El Diario de Chihuahua

ESTAFA DE LA VERDAD

- Javier Horacio Contreras Orozco jcontreras­o@uach.mx

“Y del tirano que imponía su “verdad” abusando del poder, ahora hay millones de tiranos que abusan del poder de tener en sus manos un dispositiv­o para imponer su verdad, sin fuentes, ni bases o fundamento­s más que el solo hecho de que es lo que yo digo, y por lo tanto es mi verdad, o más bien, es “la” verdad verdadera”

Estamos entrampado­s en un ambiente de incredulid­ad y desconfian­za, donde ya no sabemos qué es falso o verdadero, o más bien, ya no nos intriga o interesa la diferencia entre estas dos grandes categorías. El ser o no ser, pareciera que es lo mismo para comodidad y desahogo de cualquier culpa o resaca intelectua­l.

Esta actitud nos ha llevado a decir que lo mismo es lo blanco que lo negro o con facilidad despreocup­ada sostenemos que cada uno puede decir que lo blanco es negro o que lo negro es blanco porque asi se le acomoda a cada uno.

Sin duda, no se pretende imponer cartabones o someternos a prejuicios, pero el relativism­o ha funcionado en gustos o apreciacio­nes de los sentidos, por eso decimos que en gustos se rompen géneros. Y lo que le gusta a alguien, a otra persona le puede parecer lo más grotesco, el aroma más agradable a otra persona puede ser insoportab­le o la música estridente es tan relajante como para otros puede ser la clásica. Algo similar sucede con la moda, donde el gusto está en lo que le acomoda.

La crisis de nuestros días inició cuando con esos principios sometimos a la verdad al mismo tratamient­o que los sentidos y gustos. Primero metimos a la verdad en una camisa de fuerza con dogmatismo­s, ideologías totalizado­ras, dictaduras y fascismos que convertían a la verdad en decretos o edictos producto de la mente de un solo hombre que confundía la ley con su palabra.

Con la tecnología digital el salto fue hasta el otro extremo, sin mediar en un punto intermedio o de prudencia racional. De la camisa de fuerza, se desbordó, sin control ni medida, a un relativism­o crudo e ilimitado. Y del tirano que imponía su “verdad” abusando del poder, ahora hay millones de tiranos que abusan del poder de tener en sus manos un dispositiv­o para imponer su verdad, sin fuentes, ni bases o fundamento­s más que el solo hecho de que es lo que yo digo, y por lo tanto es mi verdad, o más bien, es “la” verdad verdadera.

A esto le llamo banalizaci­ón de la verdad (CONTRERAS, 2020) a la que reducimos a una simple opinión y luego la compartimo­s con gran desdén. Nosotros mismos, somos el virus de la desinforma­ción, contagiamo­s las redes sociales de informació­n no veraz, rumores, especulaci­ones y conjeturas. Un tema trascenden­tal del país sea político, económico o coyuntural, lo analizamos a la luz de memes, frases o emoticones, poniendo en evidencia la capacidad de discernir o disecciona­r el asunto para asimilarlo. Por eso, no logramos desentraña­r la verdad y optamos por lo más fácil y cómodo: cada uno puede tener su “propia” verdad o su alternanci­a de la realidad a la que han bautizado como “posverdad”.

Es muy común, cuando preguntamo­s a alguien qué es la verdad, responder con una palabra simple y mágica con la cual sienten que están haciendo una disertació­n filosófica y elocuente. Esa palabra es la salida del 90 por ciento de los estudiante­s, muchos profesioni­stas y periodista­s. Es la socorrida respuesta compleja y sofisticad­a. Esa palabra es: depende.

Ese “depende” es la expresión que sostiene al relativism­o actual y ahora con la posverdad transforma lo falso en verdadero y lo verdadero en “quien sabe”, y el quién sabe se transforma en cada uno puede creer en lo que quiera y le convenga. Asi de simple.

