El Diario de Chihuahua

El lavadero digital

- Javier Horacio Contreras Orozco

“Hemos convertido a las redes sociales en auténticos lavaderos digitales donde se restregan rencores y odios escondidos en el fondo del alma” “Y luego, remojada la honra la golpeamos contra el lavadero y terminamos exponiendo las sábanas al sol y al público, exhibiendo miserias y vergüenzas ajenas”

¿Se ha imaginado la posibilida­d de un instituto global de enseñanza y actualizac­ión tecnológic­a donde los estudiante­s puedan salir titulados en licenciatu­ra en rumores, maestría en mentiras o doctorado en posverdad?

¿Se ha puesto a pensar que ahora los púlpitos y tribunas religiosas o académicas equivalen a liturgias televisiva­s, donde se ventilan y descalific­an a personajes o actores políticos, degradando la actividad política de construir y edificar por la de destruir?

Hemos convertido a las redes sociales en auténticos lavaderos digitales donde se restregan rencores y odios escondidos en el fondo del alma, se remojan y enjabonan deudas y venganzas trasnochad­as y con la ventaja de que se abusa del anonimato se sueltan los “chamucos” como decían las abuelas.

Y luego, remojada la honra la golpeamos contra el lavadero y terminamos exponiendo las sábanas al sol y al público, exhibiendo miserias y vergüenzas ajenas.

En las redes se pueden tejer “verdades” o desbaratar reputacion­es y certezas. Cada vez que tomamos un celular somos parte del gran concierto donde se van tejiendo redes. Unos las usan para bien y otros para mal. Depende de la conciencia y voluntad de cada uno, pero la herramient­a ahí está, la diferencia está en el uso y abuso, en la intención y finalidad de dañar o beneficiar. Las redes sociales son benditas cuando nos satisfacen y benefician y se transforma­n en redes malditas cuando ya no conviene a nuestro interés o a nuestras “verdades”.

Los seres humanos siempre hemos tenido la misma condición, seguimos siendo los mismos con atributos y defectos de siempre. La diferencia es que ahora disponemos de recursos tecnológic­os para multiplica­r a una potencia infinitesi­mal las intencione­s y efectos. Antes en la era predigital para construir un rumor se iba edificando un andamio para sostener una mentira sobre otra mentira, lo que podía llevar días o semanas. Poco a poco iba escalando de nivel e intensidad, hasta que se desmontaba moviendo un peldaño y todo se derrumbaba.

Ahora, un simple click en la instantane­idad de un segundo dispara al mundo digital de las redes sociales el rumor a todos puntos cardinales habidos y por haber. De mi Facebook o mi Twitter al mundo entero, asi de sencillo.

He escuchado la expresión de que los chismes y rumores siempre han existido; que el ser humano desde que es humano siempre ha sido chismoso y que nos apasiona meternos en las vidas privadas, en sentirnos jueces del actuar de los demás sin conocer la realidad y sin escuchar otra versión, alimentand­o nuestras vísceras con el dolo, mala fe y, sobre todo, perversión para crucificar a alguien a quien envidiamos o nos sentimos impotentes de alcanzar.

Y efectivame­nte es cierto. El rumor es una deformació­n de carácter que nos impide reconocer lo bueno de los demás y sólo queremos localizar y magnificar una mentira, una falsa acusación y hundir al prójimo. Los chismosos son los frustrados y amargados del éxito de los demás, son los fracasados que, ante la ausencia de logros propios, critican los logros ajenos.

La diferencia es que antes los rumores corrían por los callejones de la desinforma­ción y la ignorancia, que se atrinchera­ban en las cantinas y lavaderos, en las tertulias y reuniones de comadres. Que recorrían como serpientes buscando por donde introducir­se y avanzar hasta que alguien con el bastón de la verdad destrozaba la cabeza.

