Test para detectar caudillos
Un buen amigo, célebre exfuncionario, conocedor de la historia y el arte, me escribió la semana pasada respecto a mi editorial “Manual para detectar la locura” con el siguiente mensaje: “Me autoevalué con los puntos que describe tu artículo .... y apenas la libré. Jaja. ¡Fiuuu!”. Lo cual me dio la idea de generar un test que puedan aplicarse funcionarios públicos y, obviamente, la gente de a pie, pueda aplicarlo a quienes gobiernan en los tres niveles de gobierno y en los tres poderes.
El premio Nobel de literatura 2010, el peruano Mario Vargas Llosa, tiene un ensayo que me gusta mucho: “La civilización del espectáculo”, en el que describe a nuestra sociedad actual (saturada de información, aplicaciones varias, plataformas de redes sociales, posverdad, etc.) como en la que, “tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal”.
Y sí. Entretenernos, es sin duda, la máxima pasión mundial en este momento. Existe una generación de nacidos posterior a 1985, que pueden pasar hasta 6 horas consecutivas en la diminuta pantalla de su teléfono inteligente “matando el tiempo” o el insomnio, pero no soportan ver en la gran pantalla una película por más de dos horas. Es parte de la realidad que se vive en la actualidad, parte de esa civilización del espectáculo que disecciona Vargas Llosa.
Y continúa: “este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”.
En esa circunstancia se incrusta la política latinoamericana desde que se comenzaron a profesionalizar las campañas políticas con herramientas de medición, así como consultores en comunicación y mercadotecnia política, que algunos satanizan y consideran innecesarios.
La política suele ser un tema rechazado por aburrido. Era natural que siguiera la tendencia de mezclarse con el espectáculo. Las masas adoran el espectáculo y la política hace su luchita para tener más influencia vía el espectáculo.
No importa si es del partido Morena, Acción Nacional, PRD, Movimiento Ciudadano, PRI o hasta del Verde o PT, no hay persona que ande en la política que sucumba a la seducción de verse en las pantallas de las computadoras, tablets o televisiones, mientras lo aclaman multitudes y su rostro se repite por todos los rincones de las ciudades. Contra esa sobredosis de vanidad, hasta al más revolucionario se le olvida el “Che” Guevara y la revolución.
Las y los gobernantes latinoamericanos del siglo XXI necesitan, más que nadie, de los medios de comunicación: para le aplaudan o critiquen, pero el peor castigo que les pueden hacer es enterrarlos en el cementerio de su desdén. Eso es mortal, hoy en día, para cualquier gobernante de un país, estado o municipio.
Los caudillos no están erradicados en el siglo XXI. Aunque la palabra suene anticuada cuando se pronuncia, a muchos les hace pensar en la Revolución Mexicana; a otros tantos en las tristemente célebres (y recientes) dictaduras latinoamericanas. Para un “millennial” o “centennial” dicho concepto puede no significar nada.
¿Qué es un caudillo?
Si nos vamos al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española tiene dos definiciones: jefe absoluto de un grupo armado y dictador político, generalmente militar. Otras definiciones incluyen: título con que se adaptó en español la voz alemana “führer” (como se referían a Hitler) y la italiana “duce” (como se referían a Mussolini).
¿No sueñan casi todos los gobernantes en ser caudillos? Gracias a la involuntaria sugerencia de un buen amigo, mencionada al inicio de este texto, desarrollé el siguiente test para que lo puedan autoaplicarse funcionarios públicos, políticos en activo o en retiro y la gente se los pueda aplicar a sus gobernantes y tener sus propias conclusiones.
El test funciona de la siguiente manera: lea con cuidado los puntos que se describen a continuación; si la persona a quien se lo aplica tiene 10 puntos es un caudillo en toda la extensión del concepto y debe prender todas las alertas. Si supera los 15 puntos es alerta guinda y es tiempo de poner manos a la obra.
Comenzamos con los puntos a evaluar, cortesía de Adriana Amado y su libro “Política Pop” y de Boris Muñoz y su “cesarismo mediático”:
Tiene la obsesión de exhibir el apoyo de las masas en marchas o manifestaciones masivas en sus giras. Se revitaliza con vítores y aplausos.
Su carisma se utiliza para justificar decisiones concentradas y un poder sin contrapesos.
Se justifica en que el voto popular que los llevó al poder los autoriza para ponerse por encima de cualquier norma o persona.
Se escuda en el respaldo la mayoría electoral y que ninguna norma legal (como la constitución) frenarán su obra.
Son personajes originales, pero no pueden dejar ninguna ocurrencia sin repetirla en serie por todos los medios.
Su obsesión es comunicar más que hacer.
Aunque cada mensaje es una copia del otro, esperan que cada uno sea tomado como excepcional.
Monopolizan lugares comunes y los convierten en valores de partido: patria, democracia, inclusión, revolución, amor, igualdad.
Condensan esas verdades imposibles de rechazar en unas pocas frases comprensibles y recordables, que pueden ser repetidas en cualquier ocasión. Lo importante es que se memoricen con facilidad, aunque nadie crea demasiado en ellos.
Usan una agresividad extrema, especialmente verbal, que acusa de antipopular cualquier postura contraria, como, según (Umberto) Eco, hacía la propaganda comunista a la vieja usanza.
Disponen de un formidable aparato de medios de comunicación, que utilizan para lamentar falta de presencia en otros medios, a los que denuncian de persecución periodística de la que se presentan como principales víctimas.
“Showman” del “talk show” oficial.
Agitador de masas.
Portavoz de una personal elaboración de la historia de la nación. Víctima de las conspiraciones oligárquicas.
Vengador de los padres de la patria.
Heredero de los revolucionarios contemporáneos. Estadista de la revolución como vía al socialismo del siglo XXI. Adalid antiimperialista.
Fenómeno político.
El único monopolio que no combate es el monopolio de la conversación, que gusta de administrar personalmente.
Aplique este test o compártalo a quien le interese aplicarlo. Recuerde que se puede aplicar a gobernantes en activo o en retiro. Si gusta compartir sus resultados, puede encontrar mi correo en la parte superior de este editorial.
Ojalá se útil.
SHOT DE ESPRESSO COMPOL
En Chihuahua lo vivimos en el pasado muy reciente: gobernantes que estaban obsesionados con las noticias, columnas y editoriales y gastaban sus horas laborales peleando con quienes los criticaban en sus publicaciones o transmisiones, lo que generó una guerra sin cuartel por años. Su verdadera competencia, por lo general, no son partidos opositores sino, como escribe Adriana Amado: “en las otras figuras con celebridad suficiente para hacerles sombra y restarles audiencia: por eso se ocupan más de los medios y los periodistas que de las figuras de la oposición”. Eso recuerda a un pasado muy reciente en Chihuahua.