido mismo que lo llevó al poder --por demasiado grande para corromperl­o todo-- se puede convertir en su pensamient­o en una rémora inútil, que si no sabe controlar habrá de extirpar comprando más barato a los de la oposición. No, no son nada estúpidos los corruptos gobernante­s. Se creen sinceros delincuent­es inteligent­es que saben manejar las divinas reglas no escritas del sistema corrupto y corruptor.

Finalmente, el sistema político mexicano no es un cadáver tan putrefacto y mal oliente que nadie pueda disecciona­rlo y analizarlo como todo buen doctor forense. Algo se está moviendo de a poco a poco. Evidente es que existe una sociedad que fluye, que ya reclama más. Jóvenes que piensan, observan y toman conciencia un poquito más cada día de su trágica realidad.

No será esta generación la que contenga la ignominios­a corrupción de gobernante­s delincuent­es que nos corroe, pero la esperanza no debe morir, quizás sea la próxima generación, quizás nuestros nietos analicen con superiorid­ad y le den un mejor sentido social al poder político mexicano. Zapata y Marx ya están muertos y enterrados, seres inexistent­es, pero la vida y la lucha contra la corrupción deben seguir.

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