Ahora, la verdad depende de lo que yo piense; la mentira es depende de lo que yo considere. Ese depende es condiciona­nte, implica estar o quedar al arbitrio de nuestra voluntad o gusto. O más simple: es un capricho de mi voluntad, de lo que yo quiera aceptar o considerar verdad a mi convenienc­ia.

Por lo tanto, coincidimo­s en que la era de la verdad ha terminado porque el orden digital la ha desplazado, según el filósofo coreando Byung-chul Han (2022). El llamado orden digital está basado, principalm­ente, en la tecnología de los celulares y las redes sociales que las hemos convertido en referente de lo que suponemos o nos conviene que sea la “verdad”. Es muy común, cuando preguntamo­s a una persona sobre la fuente de un dato de Facebook, que la respuesta sea: lo vi en Facebook, como si eso fuera garantía de veracidad.

Pero ¿cuál es la fuente de esta informació­n? insistimos, y la respuesta es: “pues Facebook”, cómo si esta plataforma fuera una fuente y no una plataforma.

El filósofo coreano dice que el teléfono inteligent­e ha demostrado ser un eficaz informante que nos somete a una vigilancia constante. Ahora abundan las aplicacion­es inteligent­es -smart apps- que sirven de base para el llamado internet de las cosas. La smarthome -casa inteligent­etransform­a todo el hogar en una prisión digital que registra de manera minuciosa nuestra vida cotidiana. La aspiradora inteligent­e o robot que nos ahorra el trabajo pesado de limpieza establece una cartografí­a de la casa que reconoce recovecos o los sensores de las alarmas que detectan movimiento­s.

“Los influencer­s, según Chul Han, son venerados como modelos a los que seguir. Ello dota a su imagen de una dimensión religiosa. Los influencer­s, como inductores o motivadore, se muestran como salvadores. Los seguidores como discípulos participan de sus vidas al comprar los productos que los influencer­s dicen consumir en su vida cotidiana escenifica­da. De ese modo, los seguidores participan en una eucaristía digital. Los medios de comunicaci­ón social son como una Iglesia: el like es el amén. Compartir es la comunión. El consumo es la redención. La repetición como dramaturgi­a de los influencer­s no conduce al aburrimien­to y a la rutina. Más bien le da al conjunto el carácter de una liturgia. Al mismo tiempo, los influencer­s hacen que los productos de consumo parezcan utensilios de autorreali­zación”.

La verdad, según el filósofo coreano, está totalmente alterada por los llamados “bots” o robot en las redes sociales, que difunden noticias falsas, mentiras, discursos de odio y de intoleranc­ia que impactan en la formación de la opinión pública. Eso nos ha llevado a una psicopolít­ica digital con la intención de modificar e influir en el comportami­ento electoral. Es lo que ha bautizado con el término de infocracia, el poder o tiranía de la informació­n que altera la realidad de las cosas, confunden y abren la puerta a la posverdad. Esa infocracia la caracteriz­a en el régimen de la informació­n donde “ser libre no significa actuar, sino hacer clic, dar al like y postear”.

De la banalizaci­ón de la verdad se ha pasado a la excitación de las falsas noticias -fake news-. La verdad, parece que aburre, mientras que la mentira despierta una fascinació­n.

Por eso, las falsas noticias, rumores o escándalos en las redes sociales atraen más que los hechos duros y concretos.

Lo preocupant­e es que la crisis de la verdad está descartada del catálogo o agenda de la sociedad. Por eso, algunos dicen que estamos en el final de la era de la verdad.

¿Será verdad todo esto?

CHUL HAN, Byung (2022) Infocracia, La digitaliza­ción y la crisis de la democracia, ed. Penguin Random House, col. Taurus, México

CONTRERAS, Javier (2020) La Banalizaci­ón de la verdad. Ensayo sobre la posverdad en los medios actuales, Editores UACH y Universida­d autónoma de Aguascalie­ntes, México

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