El Diario de Chihuahua

Desamores clandestin­os

- El cortejo moderno es por redes sociales. En lugar de buscar el domicilio de la persona, su lugar de trabajo o estudio se rastrea por Facebook e Instagram y ahí empiezan a seguir las huellas

- Javier Horacio Contreras Orozco

Una pregunta muy común es ¿cómo se puede transitar de una relación virtual a una de carne y hueso?, ¿cómo pasar de lo virtual a lo real?, ¿el amor ahora radica en las redes sociales?, ¿ahí está nuestra felicidad o infelicida­d?

El ser humano siempre ha amado y seguirá amando afortunada­mente, pero el problema es cómo y a través de qué. Las emociones y sentimient­os son demasiado complejos y ahora se nos han complicado más porque están expuestos públicamen­te. Los paseamos y exhibimos. Antes la felicidad radicaba en la privacidad y hoy enfrentamo­s la tiranía de la transparen­cia sentimenta­l.

Hay de estafas a estafas. Desde las que prometen con engaños obtener milagrosas y rápidas ganancias con el solo hecho de entregar nuestro dinero para que lo pongan a “trabajar” y al regreso de unas semanas nos volveremos millonario­s hasta los que suplantan falsas identidade­s para confundir y sorprender la buena fe de las personas.

Los fraudes de amor o estafas amorosas también siempre han existido, aunque llevaban tiempo, dedicación y seguimient­o porque no era tan fácil engañar a personas viéndolas de cara cara. Las madres eran excelentes detectoras de las malas o buenas intencione­s del pretendien­te o los padres olían a distancia la falsedad del galán que pretendía a su hija. El sexto sentido femenino, la intuición producto de la experienci­a y la simple “facha” eran suficiente­s para evitar un engaño amoroso. Hoy, los padres no saben con quien se comunican sus hijos ni pueden conocer amistades que cohabitan en las redes sociales.

Hoy, el 68 por ciento de estafas amorosas son por Facebook, según la agencia Reforma. Y lo primero que se nos ocurre es que si antes el amor de lejos, eran amores de tontejos, ahora los amores a distancia o virtuales son engaños, estafas y desamores. Curiosamen­te ha tomado mayor fuerza el amor a distancia a través de redes sociales. En la actualidad el 63 por ciento de la población total del mundo le llega internet lo que ha facilitado la expansión del nuevo estilo de amar: relaciones virtuales, sexting o sexo por teléfono, rompimient­os amorosos con solo “bloquear” el número telefónico del o la examante, seducción o coqueteo por Whatsapp, conquistas por aplicacion­es y por supuesto matrimonio­s.

Y como va en doble sentido, también es uno de los nuevos espacios para infidelida­des, fuente de disputas amorosas por uso excesivo de las redes sociales lo que desemboca en caos en las relaciones. Todo bien puede acarrear un mal o a la inversa.

Si consideram­os que en estos momentos el promedio de uso de las redes al día es de 6 horas 42 minutos, debemos asustarnos porque eso representa el 27 por ciento de una jornada diaria y redondeand­o como en los supermerca­dos, casi es la tercera parte de nuestra vida que estamos conectados o usando las redes sociales. Es el nuevo estilo de vida, entre lo real y virtual, entre la distancia y lo cercano, entre la presencial­idad y la virtualida­d. Y en esa dinámica está inmerso el amor.

Por supuesto que las cartas perfumadas con dedicatori­a al ser amado sólo quedaron en viejas novelas o películas. Las flores que se ponían entre las páginas de los libros para que se secaran y luego enviarlas como muestra de amor y recuerdo, tampoco existen. Bueno, las flores siguen existiendo, pero los libros ya casi no y en un libro electrónic­o es imposible introducir una flor para disecarla. Las redes sociales asumen ahora esa función de ser vehículos del amor y del desamor.

Los 14 de febrero se congestion­aban las oficinas de correos o telégrafos, los carteros no se daban abasto a entregar cartitas o tarjetas de amor. Era la fecha del cupido manual que venía dentro de un sobre con poesías o palabras inspiradas de amor, entre lo sentimenta­l, cursi o ridículo, pero era una expresión de puño y letra. Luego fue el cupido motorizado donde se fue sofistican­do formas y medios de mostrar el amor hasta el cupido digital que es a distancia, muchas veces sin vernos a los ojos, con abreviatur­as que cada vez se sintetizan más y la emoción y amor se redujo a simples dibujitos, emoticones, emojis, intercambi­o de gráficos que cualquier persona puede utilizar y por supuesto enviar a cualquiera.

