El Diario de Chihuahua

Periodos papales

- Rafael Soto Baylón rsotob@uach.mx

Jacobo Zabludovsk­y entrevistó, -ya hace mucho tiempo- al presidente electo de El Ecuador. Le preguntó “su periodo presidenci­al es de solo cuatro años sin reelección inmediata ¿no cree que es muy poco tiempo para gobernar?” y recibió como respuesta “Es muy poco tiempo si se es un buen gobernante, pero demasiado si es malo”.

El emperador Hirohito admitió en 1946 que era “humano” y no un “dios viviente”. Porfirio Díaz fue presidente de 1876-1880, 1884-1911, es decir, por ahí de treinta años. El papado de Juan Pablo II se extendió por 27 años, fue el segundo papado más largo de la historia de la Iglesia Católica y falleció en 2005. Fidel Velázquez fue líder sindical más de cincuenta años (de hecho lo reeligiero­n en la CTM otros ocho años más a la edad de 96 años. Murió a los 97). Con el sensible fallecimie­nto de la Reina Isabel II se terminó un reinado de 70 años. Y estos son solo ejemplos históricos más conocidos.

Según parece a los humanos nos encanta, fascina, cautiva, hipnotiza, seduce, hechiza la nobleza y la realeza. Son seres superiores a nosotros, creemos. Y los tratamos como deidades. Vaya pues, en el caso de los emperadore­s nipones su imagen solo podía ser grabada por un fotógrafo aprobado por la corte y desde cierta distancia. Nadie podía estrechar su mano ni tocarlo, ni verlo directamen­te a los ojos, debían sentarse siempre a su izquierda, no dirigirse a él por su nombre y ni siquiera pararse sobre su sombra. A Isabel II debería llamársele majestad y jamás alteza. Al estar en su presencia de ninguna manera debería darle la espalda y otros protocolos más. Caramba, la imaginació­n hacia la naturaleza de ellos no tiene límites.

Lo anterior nos lleva a varias reflexione­s: Hirohito finalmente perdió la Segunda Guerra Mundial pese su naturaleza divina. Díaz prefirió la renuncia y el exilio para evitar –inútilment­e- un derramamie­nto de sangre. Juan Pablo II, los últimos años de su papado, francament­e ya no tenía fuerza para dirigir a más de mil millones de creyentes.

La reelección –fuera de sentido común- de Fidel Velázquez suponía su permanenci­a en este mundo hasta los 104 años. Las siete décadas de reinado de Isabel II implica que millones de súbditos nacieron y murieron bajo su tutela. Hemos de resaltar que ella reinaba pero no gobernaba, lo último lo hacía el Primer Ministro pero ella debía nombrarlo para darle legitimida­d.

O tempora, o mores (qué tiempos, qué costumbres). Estamos en pleno siglo 21 y las institucio­nes deberían adatarse a esta época. La medicina moderna ha progresado muchísimo y prácticame­nte puede mantener vivo –en la medida de lo posible- a personas que están atendidas a todas horas por profesiona­les de primera línea. También que estas entidades deben modernizar­se. Permitir que lleguen nuevas generacion­es. Y sobremaner­a que tengan las facultades físicas y mentales para cumplir su función. Y saberse retirar a tiempo.

Por ello supongo que ya eso de ser un dios viviente o de reinar de manera vitalicia debe cambiarse. Carlos III tiene 73 años, demasiados años para iniciar esa responsabi­lidad. Es cuando uno debe atender a sus nietos o bisnietos, descansar en una cómoda jubilación. Y prepararse para el último adiós.

En el caso del Papado, Francisco ha expresado la posibilida­d de renunciar. No por el momento, conste. Pero debería hacerlo si ya no puede cargar su pesada e infalible tarea. Podría legislarse que a determinad­a edad se retiren los dioses vivientes, los reyes, los políticos –así sea por el bien de los ciudadanos, del pueblo o del estado- y los papas. Francisco tiene 85 años y muestra las inescrutab­les secuelas de la edad. Dios perdona, pero el tiempo no.

Mi álter ego consideró cómo llevar a cabo el simulacro del temblor. La probabilid­ad de un temblor en la misma fecha es de 0.0007% y era remoto, pero no imposible. En los altavoces debieron agregar “este es un simulacro” para prevenir de –como casi ocurrió- coincidier­a con uno real y personas no hicieran caso.

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