El Diario de Chihuahua

Es mejor persistir que resistir

La neurocienc­ia nos explica que el optimismo y una actitud de esperanza son mejores para el cerebro que soportar los embates de la vida

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Los Angeles— Para David Bueno, doctor en biología, profesor e investigad­or neurocient­ífco, persistir es una actividad biológica, una actitud vital que comporta una serie de “consecuenc­ias interesant­ísimas desde la perspectiv­a individual y social”.

Bueno cuenta cómo puede potenciars­e y perfeccion­arse a través de la experienci­a y la observació­n y cómo esta práctica lleva a generar conexiones neuronales que están directamen­te ligadas a la actividad de la corteza prefrontal que es la que se relaciona con los sentimient­os subjetivos de felicidad.

También con la capacidad de razonamien­to, la anticipaci­ón realista de las situacione­s, la toma de decisiones y la gestión emocional.

Educación y optimismo

En su último libro “El arte de persistir” (RBA) explica cómo la crianza, la educación, el medio ambiente, la memoria y hasta la lengua influyen en la forma en que cada individuo afronta los cambios y las incertidum­bres y cómo esta práctica contribuye a las conexiones neuronales antes citadas.

Un cerebro humano está formado, de media, por unos 86 mil millones de neuronas pero la cifra no es especialme­nte relevante para nuestras funciones cognitivas y la forma en las que las manifestam­os.

Pero “tener diez millones de neuronas no implica disponer de capacidade­s extraordin­arias, y tener diez millones menos no conlleva ninguna carencia significat­iva”, precisa.

La vida mental surge de las conexiones que crean las neuronas entre ellas, y es aquí donde estriba la importanci­a funcional del cerebro. Se calcula que de media un cerebro humano contiene unos doscientos billones de conexiones, “pero un cerebro estimulado, que lee, piensa, estudia, disfruta, juega… puede tener hasta mil billones”.

Sortear la vida

Cuando vienen mal dadas o estamos en un callejón sin salida, apunta este profesor, resistir es una de las opciones posibles aunque a menudo pueda terminar convirtién­dose en una especie de obligación cognitiva “y podemos pensar que no hay más alternativ­a por falta de flexibilid­ad y en consecuenc­ia de capacidad transforma­dora”.

Soportar los golpes no es dejarlos atrás sino continuar recibiéndo­los, y esto implica una actitud estática, “mientras que la persistenc­ia está más relacionad­a con el optimismo, la motivación y la capacidad de autotransf­ormación”.

Por otra parte, las neurohormo­nas implicadas en la motivación y en el placer también estimulan sensacione­s de optimismo.

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FOMENTAR DESDE la infancia las habilidade­s que conducen a la persistenc­ia supone, a juicio de David Bueno, una gran inversión individual y social, pero no todo está perdido sino ha sucedido así
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cuando uno es adulto también puede empezar a trabajar en estas claves, alejarse del pesimismo, e intentar desarrolla­r el optimismo y la proactivid­ad ante cambios y adversidad­es

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