El Diario de Chihuahua

Cárceles de oro

- Rafael Soto Baylón rsotob@uach.mx

Aristótele­s pensaba que el hombre era social por naturaleza. Pero no es cierto. Nuestra vida está sujeta a preceptos, estatutos, leyes, reglas éticas y morales, mandamient­os divinos y así hasta llegar a la Constituci­ón o a algún Libro Sagrado.

Ahora bien, antes del Estado Civil, los hombres se hacían justicia por sí mismos, pero no existía un mecanismo que lograra una correspond­encia entre la falta y el castigo. El Estado se encargó de establecer estos parámetros para que tal o cual conducta indebida tuviese como condena tal o cual penalidad. Para la filosofía del derecho un problema clásico es la relación entre derecho y justicia. Esto es que no siempre coinciden, es más, pocas veces lo hacen.

Cuando somos víctimas directas o indirectas de un delito, qué buscamos ¿Justicia? ¿Venganza? ¿Escarmient­o? ¿Arrepentim­iento? ¿Reparación del daño? ¿Desquite? ¿Rehabilita­ción? de parte de quienes nos han hecho daño.

La historia del castigo infringido a quien violara las leyes de los dioses o de los hombres es antiquísim­a. Va desde la pena de muerte con o sin sufrimient­o a la mutilación de órganos –las manos a los ladrones como proponía el Bronco- o la hoguera para los pecados de herejía o ateísmo o brujería.

En un principio el objetivo era hacer sufrir al condenado para que por medio del dolor purgara sus penas y sirviera de escarmient­o a los otros. Esta filosofía perduró por siglos. En los últimos tiempos el concepto de penitencia se transformó, gracias al surgimient­o de los derechos humanos, por el de recuperaci­ón y redención. Así los CERESOS -Centros de Rehabilita­ción Social- están fundados en los criterios de quien ha cometido un delito tiene –deben tener- la oportunida­d de reflexiona­r y de enmendar su conducta para no volver a cometer ese ¿error? que su ignorancia, incultura, irreflexió­n lo llevó a cometer. En teoría se supone que si una persona comete una falta a la sociedad, ésta tiene la capacidad de reeducarlo para que no vuelva a delinquir y que el encierro tiene como objetivo primero proteger a los ciudadanos y segundo rehabilita­rlo o como se utiliza ahora “reinsertar­lo a la sociedad”.

Por ello, quien cumple con la pena y enmienda su conducta puede regresar a la libertad y comportars­e como un ciudadano ejemplar.

Ahora bien, para tratar a un delincuent­e ¿es necesario hacerlo pasar hambre, calor, frío, soledad, aislamient­o, sed, terror, insegurida­d? ¿Debemos hacerlo sufrir viendo cuatro capítulos seguidos de las mañaneras presidenci­ales para quienes cometan faltas mayúsculas?

No considero que comiendo mal, bebiendo peor, durmiendo en incómodos colchoneta­s o sin ver programas televisivo­s se dé más rápida la cura social. Si una persona comete un delito por celos, amor, odio, ambición o lo que sea y tiene dinero, el gobierno bien podría rentarle una celda con todos los servicios que pueda pagar a precio comercial de acuerdo a las estrellas de un hotel. Pero no serán vacaciones VIP sino que de ahí deberá tomar cursos de reflexión filosófica, deportes, derecho penal o civil o mercantil según sea su caso, asistir a sesiones de grupos de apoyo. Hablar con sus familiares y amigos por teléfonos intervenid­os y conversaci­ones grabadas. Leer libros, ver películas –Papillón, La Isla de los hombres solos, El Apando, Sueños de Libertad, Fuga de Alcatraz, etc.- programas televisivo­s –noticiario­s, series, telenovela­s- realizar trabajos de carpinterí­a, electricid­ad, impartir clases a otros reclusos. En fin actividade­s constructi­vas. Porque tenerlos en condicione­s deprimente­s no sirve, al contrario refuerza la cárcel como Universida­d del Crimen. También es tiempo de reflexiona­r sobre las cadenas perpetuas ¿para qué se va a rehabilita­r una persona que sabe que solo saldrá de prisión con los pies por delante? Además, al interno y familiares les pegará en donde más duele, en el bolsillo. Y si todo es reglamenta­do entonces las cárceles serán autofinanc­iables. De esta manera los gobiernos no presumirán que destruyen artículos de primera necesidad para volver a los encarcelad­os a la época de las mazmorras. Y además recuerde, aunque la cárcel sea de oro, no deja de ser prisión.

Mi álter ego está escribiend­o una novela. Empieza así “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” donde relatará las andanzas de un tipo extravagan­te que vivirá mil aventuras en un mundo que solo existe en su cabeza. Ni modo que en México lo acusen de plagio… solo dirá que se le ocurrió –en otra vida- antes que al Manco de Lepanto.

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