Postres envenenados
En los últimos meses, la presencia de vendedores a domicilio de postres que contienen droga, principalmente marihuana, se multiplicó de manera escandalosa, no en particular en alguna región, sino es generalizado en todo el país y en todos los estratos sociales.
Aunque el tema no es nuevo, es importante ponerle atención pues de manera perversa, los distribuidores de drogas ha encontrado un nicho de víctimas en las escuelas de todos los niveles, incluidos, por supuesto, centros escolares de menores de edad.
Los famosos brownies, considerados como la repostería más popular entre la población de infinidad de países, hoy son más famosos porque algunos delincuentes los preparan con droga y su mercado, en la más descarada impunidad, se promueve desde las redes sociales hasta la entrega a domicilio, sin pudor alguno.
Quizá en la década de los 80, ese asunto se pudo haber considerado como algo rutinario, porque el consumo era, según vox populi, entre adultos, pero a partir del inicio de este siglo, la distribución se apuntaló a menores de edad y, curiosamente, después de la pandemia, esa venta se recrudeció con criminal asedio.
Eso no es todo: hay la suficiente información que es del dominio público, de que las organizaciones criminales están utilizando a menores de edad para penetrar cada vez más en las esferas intocables -debería ser así- de niñas, niños y adolescentes, con el riesgo de todos sabido. El artículo del pasado jueves 2 de febrero, en Diario de Juárez, de Olivia Aguirre “Niños, niñas y adolescentes en riesgo”, nos ofrece una explicación por demás clara en ese sentido.
Y todos sabemos que el reclutamiento de menores de edad por las organizaciones criminales, inició en México hace poco más de 30 años. En el libro “Matar al monstruo”, se describe así: “… en la década de los 90 era el preludio de lo que vendría en cascada: la guerra entre cárteles de la droga habría de provocar una estela de sangre y muerte que nadie imaginaba, porque la disputa por las cotizadas plazas generó el desquiciamiento en las organizaciones de la mafia, un descontrol total de las esferas policiacas y, para colmo, el reclutamiento descarado de niños y adolescentes muy al estilo de Centroamérica, donde las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), encontraron un perverso y criminal caldo de cultivo, pues los menores de edad eran inducidos irremediablemente al consumo de drogas sintéticas y, después, a delinquir como cualquier matón adulto”.
“En México se adoptó una modalidad similar: al inicio del nuevo milenio, los distintos grupos criminales recularon menores de edad, la mayoría en condición de pobreza extrema, para convertirlos en ladrones de autos, halcones o sicarios”.
“Los carjacking, denominado así por definición de las mismas autoridades judiciales, son grupos integrados por menores de edad que fueron adiestrados profesionalmente para el robo de autos a manos armada…
“El entrenamiento de los jovencitos es extremo: se les enseña a portar y disparar armas de fuego y están adiestrados para acercarse a su víctima y despojarlo de su vehículo. Podemos asegurar que de mil intentos de robo de automotores al mes por parte de menores de edad, el 60 por ciento son exitosos. El 40 por ciento restante no resulta porque se ponen nerviosos, se asustan o bien, en el momento se arrepienten. Lo más delicado es que el 98 por ciento los protagonistas de estos atracos están drogados”, declaró un jefe policiaco de la división de autos robados a la prensa, en 2009, en una de las ciudades mexicanas con más presencia de carjacking.
En el caso de los halcones, el modelo colombiano fue copiado por los capos mexicanos sin alteración alguna: en cada barrio, colonia, cruce fronterizo, avenidas importantes, zonas de venta y distribución de drogas, picaderos o áreas de cantinas y prostíbulos, los menores de edad estaban colocados en sitios estratégicos, las 24 horas del día, equipados con teléfonos celulares o radios de comunicación (walky talky), para que informaran a sus coordinadores de cualquier presencia sospechosa de la zona que tenían asignada, por un pago semanal que va de los 500 a mil pesos, además de porciones de droga como mariguana, cocaína, heroína y cristal para uso personal.
“Hay zonas serranas donde los niños y adolescentes que juegan el papel de halcones viven en chozas o cuevas, pero tienen a su disposición cuatrimotos o vehículos todo terreno y poseen potentes radios para informar de movimientos no habituales”, dijo a un medio nacional un testigo protegido por la agencia antidrogas mexicana que identificó en Sinaloa al menos a 22 alumnos de primaria y secundaria dedicados a la vigilancia al servicio de células criminales”. Fin de las citas de “Matar al Monstruo”.
Hoy no es momento para vacilar o descuidarnos ni por un instante. El reclutamiento de menores de edad por las mafias es un tema cíclico. Todo puede empezar por un simple postre envenenado. Y todos sabemos que un postre envenenado lleva a otra cosa, y luego a otra… abramos los ojos ¡ahora! Al tiempo.
Referencias:
“Niños, niñas y adolescentes en riesgo”, Aguirre, Olivia. Opinión, Diario de Juárez, jueves 02 de febrero 2023.
“Matar al monstruo”, Cap. los orígenes del mal, García J. Luis/2021