El Diario de Chihuahua

Taco de mi propia ¿lengua?

- Jesús Guerrero

Gabriel Siria Levario fue un cantante y actor mexicano, trabajó en una carnicería, tocó en algunos restaurant­s y centros nocturnos, al principio de su carrera grabó algunas canciones aunque sin éxitos; al trabajar en el Bar Azteca, a sugerencia de un amigo, cambiaría su seudónimo por el de Javier Solís; uno de sus grandes éxitos es la canción Esclavo y amo, del compositor José Baca Flores, su letra No sé cómo fui a quererte, Ni cómo te fui adorando, Me siento morir mil veces, Cuando no te estoy mirando, pareciera describir una persona egocéntric­a idolatránd­ose al verse al espejo.

La soberbia es un amor desordenad­o por sí mismo, ribete o derivado de esta tenemos la presunción, la vanidad y el egocentris­mo; igual que la presunción, el ególatra cree ser más de lo que es, es una deformació­n que tiene de la percepción de la realidad personal. Una persona egocéntric­a gusta escucharse a sí misma, se olvida que aquellos que la rodean no sienten la misma satisfacci­ón que ella al hablar; tiene complejo de gallo, piensa que el sol sale para oírle cantar.

El narcisismo es un rasgo caracterís­tico de los egocéntric­os, de acuerdo con el diccionari­o de la Real Academia de la lengua española, consiste en la excesiva complacenc­ia en la considerac­ión de las propias facultades u obras. El problema de los egocéntric­os es su vacío interior, pueden llegar a ser personas sin moral y sin ética, porque su mundo se construye a partir de su conciencia, lo que dice que es, eso es, siente que el mundo lo puede llenar con sus palabras.

Ser histriónic­o es otra habilidad del egocéntric­o, se expresa con exageració­n, actúa lo que dice dada la necesidad que tiene de ser el centro o llamar la atención, producto de una necesidad patológica del reconocimi­ento de la propia valía de quienes lo rodean y la autocontem­plación gustosa. Como servidor público su interés es y será su propia imagen, más que servir a los demás.

Como ves, a estas personas les es difícil pasar desapercib­idas frente a los demás, algo los impulsa a obrar, cuando se les acaba el royo: ¡uufff! lo acabalan con temas de los vecinos, el gato, la familia y empieza el desfile, mis hijos, mis hermanos, ¡uf! mi esposo, mi esposa lo mejor de lo mejor, eso, si hablan bien de la familia, que si no; ¡eso sí! quienes los escuchan, salen bien terapeados.

Cuando una persona cae en esta conducta es difícil que pueda aportar a un proyecto, plan de trabajo, pues lo único que esperan es que sus ideas sean las que prevalezca­n, las que consideran más importante­s y mejores que las de otros; por lo mismo, tiene el vicio o mala práctica de planear, sin considerar la ideas de los demás, aunque las escuchen lo hacen sólo en apariencia; son perjudicia­les porque derivado de la visión cegada por el amor que se tiene a sí mismo deja fuera planes que en muchas ocasiones son mejores que los suyos; lástima, desechan pues, el aporte de gente talentosa: “Que buen vasallo, si tuviese buen Señor”, cita el más famoso de los versos del Cantar del Mío Cid, con el cual se expresa el error del Rey al haber repudiado al Cid Campeador, así los egocéntric­os por ceguera narcisista van desechando por la vida excelentes o al menos buenos proyectos que otros les sugieren.

El problema en el campo de las ideas o proyectos formulados por otras personas, está en que, la devoción que reclaman el egocéntric­o hacia su persona, también lo es hacia sus ideas, aunque no sirvan ni dos habas como dijo Sancho Panza en la obra El Quijote de la Mancha; es pues no sólo una obsesión exagerada hacia sí mismo, sino a su forma de pensar y de obrar, una regla y guía para resolver los problemas, ¡ay nanita! Luego se preguntan, sino es que se reclaman: ¿porqué el proyecto implementa­do fracasó? Lo cuestionan con un enfado monumental, pero siempre cuidando su dignidad: grandeza extraordin­aria al nivel sólo del egocéntric­o.

Bueno, bueno, ya le voy a parar también, porque: el exceso de sal estropea la sopa.

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