De jueces, enciclopedistas y más
Hoy sólo comentaré sobre algunos vicios que practican las personas, practicamos -dijo el Neto-. Los comentarios son producto de la lectura, de autores que tienen claro el fin de la vida, notas de gente prudente y de la experiencia.
La presunción es una forma de obrar y pensar que consiste en creer que se es más capaz que otro u otros, más brillante, de ser más bueno que malo, de saber mucho más que otros, de entender el mundo moderno mejor que nadie.
Una persona presuntuosa es aquella que pretende ser más de lo que es, realiza una valoración desmedida de sus cualidades o propiedades, mostrándose altanera, altiva, engreída, petulante; los distinguimos por el tono con el que se dirigen a las personas, en el trabajo gritan a sus subalternos, los humillan en privado o en un público; también los podemos diferenciar por la manera en que hacen ver sus cualidades, afirman ser los mejores en todo, nadie por encima de ellos, todos debajo suyo. Y todavía tienen la gracia de decir: me conozco mejor que los demás, “humildes” pues.
Otro vicio que, podríamos llamar enciclopedismo, consiste en creer que la formación de la inteligencia debe coincidir con una mayor posesión del conocimiento. En este caso se opina que el hombre con una inteligencia más capaz sería aquél que sabe más; vale decir, su capacidad derivaría de poseer un cúmulo mayor de conocimientos.
Hay una relación, aunque indirecta, entre la posesión del conocimiento y la formación de la inteligencia. No siempre que se posee más conocimiento, necesariamente la formación intelectual es más profunda. Aun poseyendo los conocimientos de una buena enciclopedia, la inteligencia no puede decirse por ese solo hecho formada.
Algunas veces, sería mejor que los conocimientos de la enciclopedia estuvieran fuera de nuestra cabeza, para dejar a esta desembarazada de una serie de datos que estorban a su verdadera formación y el ágil ejercicio de su propia tarea.
La inteligencia no se forma cuando se saben muchas cosas porque alguien se las enseñó o platicó y fueron embutidas en ella como material extraño que ahora almacenadamente posee. Esta posesión no hace que los conocimientos sean propios, si la inteligencia simplemente los posee, siguen siendo extraños, aunque se encuentren psíquicamente poseídos; no hay allí sabiduría, sino simplemente amontonamiento.
La inteligencia se forma cuando aprendemos a pensar, cuando descubrimos por nosotros mismos, cuando se lee el interior de las cosas; no sólo cuando escuchamos y circulamos lo leído por otros. Aprender a pensar es el ejercicio propio de la inteligencia y el camino único de formación.
Sólo merecen el nombre de conocimientos propios, formativos, los que son fruto de la personal tarea de pensar, descubrir, mostrarse así mismo, entender o vislumbrar sus alcances, concretar unos conocimientos con otros, comunicar claramente a los demás.
Por otro lado, hay personas cuya función en la vida pareciera tener como fin único vivir juzgando o criticando a los demás; los hay en todos lados y de todas las edades, viven juzgando al “amigo”, al vecino, a los padres, al compañero de trabajo y a quien se les pone en frente. Algunos juzgan de manera temeraria por orgullo, paréceles que a medida que deprimen la estimación de las otras personas, realzan la suya propia. Estas son personas arrogantes y presuntuosas, que se glorían en sí mismas y se elevan tanto en su propia estimación, que miran todo los demás como humildes y bajos.
Otros juzgan, para lisonjearse y excusarse consigo mismos, y para acallar remordimientos de su conciencia; juzgan de ligero que los demás adolecen del mismo vicio que a ellos les domina, o de algún otro de no menor gravedad, creyendo que son menos reprochables en su culpa si son muchos los culpados, dirían en el rancho: mal de mucho consuelo de…
Otros juzgan por pasión, y así siempre piensan bien de lo que estiman y mal de lo que aborrecen, así estén mal o bien sobre los que se pronuncian. Y aquí mejor le dejamos hoy, no vaya a ser que...