Cárceles de oro
Aristóteles pensaba que el hombre era social por naturaleza. Pero no es cierto. Nuestra vida está sujeta a preceptos, estatutos, leyes, reglas éticas y morales, mandamientos divinos y así hasta llegar a la Constitución o a algún Libro Sagrado.
Ahora bien, antes del Estado Civil, los hombres se hacían justicia por sí mismos, pero no existía un mecanismo que lograra una correspondencia entre la falta y el castigo. El Estado se encargó de establecer estos parámetros para que tal o cual conducta indebida tuviese como condena tal o cual penalidad. Para la filosofía del derecho un problema clásico es la relación entre derecho y justicia. Esto es que no siempre coinciden, es más, pocas veces lo hacen.
Cuando somos víctimas directas o indirectas de un delito, qué buscamos ¿Justicia? ¿Venganza? ¿Escarmiento? ¿Arrepentimiento? ¿Reparación del daño? ¿Desquite? ¿Rehabilitación? de parte de quienes nos han hecho daño.
La historia del castigo infringido a quien violara las leyes de los dioses o de los hombres es antiquísima. Va desde la pena de muerte con o sin sufrimiento a la mutilación de órganos –las manos a los ladrones como proponía el Bronco- o la hoguera para los pecados de herejía o ateísmo o brujería.
En un principio el objetivo era hacer sufrir al condenado para que por medio del dolor purgara sus penas y sirviera de escarmiento a los otros. Esta filosofía perduró por siglos. En los últimos tiempos el concepto de penitencia se transformó, gracias al surgimiento de los derechos humanos, por el de recuperación y redención. Así los CERESOS -Centros de Rehabilitación Social- están fundados en los criterios de quien ha cometido un delito tiene –deben tener- la oportunidad de reflexionar y de enmendar su conducta para no volver a cometer ese ¿error? que su ignorancia, incultura, irreflexión lo llevó a cometer. En teoría se supone que si una persona comete una falta a la sociedad, ésta tiene la capacidad de reeducarlo para que no vuelva a delinquir y que el encierro tiene como objetivo primero proteger a los ciudadanos y segundo rehabilitarlo o como se utiliza ahora “reinsertarlo a la sociedad”.
Por ello, quien cumple con la pena y enmienda su conducta puede regresar a la libertad y comportarse como un ciudadano ejemplar.
Ahora bien, para tratar a un delincuente ¿es necesario hacerlo pasar hambre, calor, frío, soledad, aislamiento, sed, terror, inseguridad? ¿Debemos hacerlo sufrir viendo cuatro capítulos seguidos de las mañaneras presidenciales para quienes cometan faltas mayúsculas?
No considero que comiendo mal, bebiendo peor, durmiendo en incómodos colchonetas o sin ver programas televisivos se dé más rápida la cura social. Si una persona comete un delito por celos, amor, odio, ambición o lo que sea y tiene dinero, el gobierno bien podría rentarle una celda con todos los servicios que pueda pagar a precio comercial de acuerdo a las estrellas de un hotel. Pero no serán vacaciones VIP sino que de ahí deberá tomar cursos de reflexión filosófica, deportes, derecho penal o civil o mercantil según sea su caso, asistir a sesiones de grupos de apoyo. Hablar con sus familiares y amigos por teléfonos intervenidos y conversaciones grabadas. Leer libros, ver películas –Papillón, La Isla de los hombres solos, El Apando, Sueños de Libertad, Fuga de Alcatraz, etc.- programas televisivos –noticiarios, series, telenovelas- realizar trabajos de carpintería, electricidad, impartir clases a otros reclusos. En fin actividades constructivas. Porque tenerlos en condiciones deprimentes no sirve, al contrario refuerza la cárcel como Universidad del Crimen. También es tiempo de reflexionar sobre las cadenas perpetuas ¿para qué se va a rehabilitar una persona que sabe que solo saldrá de prisión con los pies por delante? Además, al interno y familiares les pegará en donde más duele, en el bolsillo. Y si todo es reglamentado entonces las cárceles serán autofinanciables. De esta manera los gobiernos no presumirán que destruyen artículos de primera necesidad para volver a los encarcelados a la época de las mazmorras. Y además recuerde, aunque la cárcel sea de oro, no deja de ser prisión.
Mi álter ego está escribiendo una novela. Empieza así “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” donde relatará las andanzas de un tipo extravagante que vivirá mil aventuras en un mundo que solo existe en su cabeza. Ni modo que en México lo acusen de plagio… solo dirá que se le ocurrió –en otra vida- antes que al Manco de Lepanto.