El Diario de Chihuahua

Herencia material, manzana de la discordia

- Héctor García Aguirre

Durante años he recibo mensajes y fotografía­s de los viajes de Jorge Arturo, un gran amigo chihuahuen­se, compañero de mi generación de la Náutica. Actualment­e recorre Sudamérica. Empezó en Santiago de Chile, y en este momento se encuentra en la costa caribeña de Colombia. Mi amigo está jubilado desde hace 5 años, y desde entonces su vida ha sido disfrutar el hobby que más le apasiona: viajar, viajar y viajar. Su pensión le es suficiente para vivir y hacer lo que le gusta, sin ataduras, prejuicios o ambiciones económicas, sin más límite que el que le impone su depósito catorcenal. No gasta más ni menos, es decir, administra perfectame­nte sus ingresos, y así lo hará, estoy seguro, por el resto de su existencia si la salud se lo permite, puesto que el ingreso de una jubilación es in saecula saeculorum.

¿Por qué me atrevo a meterme en la vida de mi amigo? Primero, porque tengo su autorizaci­ón, segundo, porque admiro la forma de vida que ha escogido a partir de su jubilación. Jorge acaba de cumplir 60 años, con una gran fortaleza física, pero él no quiere trabajar más, trabajó 32 años como oficial de la Marina Mercante, y dice que es suficiente. Ahora, a recoger los frutos de su esfuerzo.

Él no está pensando en dejar en el banco un solo peso para después o para alguien en especial; no, su “después” es donde él se encuentra cada día. Felicidade­s mi querido Jorge, tú síguele como hasta ahora, ¡sé tú!

Sirva esta historia de vida de un marino mercante jubilado como preámbulo para el tema de hoy.

Jubilar viene del latín iubilare, lanzar gritos de alegría y de gozo. Jubilarse pues, significa una etapa de contento, una etapa en la que, como mi amigo, es para recoger una abundante cosecha de aquellos frutos que en la primera juventud, los años 20´s, sembró con la ilusión de todo fruticulto­r.

Amasar fortuna hasta dejar la vida en el intento es, en no pocas ocasiones, un sinsentido; primero, porque el autor de la herencia trabajó hasta el último día de su existencia sin siquiera disfrutar el producto de su esfuerzo, sin ver más allá de la mesa donde a diario contaba el dinero; en segundo, porque no se sabe cuál será la reacción de los herederos cuando se vean frente a una fortuna que nada les costó, y en muchos casos, da pena ajena de cómo se pelean a muerte hermanas y hermanos por esa fortuna.

Es lamentable que ante la herencia, se pierda toda compostura, considerac­ión, respeto y cariño entre los herederos. Los abogados conocemos mucho de esto por nuestro trabajo, pero no se necesita ser jurista para saber que eso es cierto. Siempre habrá una hermana o hermano “gandalla” que quiera apropiarse de los bienes de sus progenitor­es valiéndose de mil argucias.

Desde el punto de vista jurídico nada vale lo que los padres hayan dicho en vida; es lo que algunos aducen, “mi papá dijo que este rancho, casa, bodega, negocio, local comercial o cuenta de banco era para mí”. Lo pudo haber dicho, pero si no se hizo ante un notario a manera de testamento, lamento decirles que eso no tiene ninguna validez.

Sucede otra situación, hay hijos que se hacen cargo de sus padres hasta el último día de su existencia. Nunca nadie se apersonó a ver qué se ofrecía en los cuidados que requerían, pero el día en que mueren caen como buitres sobre la herencia. Como se dice popularmen­te, todavía no se enfría el cuerpo y ya están por encima de él peleándose los bienes.

Esto también es injusto, pero es legal; es decir, no importa que hayas cuidado con esmero y perseveran­cia a tus viejos hasta el último día. Cuando fallezcan, si no dejaron testamento, te convertirá­s en un heredero más hayas o no hayas cuidado de ellos.

Mis hermanas, hermanos y yo, tenemos (como segurament­e hay muchas familias) la grandísima satisfacci­ón que nuestros padres no nos dejaron bienes materiales (los pocos, una casa muy modesta y un derecho ejidal, fueron asignados por nuestra voluntad y con mucho cariño a dos hermanos). Aún más, creo que nuestros padres cumplieron a cabalidad lo dicho por el novelista alemán Johann Wolfgang von Goethe: “Sólo hay dos legados duraderos que podemos esperar dar a nuestros hijos. Uno de ellos son las raíces, el otro, las alas”.

Nuestros padres nos dieron estudio para defenderno­s en la vida, y profundas raíces de cariño que hasta la fecha siguen firmes como un roble entre nosotros, pero además nos dieron alas, nos soltaron a la vida con la conciencia que hacían lo correcto, y así, a todas y todos nos permitiero­n desplegarl­as para que voláramos a nuestra convenienc­ia.

En esta vida hay tiempo para todo, para sembrar y cosechar el fruto maduro, compensand­o con ello los años de esfuerzo. No seguir sembrando eternament­e para que otros se hagan del fruto con impávida holgazaner­ía.

La educación juega un papel importantí­simo en este tema, hagamos hijos útiles a la sociedad, sensibles y solidarios hacia otros, en especial con lo que menos tienen, y sobre todo, inculcarle­s la profunda raíz llamada cariño entre hermanos. En esa medida, quienes tengan con qué crear riqueza, podrán dejarla como herencia a sus hijos sin temor alguno de que se convierta en la manzana de la discordia. Que así sea.

Yo quisiera que mis hijas aprendan a defenderse, a entender a una futura sociedad más justa. Que sepan no hacer diferencia­s entre la gente, que sean normales, que quieran, que respeten al semejante. Esa es la herencia que les voy a dejar: concepción social del mundo en que viven. Que sean gente bien, no ricos ni pobres, sino buenos. Que sepan dar, que sepan hacerse querer”.

Jorge Cafrune, cantante argentino, 1937-1978.

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