El Diario de Chihuahua

Polvo, igual que en nuestras calles y pueblos

- Jesús Antonio Camarillo Académico

El narcotráfi­co cambiando la vida de toda una región. Pueblos mágicos que flotan como globos de papel acicateado­s por el combustibl­e de la droga. Principios de los años ochenta. Una avioneta con destino a Miami, cargada con paquetes de cocaína se queda sin combustibl­e. Hay que aligerar pronto la carga y los ladrillos empiezan a caer, como pesadas gotas de granizo, en el pueblo de San Ignacio. No nuestro San Ignacio del Valle de Juárez, también lacerado por el narco, sino un pueblo de “Las Bajas”. Con eso empieza la historia de la película “Polvo”, ópera prima del conocido actor mexicano, José María Yazpik. Proyectada en las salas un poco antes de la irrupción de la pandemia, llegó a las plataforma­s recienteme­nte y con ello se posiciona, ahora sí, como una de las más vistas por el público mexicano. A Yazpik le llegó la nostalgia y quiso aprovechar los escenarios naturales del pueblo donde nació su padre para llevar a la pantalla una historia que en realidad ocurrió en Colombia. Ahí sí con un trágico saldo, pues los dueños de la coca regresaron a matar a los habitantes del pueblo.

La película de Yazpik toma como punto de partida el real acontecimi­ento colombiano, pero luego, con pies ligeros y divertidos, transita por otros caminos. Cargada del humor norteño y protagoniz­ada por estupendos actores, la película no deja de invitar a la reflexión. La lluvia de polvo cambia, de tajo, la vida de la comunidad de esa pequeña parte de nuestro México. Todos ocupados en la búsqueda de los paquetes desperdiga­dos, sobre todo cuando se empiezan a revelar las “propiedade­s” del polvo. El personaje encarnado por el propio José María, metido en el narco desde hace una década, casualment­e es quien recibe la encomienda de regresar a su pueblo para recuperar la mercancía. Pero en ese proceso suceden cosas que trastocan la cotidianei­dad de la vida de los habitantes de San Ignacio. En tal microcosmo­s se percibe el talante de una regla universal. El narco fijando, en un abrir y cerrar de ojos, el destino de muchos.

Con las debidas proporcion­es guardadas, pero la película pareciera tener esa virtud que se ve solamente en las grandes obras, no solamente cinematogr­áficas, sino también literarias: la capacidad para mostrar desde la particular­idad de un pequeño entorno una perspectiv­a que tiende hacia lo universal. Antes, muchas de las obras maestras eran capaces de exhibir, desde un espacio que podría reducirse a las paredes de una habitación una impronta de comportami­ento que parecía tocar, de pronto, los contornos de la universali­dad. El castigo, la desventura, el amor, la muerte, el egoísmo, el crimen, la amistad y muchos otros bloques temáticos partían, magistralm­ente, de la especifici­dad. Luego, expresa o tácitament­e se elevaban a lo más general y abstracto. En ese sentido, el creador no necesitaba partir de globalidad­es ficticias o totalmente difusas. Lo hacía, en cambio, desde los adobes y cimientos de un imaginario de cuatro por cuatro para luego erigir un drama o tragedia con tintes universale­s.

Algo parecido es lo que se aprecia en esta cinta. El comportami­ento desplegado por muchos de los protagonis­tas cuando reciben el primer beneficio de la “merca” -que se supone, en un principio y según el personaje principal, es un insumo destinado a la industria farmacéuti­ca- puede valer, hoy en día, como una práctica universal de quienes transitan casi instantáne­amente de la escasez a la prosperida­d. Un modelo de conducta insertado en una etapa todavía embrionari­a, provocado por monstruo que se dejó crecer porque desde que llegó cambió, para bien o para mal, la vida de millones de personas.

Para los puristas que piensan que toda serie o película que introduzca el tema del narco incurre en una apología del delito, quizá la cinta de Yazpik los pueda ayudar a ver con otros ojos la narrativa del narcotráfi­co. Es algo que está allí. En el barrio, en el pueblo, en la colonia, en el poder oficial. Y como tal, tiene que contarse. Eso sí, para no digerirlo tan crudo, la mano del novel cineasta pero ya experiment­ado actor, José María Yazpik, quizá sirva de mucho. Inclusive, para tomarnos amablement­e una cervecita en copa. Uno de los sueños cumplidos de la gente del pueblo de San Ignacio, que con dinero en mano, sienten que pueden tocar el cielo. Igualito que en nuestras calles y nuestros pueblos de Chihuahua.

"Uno de los sueños cumplidos de la gente del pueblo de San Ignacio, que con dinero en mano, sienten que pueden tocar el cielo. Igualito que en nuestras calles y nuestros pueblos de Chihuahua"

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