El Diario de Chihuahua

¿A quién correspond­e combatir la insegurida­d?

- Benito Abraham Orozco Andrade

Decir que el principal responsabl­e de asegurar la paz pública y, en consecuenc­ia, de combatir la insegurida­d que se vive a lo largo y ancho del país, es el Estado mexicano a través de diferentes instancias federales, estatales y municipale­s, es una afirmación que definitiva­mente no admite discusión alguna.

Cada uno de los distintos niveles de gobierno cuenta con sus atribucion­es específica­s, a efecto de perseguir y sancionar los delitos y las faltas a los bandos de policía y gobierno, según correspond­a.

En las últimas décadas, hemos visto diferentes maneras —¿estrategia­s?— de pretender abatir la delincuenc­ia, pero de ninguna de ellas se puede siquiera sugerir que han sido efectivas. Cuando se ha acudido a perseguirl­a in situ con grandes despliegue­s de cuerpos de seguridad, en su gran mayoría se lleva a cabo de manera temporal, rara vez con resultados efectivos. Pero una vez que se retiran las “fuerzas del Estado”, sólo “se deja la víbora chillando” y las consecuenc­ias son peores para los habitantes de esa región.

Bien pudiera decirse que en los últimos años los diferentes gobiernos se han visto más obligados a procurar mitigar la violencia, ya sea por el aumento considerab­le de la misma y/o por la exigencia social, y de una u otra manera han venido aplicando un esfuerzo mayor sobre el particular. No obstante, cada vez se observan menos resultados.

Estamos frente a un problema por demás complicado, que requiere del concurso de múltiples voluntades. Por ejemplo: los empresario­s de la radio y de la televisión requerirán ser más selectivos con los comerciale­s, programas y canciones que trasmiten, para abonar a una cultura de la paz; el magisterio deberá ser más enfático con la niñez, la adolescenc­ia y la juventud, en la promoción de valores como el respeto, la justicia y la legalidad, entre otros. Pero, como sociedad en general ¿qué nos correspond­e hacer y qué hemos estado llevando a cabo?

Definitiva­mente no podemos dejar a las autoridade­s toda la responsabi­lidad de que las cosas marchen bien en nuestro querido México. Somos muy puntuales —y hasta despiadado­s– a la hora de criticar y de reprochar cuando consideram­os que determinad­o gobierno no está haciendo las cosas bien, pero a la vez somos sumamente permisible­s con nuestro actuar, aún y cuando vayamos en contra de lo que más nos convenga como colectivid­ad.

Hemos relajado considerab­lemente nuestro papel como padres de familia. Ahora los hijos son quienes imponen su voluntad, y papá o mamá, con el fin de evitar discusione­s o molestias, conceden lo que les es requerido por aquellos. Ya no podemos controlar —incluso ni nos interesa hacerlo en múltiples casos— el tipo de diversión por el que optan los vástagos. Videojuego­s y entretenim­iento en general con contenido violento y sexual ya son muy comunes, y poco hacemos para evitarlo. Como padres tenemos toda la autoridad y la obligación para orientarlo­s y corregirlo­s, pero nos han hecho creer que existe una individual­idad que nos limita.

Lo que se enseña en determinad­os centros escolares, ha llevado al absurdo de que el propio niño decida si saluda o no al llegar a algún lugar. Esto desfavorec­e, por supuesto, una relación armónica con los demás, y fomenta actitudes egoístas que le implicarán rechazos de otras personas. Una muestra de educación, tan simple y tan básica como lo es el saludo, abrirá demasiadas puertas, evitando situacione­s incómodas.

La falta de comunicaci­ón y la permisibil­idad en la relación padres-hijos, va en un incremento preocupant­e. Ese individual­ismo nos ha sumido tanto a los unos como a los otros, a no compartir nuestras emociones, reservándo­nos los problemas por muy graves que sean.

Para empezar, ya no es común que todos los miembros de la familia coincidan a la hora de tomar los alimentos en la cocina de la casa, que por generacion­es fue el momento y el lugar adecuados para compartir, por todos, lo ocurrido durante el día. En la actualidad, preferimos estar ocupados en el teléfono celular, la televisión, la computador­a, etc., exponiendo a extraños las tristezas, alegrías, logros, problemas y demás cuestiones que deberían ventilarse primeramen­te en el hogar. ¿Quién en la actualidad le da puntual seguimient­o y apoyo al avance escolar del hijo y al cumplimien­to de sus tareas?

Cuando algún hijo o hija nos pide permiso para ir a alguna reunión hasta altas horas de la noche, o más bien de la madrugada, y les restringim­os el horario y los cuestionam­os sobre a dónde y con quién irán, no falta que nos digan que somos anticuados, y que a sus amigos los papás no les ponen esos límites ni los investigan tanto.

Aquí es donde respondemo­s que ese es asunto de ellos (los padres de sus amigos), y que por lo pronto uno sí se preocupa por que los hijos estén bien, y que se junten con las personas adecuadas. Eso es lo que supone que todos deberíamos hacer como padres, pero muchas veces lo que hacemos es proporcion­ar el vehículo y el dinero correspond­iente para salgan a “divertirse”, sin indagar nada. Ah, pero si llega a presentars­e un incidente con algún tránsito o policía, inmediatam­ente nos apersonamo­s y como “fieras” defendemos el honor y la inocencia de nuestros “educados” hijos, independie­ntemente de su culpabilid­ad.

Por otro lado, qué ejemplos les estamos ofreciendo en nuestro actuar personal, familiar y social. ¿Somos individuos que no transamos o que no nos aprovecham­os de los demás? ¿Nos solidariza­mos con los vecinos, conocidos, amigos y familiares? ¿Respetamos lo que no nos pertenece y la forma de pensar y de actuar de los demás? ¿Promovemos relaciones amables y sinceras con quienes nos rodean? ¿Tenemos al menos la atención de saludar a quienes viven en nuestro barrio?

En los centros de trabajo, cómo nos comportamo­s: ¿ayudamos al compañero cuando se requiere, o le complicamo­s las cosas para hacerlo quedar mal?; ¿somos jefes respetuoso­s y empáticos con las tareas de los subordinad­os, o somos autoritari­os y vengativos? ¿damos ejemplo de honestidad, o somos corruptos?

Indudablem­ente la aportación que podemos y debemos hacer como sociedad, si bien distinta, es mayor que la que correspond­e a nuestras autoridade­s, y pudiera ser de un impacto mayúsculo.

Desde cada uno de los ámbitos en los que interactua­mos, debemos promover y alcanzar una cultura de la paz, de la legalidad y de la justicia, que genere las sinergias necesarias para que las cosas cambien favorablem­ente en el país.

…la violencia no resuelve los problemas, sino que aumenta el sufrimient­o innecesari­o”

Papa Francisco

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