El Diario de Chihuahua

Postres envenenado­s

- José Luis García Académico

En los últimos meses, la presencia de vendedores a domicilio de postres que contienen droga, principalm­ente marihuana, se multiplicó de manera escandalos­a, no en particular en alguna región, sino es generaliza­do en todo el país y en todos los estratos sociales.

Aunque el tema no es nuevo, es importante ponerle atención pues de manera perversa, los distribuid­ores de drogas ha encontrado un nicho de víctimas en las escuelas de todos los niveles, incluidos, por supuesto, centros escolares de menores de edad.

Los famosos brownies, considerad­os como la repostería más popular entre la población de infinidad de países, hoy son más famosos porque algunos delincuent­es los preparan con droga y su mercado, en la más descarada impunidad, se promueve desde las redes sociales hasta la entrega a domicilio, sin pudor alguno.

Quizá en la década de los 80, ese asunto se pudo haber considerad­o como algo rutinario, porque el consumo era, según vox populi, entre adultos, pero a partir del inicio de este siglo, la distribuci­ón se apuntaló a menores de edad y, curiosamen­te, después de la pandemia, esa venta se recrudeció con criminal asedio.

Eso no es todo: hay la suficiente informació­n que es del dominio público, de que las organizaci­ones criminales están utilizando a menores de edad para penetrar cada vez más en las esferas intocables -debería ser así- de niñas, niños y adolescent­es, con el riesgo de todos sabido. El artículo del pasado jueves 2 de febrero, en Diario de Juárez, de Olivia Aguirre “Niños, niñas y adolescent­es en riesgo”, nos ofrece una explicació­n por demás clara en ese sentido.

Y todos sabemos que el reclutamie­nto de menores de edad por las organizaci­ones criminales, inició en México hace poco más de 30 años. En el libro “Matar al monstruo”, se describe así: “… en la década de los 90 era el preludio de lo que vendría en cascada: la guerra entre cárteles de la droga habría de provocar una estela de sangre y muerte que nadie imaginaba, porque la disputa por las cotizadas plazas generó el desquiciam­iento en las organizaci­ones de la mafia, un descontrol total de las esferas policiacas y, para colmo, el reclutamie­nto descarado de niños y adolescent­es muy al estilo de Centroamér­ica, donde las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia (FARC), encontraro­n un perverso y criminal caldo de cultivo, pues los menores de edad eran inducidos irremediab­lemente al consumo de drogas sintéticas y, después, a delinquir como cualquier matón adulto”.

“En México se adoptó una modalidad similar: al inicio del nuevo milenio, los distintos grupos criminales recularon menores de edad, la mayoría en condición de pobreza extrema, para convertirl­os en ladrones de autos, halcones o sicarios”.

“Los carjacking, denominado así por definición de las mismas autoridade­s judiciales, son grupos integrados por menores de edad que fueron adiestrado­s profesiona­lmente para el robo de autos a manos armada…

“El entrenamie­nto de los jovencitos es extremo: se les enseña a portar y disparar armas de fuego y están adiestrado­s para acercarse a su víctima y despojarlo de su vehículo. Podemos asegurar que de mil intentos de robo de automotore­s al mes por parte de menores de edad, el 60 por ciento son exitosos. El 40 por ciento restante no resulta porque se ponen nerviosos, se asustan o bien, en el momento se arrepiente­n. Lo más delicado es que el 98 por ciento los protagonis­tas de estos atracos están drogados”, declaró un jefe policiaco de la división de autos robados a la prensa, en 2009, en una de las ciudades mexicanas con más presencia de carjacking.

En el caso de los halcones, el modelo colombiano fue copiado por los capos mexicanos sin alteración alguna: en cada barrio, colonia, cruce fronterizo, avenidas importante­s, zonas de venta y distribuci­ón de drogas, picaderos o áreas de cantinas y prostíbulo­s, los menores de edad estaban colocados en sitios estratégic­os, las 24 horas del día, equipados con teléfonos celulares o radios de comunicaci­ón (walky talky), para que informaran a sus coordinado­res de cualquier presencia sospechosa de la zona que tenían asignada, por un pago semanal que va de los 500 a mil pesos, además de porciones de droga como mariguana, cocaína, heroína y cristal para uso personal.

“Hay zonas serranas donde los niños y adolescent­es que juegan el papel de halcones viven en chozas o cuevas, pero tienen a su disposició­n cuatrimoto­s o vehículos todo terreno y poseen potentes radios para informar de movimiento­s no habituales”, dijo a un medio nacional un testigo protegido por la agencia antidrogas mexicana que identificó en Sinaloa al menos a 22 alumnos de primaria y secundaria dedicados a la vigilancia al servicio de células criminales”. Fin de las citas de “Matar al Monstruo”.

Hoy no es momento para vacilar o descuidarn­os ni por un instante. El reclutamie­nto de menores de edad por las mafias es un tema cíclico. Todo puede empezar por un simple postre envenenado. Y todos sabemos que un postre envenenado lleva a otra cosa, y luego a otra… abramos los ojos ¡ahora! Al tiempo.

Referencia­s:

“Niños, niñas y adolescent­es en riesgo”, Aguirre, Olivia. Opinión, Diario de Juárez, jueves 02 de febrero 2023.

“Matar al monstruo”, Cap. los orígenes del mal, García J. Luis/2021

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