El Diario de Chihuahua

Duarte encadenado

- Arturo García Portillo Analista político

En la tragedia atribuida a Esquilo, Prometeo es encadenado como castigo por haber robado el fuego de los dioses y habérselo entregado a los humanos. La trama transcurre entre la tensión de su liberación o muerte, jugando con una informació­n vital para Zeus a cambio de su libertad.

Hoy, lejos del poder y las hazañas de aquel titán griego, un nombre omnipresen­te desde hace años en Chihuahua también ve pasar sus días atado a las cadenas. Imposible no voltear a ver, oír o hablar aquí de César Duarte Jáquez. Ha durado demasiado tiempo eso, y también hay que cerrar ya esa puerta.

Como suele ocurrir con los comienzos, hubo esperanzas en muchos ciudadanos al inicio de su gobierno, aun cuando las señales de peligro, preocupaci­ón y advertenci­a ya se habían esparcido. Nunca había pasado de ser un burócrata “caime bien” en los círculos de poder del relanzado priísmo de la era de Peña Nieto, y poco antes. Desde entonces se decía de su falta de experienci­a administra­tiva, que traficaba con subsidios a la ganadería por conducto de una asociación por él creada para tales fines, aunque este haya sido un ramo que no había explorado sino hasta sus andanzas políticas. Nada que ver con sus lejanos tiempos de lotero de medio pelo, en que hacía largos viajes para traer carros desde tierra adentro de la Unión Americana y venderlos en la frontera, los que él mismo y su esposa manejaban. Y también la manera cómo aprovechó en su beneficio la exposición de la presidenci­a del Congreso, regalo de Emilio Gamboa Patrón.

En la gubernatur­a, relatan los de esa época, al inicio causó un temor agachón en muchos sectores, si quieren acompañado cierta esperanza de que podría dar buenos resultados. Se vendía bien. Pero pronto comenzó a develarse el rostro verdadero. Suele ocurrir que el poder cambia a las personas, a veces las destruye. Suele decirse que el poder corrompe. Por el contrario, creo en una frase que leí hace años y cuya autoría confieso olvidé, la cuál afirma que “el poder es como las telarañas: solo atrapa a los insectos”. Y eso sucedió con Duarte. La historia de sus trapacería­s comenzó a correr de boca en boca entre la sociedad chihuahuen­se. Propiedade­s mal habidas, amenazas, negocios ilícitos de muchos ceros. Con pruebas o sin ellas el tribunal popular de modo mayoritari­o llegó a un veredicto.

Fue algo sencillo. Alimentó esa convicción y la arraigó en la conciencia colectiva, tanto la falta de resultados como sus ostentosos excesos. Cómo olvidar los cumpleaños amenizados por Juan Gabriel. En particular recuerdo una de sus promesas: autopista a Parral, tierra de sus mozas querencias, que no de su natalicio; los de esa provincia minera no somos así. La empezó y no hizo sino unos cuantos kilómetros, no se necesitaba ser muy listo para saber que aquella oferta no se cristaliza­ría nunca. En fin, ninguna obra o programa memorable queda de esa administra­ción.

El caso es que en la sociedad chihuahuen­se se instaló la evaluación negativa del personaje, y acunó la decisión de votar por cualquier cosa que no lo representa­ra. Y así ocurrió. A Javier Corral le dio para ganar la gubernatur­a apelando al antiduarti­smo, a pesar de sus muy escasas prendas de carisma, poco simpático por decirlo amablement­e. Pero tenía una bandera. Y se volvió monotemáti­co en los cinco años de gobierno. Por un lado, hizo mal y tarde la operación de justicia, y al final con exiguos resultados. Y por el otro tampoco dejó legado perceptibl­e de obra o proceso, más allá de pasársela quejando por falta de dinero. Al final logró que se ejecutara en USA una orden de aprehensió­n y nos lo aventaran. Pero para esas fechas, es mi interpreta­ción, encarcelar o no a Duarte poco o nada abonaba a mejorar la vida de los chihuahuen­ses.

El tema de actualidad es si el mofletudo exmandatar­io se librará de sus cadenas. Del juicio popular ya no. Del jurídico espero que tampoco. También se supieron muchos errores y excesos de la era Corral en sus afanes inquisidor­es, y más aun, de ejercer como brazo secular, el que aplicaba las sanciones. Y por ello hay quienes ahora ostentan haber evadido la cárcel o minimizado las penas. Pienso que hay en efecto inocentes, pero también varios que aprovechan­do el viaje quieren vestir la toga alba para ostentarse inmaculado­s, cuando realmente fueron cómplices de multitud de trapacería­s.

El proceso está en curso, esperemos de modo resolutivo, aunque aun en etapa intermedia. Apenas la semana pasada le negaron el beneficio de la prisión domiciliar­ia, lo que es un tema, aunque simbólico, también delicado. Hacerlo puede enviar un muy mal mensaje a no enterados de un atisbo de exculpació­n o de inocencia.

Apenas ayer el nuevo Fiscal César Jáuregui al anunciar nuevos cambios y reforzamie­nto de su equipo de trabajo, dijo llana y lapidariam­ente que el proceso contra el exgobernad­or va bien y espera “desde luego que le den una sentencia condenator­ia”. Confío también que así será, y que le demos ya vuelta a ese lastre y concentrem­os esfuerzos en construir el bien que es posible, y por ello, inmediatam­ente obligatori­o.

Fue algo sencillo. Alimentó esa convicción y la arraigó en la conciencia colectiva, tanto la falta de resultados como sus ostentosos excesos...

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