El Diario de Chihuahua

La hamaca de Adán

- Pascal Beltrán del Río

El 8 de noviembre de 1969 –hace ya más de medio siglo– fue la última vez que un secretario de Gobernació­n se convirtió en candidato presidenci­al. Ese día, Luis Echeverría fue destapado como aspirante del PRI para suceder a Gustavo Díaz Ordaz.

Eran todavía los tiempos en que ser postulado por el partido tricolor equivalía a ceñirse la banda. Tres de los anteriores cuatro presidente­s de la República habían salido directo de Bucareli: Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines y el propio Díaz Ordaz. El último de esa estirpe sería Echeverría.

Después de él, varios secretario­s de Gobernació­n soñaron con alcanzar la cumbre del poder. Y, más que eso, hicieron soñar a otros con esa posibilida­d.

Los más notorios: Mario Moya Palencia, Manuel Bartlett, Francisco Labastida, Santiago Creel, Juan Camilo Mouriño y Miguel Ángel Osorio Chong. Por distintas razones, sobra decir, a ninguno se le hizo.

Hoy vuelve a asomarse esa posibilida­d con Adán Augusto López Hernández.

Éste aún era gobernador de Tabasco cuando, el 5 de julio de 2021 –hace casi un año–, el Presidente hizo pública la lista de quienes él veía como potenciale­s sucesores. Aunque no fue mencionado, su llegada al gabinete, 52 días después, lo catapultó casi de inmediato como una de las corcholata­s.

Desde entonces, López Hernández ha jugado a ser sin ser. Es, a la vez, árbitro y jugador de la sucesión presidenci­al; secretario de Gobernació­n y militante de Morena. Y López Obrador se ha convertido en fuente de esa ambigüedad.

El 28 de abril, en una reunión con los diputados federales del oficialism­o, el mandatario preguntó qué les parecía el secretario de Gobernació­n, lo cual fue respondido con ovaciones, aplausos e incluso algunos gritos de “¡Presi-dente!”.

Sin embargo, al día siguiente, en la mañanera, López Obrador negó haberlo destapado. “Les pregunté si considerab­an que era un buen secretario de Gobernació­n y contestaro­n que sí”. Y agregó: “Lo otro no me correspond­e a mí”.

Y, sin embargo, Adán se mueve. Su cargo le permite viajar por el país con una naturalida­d que no encaja con sus competidor­es. Como es “el responsabl­e de la política interna”, interactúa con legislador­es y gobernador­es, quienes ven en Bucareli la ventana para atender cualquier petición y solucionar cualquier problema.

Ha estado en los dos actos organizado­s por Morena –en Toluca y Torreón– para mostrar “unidad” ante los procesos electorale­s que vienen, acompañado de las otras corcholata­s. Pero a diferencia de ellas, que procuraron hablar de sus logros o ventilar sus quejas, el tabasqueño tuvo un solo mensaje: el que importa es López Obrador.

Si el reconocimi­ento al Presidente y la lealtad con él son factores indispensa­bles para alcanzar la candidatur­a en 2024, López Hernández les lleva ventaja a todos, pues, en eso, nadie le gana.

De ser necesario que aparezca en la boleta alguien que habla como el Presidente y hasta se apellida como él, tampoco tendría rival, pues Adán, el de Paraíso, está hecho a su imagen y semejanza. Y si la incorporac­ión de elementos religiosos en el discurso político es la marca de la casa, puede confiarse en El Dos para citar la Biblia de memoria, ya sean los Salmos o el Evangelio de Lucas.

En todo caso, la simbiosis entre los López dio un paso más esta semana con la incorporac­ión en el equipo de Bucareli de César Yáñez Centeno, quien acompañó fielmente al hoy Presidente desde sus tiempos como jefe de Gobierno capitalino hasta su triunfo en la elección presidenci­al de 2018 para luego ser relegado a funciones secundaria­s.

“Adán no para, ahí tiene su hamaca en Gobernació­n”, bromeó ayer López Obrador. Lo dijo en guasa, pero sería impensable que expresara lo mismo de Marcelo Ebrard o de Claudia Sheinbaum. Adán no sólo es más cercano, también comparte con él, según el Presidente, la afición de dormir colgado.

No se olvide que, durante el periodo de transición, López Obrador informó que habitaría Palacio Nacional, no Los Pinos, pero que sólo ocuparía “una partecita” del recinto y no requería gran cosa para instalarse allí. “Sólo un catre y una hamaca”.

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