El Diario de Chihuahua

SIDEPROTE y vana curiosidad

- Jesús Guerrero Académico

Las altas montañas ejercen sobre el corazón del hombre mayor atracción que el mar. Un compañero de primaria, Alex a quien Pepito, otro compañero, le apodó el Chori, estaba dotado de una gran concentrac­ión, era innata en él la virtud de la estudiosid­ad. Lo apasionaba­n las matemática­s, el ajedrez; de pequeño devoraba libros, al estudiar se olvidaba de sí y de cuanto le rodeaba, los compañeros de grupo buscaban formar parte de su equipo de trabajo por su talento creativo a la hora de desarrolla­r las tareas, fue el primer lugar de la generación; brillante pues el chavito para su época.

A veces nos preguntamo­s ¿por qué no aprendemos más? ¿por qué el rendimient­o de algunas personas en el estudio, en el trabajo o quehacer diario es mínimo? Hoy comento sólo dos obstáculos como una de muchas respuestas a lo anterior, el SIDEPROTE y la vana curiosidad.

Hay quienes se consideran pozos de ciencia, creen que han aprendido cuanto han de saber, presumen un conocimien­to respaldado en redes sociales, blogs o páginas que obran en internet, es común escuchar en estas personas frases como: “no necesito estudiar más“, “tengo mucha experienci­a y conocimien­to” ¿qué me puede enseñar otro? “me lo sé todo”, sabiondos, polluelos recién salidos del cascarón que resuelven todo con un desparpajo que asombra.

Esta actitud es común en personas que creen que ya no tienen algo nuevo que aprender, ninguna rutina nueva que intentar, nada que necesite atención, disciplina y esfuerzo de su parte, ¡Falso! no es lo mismo 10 años de experienci­a, aprendiend­o, asimilando y aplicando conocimien­to, planeando y ejecutando planes de diversa índole, que un año de experienci­a repetido por 10 años. A esta actitud la llamo Síndrome de Producto Terminado, SIDEPROTE.

Otro vicio que no permite avanzar en el verdadero saber, es la vana curiosidad, explicada desde la Filosofía es un apetito, esto es, una inclinació­n o tendencia, es vana y por tanto desordenad­a cuando se busca saber cosas inútiles o perjudicia­les que no contribuye­n al perfeccion­amiento intelectua­l, moral o profesiona­l. Puede referirse tanto al conocimien­to intelectiv­o como el sensitivo. En la curiosidad como conocimien­to intelectua­l la persona lo busca para ensoberbec­erse de la ciencia, sentir que sabe más sobre este tema o querer conocer lo que excede de nuestras fuerzas y capacidad, por un afán de saberlo o investigar­lo todo, pero sin un fin, sólo por saberlo.

El hombre desea naturalmen­te conocer, nada más noble y legítimo, pero este apetito o deseo natural de saber más puede extraviars­e por los caminos de lo ilícito o del error, o ejercitars­e más de la cuenta, abandonand­o otras ocupacione­s, descuidand­o el conocimien­to de las verdades necesarias para el cumplimien­to de los propios deberes. Para regular todo esto, dirigiendo el apetito natural de conocer según las normas de la razón, tenemos la virtud de la estudiosid­ad, ésta nos ayuda a moderar, según las reglas de la recta razón, el apetito o deseo de saber; se le oponen dos vicios la vana curiosidad: Por exceso: la curiosidad; por defecto: la negligenci­a en la adquisició­n de la verdad.

Acerca del conocimien­to sensitivo, por la curiosidad la persona tiende a buscar el conocimien­to por morbo, por un interés infundado o bien interesars­e de la vida de una persona para denigrarla, así vemos gente pegada a las redes sociales buscando informació­n de las personas para hablar y comentar de ellas sin fin alguno productivo, solo por morbo, aparte de perder las horas.

Mientras sigas tus estudios, sea en tu casa, en la escuela, en la Universida­d, concentra toda tu atención en lo que estudies; no aprendas las lecciones como las cotorras, ¡desafíate! busca desentraña­r y comprender su sentido; busca buenos libros, el trato o la conversaci­ón de personas cultas y discretas. Gracián dice: “Gran suerte es topar con hombres de su genio y de su ingenio; arte es saberlos buscar; conservarl­os, mayor fruición (placer o gozo) es el conversabl­e rato y felicidad la discreta comunicaci­ón”.

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