Periodos papales
Jacobo Zabludovsky entrevistó, -ya hace mucho tiempo- al presidente electo de El Ecuador. Le preguntó “su periodo presidencial es de solo cuatro años sin reelección inmediata ¿no cree que es muy poco tiempo para gobernar?” y recibió como respuesta “Es muy poco tiempo si se es un buen gobernante, pero demasiado si es malo”.
El emperador Hirohito admitió en 1946 que era “humano” y no un “dios viviente”. Porfirio Díaz fue presidente de 1876-1880, 1884-1911, es decir, por ahí de treinta años. El papado de Juan Pablo II se extendió por 27 años, fue el segundo papado más largo de la historia de la Iglesia Católica y falleció en 2005. Fidel Velázquez fue líder sindical más de cincuenta años (de hecho lo reeligieron en la CTM otros ocho años más a la edad de 96 años. Murió a los 97). Con el sensible fallecimiento de la Reina Isabel II se terminó un reinado de 70 años. Y estos son solo ejemplos históricos más conocidos.
Según parece a los humanos nos encanta, fascina, cautiva, hipnotiza, seduce, hechiza la nobleza y la realeza. Son seres superiores a nosotros, creemos. Y los tratamos como deidades. Vaya pues, en el caso de los emperadores nipones su imagen solo podía ser grabada por un fotógrafo aprobado por la corte y desde cierta distancia. Nadie podía estrechar su mano ni tocarlo, ni verlo directamente a los ojos, debían sentarse siempre a su izquierda, no dirigirse a él por su nombre y ni siquiera pararse sobre su sombra. A Isabel II debería llamársele majestad y jamás alteza. Al estar en su presencia de ninguna manera debería darle la espalda y otros protocolos más. Caramba, la imaginación hacia la naturaleza de ellos no tiene límites.
Lo anterior nos lleva a varias reflexiones: Hirohito finalmente perdió la Segunda Guerra Mundial pese su naturaleza divina. Díaz prefirió la renuncia y el exilio para evitar –inútilmente- un derramamiento de sangre. Juan Pablo II, los últimos años de su papado, francamente ya no tenía fuerza para dirigir a más de mil millones de creyentes.
La reelección –fuera de sentido común- de Fidel Velázquez suponía su permanencia en este mundo hasta los 104 años. Las siete décadas de reinado de Isabel II implica que millones de súbditos nacieron y murieron bajo su tutela. Hemos de resaltar que ella reinaba pero no gobernaba, lo último lo hacía el Primer Ministro pero ella debía nombrarlo para darle legitimidad.
O tempora, o mores (qué tiempos, qué costumbres). Estamos en pleno siglo 21 y las instituciones deberían adatarse a esta época. La medicina moderna ha progresado muchísimo y prácticamente puede mantener vivo –en la medida de lo posible- a personas que están atendidas a todas horas por profesionales de primera línea. También que estas entidades deben modernizarse. Permitir que lleguen nuevas generaciones. Y sobremanera que tengan las facultades físicas y mentales para cumplir su función. Y saberse retirar a tiempo.
Por ello supongo que ya eso de ser un dios viviente o de reinar de manera vitalicia debe cambiarse. Carlos III tiene 73 años, demasiados años para iniciar esa responsabilidad. Es cuando uno debe atender a sus nietos o bisnietos, descansar en una cómoda jubilación. Y prepararse para el último adiós.
En el caso del Papado, Francisco ha expresado la posibilidad de renunciar. No por el momento, conste. Pero debería hacerlo si ya no puede cargar su pesada e infalible tarea. Podría legislarse que a determinada edad se retiren los dioses vivientes, los reyes, los políticos –así sea por el bien de los ciudadanos, del pueblo o del estado- y los papas. Francisco tiene 85 años y muestra las inescrutables secuelas de la edad. Dios perdona, pero el tiempo no.
Mi álter ego consideró cómo llevar a cabo el simulacro del temblor. La probabilidad de un temblor en la misma fecha es de 0.0007% y era remoto, pero no imposible. En los altavoces debieron agregar “este es un simulacro” para prevenir de –como casi ocurrió- coincidiera con uno real y personas no hicieran caso.