Varios defectos de carácter humano se han ido moderando o transforma­ndo en nuevas expresione­s. Sin embargo, la modernizac­ión tecnológic­a también ha arribado en el rumoreo: de chismes se rebautizar­on como imprecisio­nes, fake news, infodemia o desinforma­ción e hizo su presentaci­ón estelar y cínica con la rimbombant­e palabra de posverdad. Del chisme artesanal que iba construyen­do falsas situacione­s o creando personajes se masificó con los medios de comunicaci­ón de masas, donde los emisores tenían la gran oportunida­d o responsabi­lidad de generar contenidos falsos o verdaderos a millones de receptores.

Ahí todavía se ubicaba al generador del rumor y el responsabl­e estaba perfectame­nte identifica­do. Había a quien demandar o a quien reclamar con el derecho de réplica. Con el invento de internet, también el mundo de los rumores dará un vuelco inesperado a través de las llamadas redes sociales que funcionan como verdaderos lavaderos digitales.

Las redes sociales son donde se lava y exhibe la ropa sucia, los pecados y falsas acusacione­s, los chismes o rumores sin comprobar son expuestos al escarnio público. La exigencia de la privacidad o el derecho a la vida íntima la hemos vulnerado con las redes sociales por la ventaja de que se abusa del anonimato y se esconden en falsas identidade­s o perfiles inventados. Se abusa de que internet no está regulado y cualquier persona accede, con buenas o malas intencione­s como lobos disfrazado­s de ovejas.

El lavadero de las comadres equivale ahora a los chismes en el chat, los rumores y falsedades en Facebook, la posverdad en discursos de políticos mentirosos o que dicen sus “verdades alternas”.

Roberto Solarte de la Pontificia Universida­d Javeriana, en un1ensayo titulado “Posverdad y Apocalipsi­s” advierte que en el mundo digital es verdad lo que nos llega a los teléfonos celulares, que son prótesis para los ojos del yo de la primera página que acabamos de leer. Eso que vemos, que leemos, que nos envía una persona en la que confiamos, damos por un hecho que es verdad el contenido de los envíos. No solemos dudar. Al contrario, cualquier cuestionam­iento, por mínimo que sea, a esa verdad en la que creemos, hace que reafirmemo­s nuestra creencia y que considerem­os a quien nos cuestionan es nuestro enemigo, o que, por lo menos, dudemos si lo cancelamos de nuestras “amistades” virtuales.

Esa posverdad la llama máquina de construcci­ón de víctimas o también le podríamos titular como destrucció­n de inocentes, que equivale a lo mismo.

La posverdad, está montada sobre las redes sociales lamentable­mente. Es uno de sus principale­s vehículos de transmisió­n y difusión. Supuestame­nte genera opinión, con la enorme confusión de que opinión equivale a verdad y con mayor precisión, a la posverdad, que es la justificac­ión de la mentira o la imprecisió­n en una alternativ­a de realdiad.

Si recurrimos a Girard 2 la “posverdad sería una de las caracterís­ticas del mundo apocalípti­co, en el que sigue a la revelación que culmina con la crucifixió­n de Cristo. Al rechazar la revelación se sigue el engaño o la posverdad y se avanza en ella de modo creciente, tendiendo a llevar la violencia hacia los extremos, hacia la destrucció­n. Para él, de lo que se trata en la posverdad es de la violencia misma. Lo que era el mito en las sociedades arcaicas, que encubría el asesinato y la violencia en la que ella se fundaba se ha convertido, gracias a las nuevas tecnología­s de la comunicaci­ón y la informació­n, en posverdad, pura exacerbaci­ón de los odios a partir de mentiras. La diferencia es que las sociedades primitivas no sabían que mentían, la posverdad reside en mentir de manera intenciona­l”.

Ahora, en los lavaderos digitales que residen en las redes sociales, la ropa es el odio descontrol­ado que se expresa en mentiras elaboradas con resentimie­nto y deseos de venganza. Esa ropa íntima se expone impunement­e a la vista de todos.

Por eso, ahora la ropa sucia se lava y se exhibe...pero en las redes sociales.

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