La ironía socrática
Vivir en una sociedad de la información implica reconocer el justo balance entre lo que sabemos y lo que creemos saber. Tener información a la mano no es tener conocimiento, y mucho menos cuando no sabemos con certeza si la información que poseemos es verídica o no. La era de las “fakes news” se encuentra en su clímax y en ningún momento logramos escaparnos de ellas por completo. Ante un mar de información, y la posible falsa creencia de que cada día poseemos más conocimiento, vale la pena recordar las enseñanzas que un filósofo nos dejó hace un par de miles de años respecto a la sabiduría.
Sócrates, uno de los filósofos más influyentes del pensamiento occidental, es bien conocido por una frase que se suele atribuírsele de los diálogos platónicos: “Yo solo sé que no sé nada”. Después de una visita al oráculo de Delfos en donde se le dijo a Sócrates que él era el más sabio de toda Atenas, este filósofo comenzó a indagar en el conocimiento de los demás, para tratar de comprobar si efectivamente él era el más sabio o no. Convencido de que no lo podía saber todo, llegó a la conclusión de que su sabiduría consistía en la “docta ignorancia”, es decir, en reconocer que no lo sabe todo.
Con ello, Sócrates abrió paso para un tema de discusión sobre la disposición al conocimiento y a la verdad. Cuando creemos conocer mucho sobre un tema nos cerramos a aprender cosas nuevas. La docta ignorancia nos coloca en una apertura para reconocer que sabemos menos de lo que creemos e ignoramos más de lo que quisiéramos. Esta actitud socrática podría servirnos mucho en la actualidad, por ejemplo, al observar las miles de opiniones en redes sociales de aquellos que se creen expertos en un área, y opinan sin más conocimiento que el video o la noticia de dudosa procedencia que vieron apenas hace un par de días. En estos tiempos nos vendría de maravilla reconocer, como Sócrates, que sabemos mucho menos de lo que pensamos conocer.
Sin embargo, la gran aportación de Sócrates no solo se da en la crítica frente al saber, sino también en otro aspecto para llegar al conocimiento: la ironía como método. Dentro de sus múltiples diálogos filosóficos, Sócrates utilizó la ironía para cuestionar las creencias y los valores de sus interlocutores. En ocasiones, la ironía consistía en hacerse pasar como ignorante sobre un tema, para hacer preguntas y afirmaciones que revelaban la ignorancia o la incoherencia de los demás. Dentro de su forma dialógica conocida como “Mayéutica”, explicada por nuestro filósofo como la manera de dar a luz el conocimiento, la ironía ocupaba un lugar central a la hora de conducir a las personas hacia lo que sabían, y sobre todo hacia el reconocimiento de aquello que ignoraban.
En la actualidad, la ironía socrática sigue siendo una forma eficaz para desenmascarar contradicciones y falta de lógica en los argumentos en la política, el gobierno y demás grupos de índole social. Como Sócrates pretendió, la ironía nos puede ayudar a poner sobre la mesa aquellas cuestiones que, ya sea por sutiles o por obvias, pueden escapar al conocimiento de la mayoría de las personas. En redes sociales, esta forma de expresión ha encontrado un lugar en la cultura popular y se ha convertido en una herramienta para criticar y satirizar figuras públicas o situaciones políticas. Claro, hay que tener un bueno ojo para entender y captar aquellas cosas que se dicen o hacen con ironía, para no terminar convenciéndonos de lo opuesto.
El legado del método socrático para entablar un diálogo sigue siendo de gran interés, no solo en la comunidad filosófica. Por otro lado, debemos tener cuidado, porque en diversas circunstancias actuales lo irónico puede suscitarse sin la finalidad de llegar al conocimiento verdadero, sino como una forma de choque entre el pensamiento coherente y las vaguedades a las que somos expuestos en esta era de la información.
Vale la pena revisar la filosofía clásica, especialmente el pensamiento de Sócrates, quien en todo momento invitaba a la introspección y al autoconocimiento, para poder abrirnos paso entre lo que pretendemos conocer y lo que conocemos en realidad. Como bien diría René Descartes, padre de la modernidad: “Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro”.