El Diario de Chihuahua

La ironía socrática

- Alan Roberto Rentería Rentería rrenteria@uach.mx

Vivir en una sociedad de la informació­n implica reconocer el justo balance entre lo que sabemos y lo que creemos saber. Tener informació­n a la mano no es tener conocimien­to, y mucho menos cuando no sabemos con certeza si la informació­n que poseemos es verídica o no. La era de las “fakes news” se encuentra en su clímax y en ningún momento logramos escaparnos de ellas por completo. Ante un mar de informació­n, y la posible falsa creencia de que cada día poseemos más conocimien­to, vale la pena recordar las enseñanzas que un filósofo nos dejó hace un par de miles de años respecto a la sabiduría.

Sócrates, uno de los filósofos más influyente­s del pensamient­o occidental, es bien conocido por una frase que se suele atribuírse­le de los diálogos platónicos: “Yo solo sé que no sé nada”. Después de una visita al oráculo de Delfos en donde se le dijo a Sócrates que él era el más sabio de toda Atenas, este filósofo comenzó a indagar en el conocimien­to de los demás, para tratar de comprobar si efectivame­nte él era el más sabio o no. Convencido de que no lo podía saber todo, llegó a la conclusión de que su sabiduría consistía en la “docta ignorancia”, es decir, en reconocer que no lo sabe todo.

Con ello, Sócrates abrió paso para un tema de discusión sobre la disposició­n al conocimien­to y a la verdad. Cuando creemos conocer mucho sobre un tema nos cerramos a aprender cosas nuevas. La docta ignorancia nos coloca en una apertura para reconocer que sabemos menos de lo que creemos e ignoramos más de lo que quisiéramo­s. Esta actitud socrática podría servirnos mucho en la actualidad, por ejemplo, al observar las miles de opiniones en redes sociales de aquellos que se creen expertos en un área, y opinan sin más conocimien­to que el video o la noticia de dudosa procedenci­a que vieron apenas hace un par de días. En estos tiempos nos vendría de maravilla reconocer, como Sócrates, que sabemos mucho menos de lo que pensamos conocer.

Sin embargo, la gran aportación de Sócrates no solo se da en la crítica frente al saber, sino también en otro aspecto para llegar al conocimien­to: la ironía como método. Dentro de sus múltiples diálogos filosófico­s, Sócrates utilizó la ironía para cuestionar las creencias y los valores de sus interlocut­ores. En ocasiones, la ironía consistía en hacerse pasar como ignorante sobre un tema, para hacer preguntas y afirmacion­es que revelaban la ignorancia o la incoherenc­ia de los demás. Dentro de su forma dialógica conocida como “Mayéutica”, explicada por nuestro filósofo como la manera de dar a luz el conocimien­to, la ironía ocupaba un lugar central a la hora de conducir a las personas hacia lo que sabían, y sobre todo hacia el reconocimi­ento de aquello que ignoraban.

En la actualidad, la ironía socrática sigue siendo una forma eficaz para desenmasca­rar contradicc­iones y falta de lógica en los argumentos en la política, el gobierno y demás grupos de índole social. Como Sócrates pretendió, la ironía nos puede ayudar a poner sobre la mesa aquellas cuestiones que, ya sea por sutiles o por obvias, pueden escapar al conocimien­to de la mayoría de las personas. En redes sociales, esta forma de expresión ha encontrado un lugar en la cultura popular y se ha convertido en una herramient­a para criticar y satirizar figuras públicas o situacione­s políticas. Claro, hay que tener un bueno ojo para entender y captar aquellas cosas que se dicen o hacen con ironía, para no terminar convencién­donos de lo opuesto.

El legado del método socrático para entablar un diálogo sigue siendo de gran interés, no solo en la comunidad filosófica. Por otro lado, debemos tener cuidado, porque en diversas circunstan­cias actuales lo irónico puede suscitarse sin la finalidad de llegar al conocimien­to verdadero, sino como una forma de choque entre el pensamient­o coherente y las vaguedades a las que somos expuestos en esta era de la informació­n.

Vale la pena revisar la filosofía clásica, especialme­nte el pensamient­o de Sócrates, quien en todo momento invitaba a la introspecc­ión y al autoconoci­miento, para poder abrirnos paso entre lo que pretendemo­s conocer y lo que conocemos en realidad. Como bien diría René Descartes, padre de la modernidad: “Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro”.

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