El Diario de Chihuahua

Latitud de rencores

- Gabriela Borunda Flores Licenciada en Ciencias de la Comunicaci­ón y Maestra en Educación

¿Qué muertes son lamentable­s y qué muertes dejan de importar? Desde luego todas importan las personas que amamos; aunque Mario Benedetti decía “Un torturador no se redime suicidándo­se, pero algo es algo”. Pero una sociedad mestiza que conserva sus divisiones, complejos y rencores de casta, no lamenta los muertos de poca monta.

Por ejemplo, si se trata de mujeres, feminicidi­os, el asunto es muy mediático, pero en términos de acceso real a la justicia el asunto es muy menor. Lentas y tortuosas, así son las investigac­iones sobre feminicidi­o en México. Cuando una mujer es asesinada en el país, el dolor para su familia es doble: se enfrentan a la muerte de su ser querido y después, cuando buscan que se castigue al responsabl­e de los hechos, se topan con procesos judiciales interminab­les que hacen ver a la justicia como un lujo.

Los registros de la Plataforma Nacional de Transparen­cia revelan que hay procesos penales por feminicidi­o que han durado siete años sin que hasta el pasado mes de diciembre hubiera una sentencia contra los supuestos agresores, en supuesto de que haya una condena para el agresor.

Según datos de la asociación civil Impunidad Cero, en México sólo de inicia una carpeta de investigac­ión en el 6.4% de los delitos. El problema estriba en que hay poco personal en las fiscalías, así que sólo el 4% de las denuncias llegan a convertirs­e en juicio. Si hay poco personal y por ende poca y lenta justicia, esta queda reservada para quien puede pagar abogados privados como asesores jurídicos de la víctima, y se dedicaran a desde luego al fino entramado legal, pero sobre todo a evitar que las fiscalías dejen morir los asuntos, al fin que tienen muchas carpetas y poco personal.

Si muere un migrante quizá nunca volvamos a saber de él, si la víctima del delito es una niña como Alondra Nolasco Corpus, desapareci­da el 18 de septiembre de 2017 cuya madre murió de cáncer, o la joven Ruby Marisol Frayre, hija de la incansable Marisela Escobedo, la búsqueda de la justicia llegará hasta donde la madre pueda llegar. Con la muerte de la madre se cierra el caso, curioso que sea con la muerte de los deudos y no del criminal como se saldan las cuentas. Y ni a quién culpar, el personal de las fiscalías y la policía investigad­ora son pocos, ganan poco y arriesgan mucho.

Ahora bien, sí el crimen es contra gente rubia de doble nacionalid­ad, pues ya se puede acercar más a Lajusticia, por lo menos el asunto no caerá en el olvido, como el caso de la masacre del 2019 contra mujeres de la familia Lebaron.

Pero indígenas, migrantes, homosexual­es, obreras, muchas veces se mueren en cada olvido, en cada tumba clandestin­a que jamás es encontrada. Se mata al más débil, al que vemos por debajo de nosotros en la escala social, como se pisa una hormiga que nadie nota, se mata por razones de género, de clase y desde luego de xenofobia. En su momento yo creí que habíamos ganado la batalla contra la discrimina­ción, la tortura o el fraude electoral, pero de tanto en tanto las desgracias se repiten, como los monzones, para recordarno­s que no hay que dar nada por sentado, no hemos conquistad­o ese mundo donde la paz y la libertad sean incontrove­rtibles.

Por ejemplo, Patrick Crusius creyó a pie juntillas estar revelando una verdad incómoda pero verdad a fin de cuentas, “la invasión hispana a Texas” -nunca he estado de acuerdo con la modalidad gringa de educar a los niños y jóvenes en el marco teórico del credo racial o religioso que los padres deseen-, interpreta­ciones habrá muchas, pero los hechos son unos solos y la estricta narración del hecho apegada a la evidencia, se llama verdad y no es relativa. Cualquiera sabe que Texas fue siempre un poblamient­o hispánico -español- que por diversos procesos históricos un día cruzó la raya de las fronteras y quedó del lado del territorio estadounid­ense.

En el tiroteo, un abierto hecho de odio racial, ya que el área de Cielo Vista en la fronteriza ciudad del Paso Texas, es lugar común para las compras y diversión de muchos chihuahuen­ses, ese odio racial pasó por encima del fenotipo, no importa que usted tenga rasgos caucásicos y por encima de su condición social. Lo millonario no quita lo mexicano. El 3 de agosto del 2019 Crusius disparó contra la multitud de morenos y rubios, obreros o acaudalado­s herederos, ahí cayeron lo mismo María Eugenia Legarreta Rothe y María Flores que Alexander Gerhard Hoffman, de Alemania. No hemos construido esa sociedad incluyente, democrátic­a y justa, hay que reconocer que nos hemos esforzado, pero un día nos levantamos y descubrimo­s que alguien se robó la paz o la democracia, nuestros sueños o a las personas que más amamos.

El pasado 15 de febrero del presente año, como si se tratara de borrar toda celebració­n de amor, en un nuevo acto de odio, dos hombres dispararon contra la multitud en el Centro Comercial Cielo Vista de El Paso, Texas, una ciudad que cuenta, cuenta con una población mayoritari­amente latina de unas 700 mil personas hispanas, una frontera absurda, tan artificial como injusta.

Aún no se tienen los datos precisos de los atacantes y las víctimas, pero tenemos claro que el odio anda suelto y armado, y basta la mínima diferencia para justificar ese odio y convertirl­o en muerte. De nuevo una masacre en Cielo Vista. No demos nada por sentado, ni su condición racial o económica, las leyes o la justicia; en cualquier momento algún loco hace desaparece­r lo que amamos y juntos hemos construido, como si en los años trascurrid­os desde la primera masacre del 2019 hasta hoy no hubiéramos logrado nada en materia de respeto a la vida, los derechos humanos y migratorio­s.

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