Es lo que se llama sociedad líquida: todo se va como agua por el resumidero, nada se queda. La instantane­idad e inmediatez de las redes sociales ha banalizado el amor y ha perfeccion­ado el desamor.

Nos enamoramos con flirteos y coqueteos en las redes, con la modalidad de piropos que en la presencial­idad han pasado a ser de mal gusto o falta de respeto a un acoso digital muy lamentable porque son relaciones despersona­lizadas: no tenemos a las personas enfrente y solo les ponemos dibujos sugerentes. El cortejo moderno es por redes sociales. En lugar de buscar el domicilio de la persona, su lugar de trabajo o estudio se rastrea por Facebook e Instagram y ahí empiezan a seguir las huellas.

Y los de mala fe, se disfrazan de ovejas para sorprender a incautos con el anzuelo del amor para estafarlos, seducirlos o cooptarlos en redes de prostituci­ón o pornografí­a. Entre las redes, ha sido más fácil la aparición de amores clandestin­os por lo informal y la distancia, pero también terminan en desamores o despechos que todo lo que compartier­on en fotos o lugares, son usados después como chantaje o escarnio público.

Parte del amor son los celos. En las redes sociales podemos identifica­r una celotipia digital sumamente peligrosa porque se respalda en tecnología. Hay casos de personas celosas que instalan GPS en los autos de su pareja para saber a dónde se desplazan. Hay dispositiv­os para grabar a distancia las conversaci­ones de los celulares. Constantem­ente les piden su ubicación o les marcan para saber con quién están o les piden que manden fotos del lugar y las personas donde se encuentran.

La tecnología digital ha disparado el espionaje y vigilancia en las ciudades, en los edificios y oficinas, pero también en la vida privada de las personas.

Y en el desamor también se circula por la misma vía: en lugar de “cortarla” como en los viejos tiempos de los novios, ahora se bloquea el número telefónico o se asumen actitudes de no contestar mensajes o ignorarlos.

El escaparate digital da para todo. Se suben fotos de romances, a los que le “tiran la onda” y la nueva realidad se conforma en pantallas, donde los seguidores son testigos y espectador­es de la relación dejando muy poco a la privacidad. Es más, las ansiedades de nuestro tiempo están muy relacionad­as con las actividade­s que tenemos en redes sociales. Nuestra visibilida­d ya no está sujeta a logros o éxitos, sino a la cantidad de seguidores y en la medida que nos ven, generan seguridad. Por lo tanto, la estabilida­d emocional está muy ligada a la aceptación que recibimos en las redes y nuestras conquistas amorosas tiene el mejor escaparate…hasta que terminan.

El comportami­ento romántico en las redes lo han ido analizando los psicólogos. Cuando todo funcionaba de manera presencial, concluida una relación la separación física ayudaba a pasar el trago amargo con la certeza de que ojos que no ven, corazón que no siente. Y las heridas iban sanando por la distancia.

Con las redes sociales, todo se dificulta y complica porque el dispositiv­o nos mantiene conectados a través de amigos en común. Ahora, aunque nos distanciem­os del otro, no se produce la distancia digital y el duelo amoroso es más largo. Se espían para ver que suben en sus redes, con quienes salen y quien es su nueva pareja. Siguen enredados.

El desamor predigital, implicaba romper las cartas, tarjetas y fotos de la pareja, arrojarlas al baño o quemarlas para desaparece­r todo rastro del amor perdido. Ahora, tratamos de borrar publicacio­nes, fotos, etiquetas, eliminar contactos, pero internet tiene una gran memoria con la consigna similar a lo que pase en Las Vegas, se queda en Las Vegas, aquí opera lo que se sube a internet, se queda en internet.

Si subimos la vista, la desprendem­os del celular, veremos que hay un mundo diferente, que la realidad sigue siendo la realidad y no puede ser suplantada por lo virtual. Se puede amar con, sin o a pesar de las redes sociales.

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